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Ella es el cine

A las 23 estaba en la oficina de Colombres.

—¿Cenaste? —le preguntó.

—Bajé hasta el bar de la esquina y me tomé un café con leche con dos media lunas —respondió, con alguna precisión, Colombres.

—Guarda, eh. No morfés tanto —ironizó Pietri—. No te vaya a caer pesado.

—¿Y qué querés? ¿Que morfe? Uno morfa cuando se siente bien, feliz. Y yo estoy…

—Como el orto.

—Ni siquiera.

Pietri, una vez más, se adueñó de una silla y se sentó a horcajadas. En rigor, era un hábito que le había quedado de los interrogatorios. Lo dramático para los interrogados era cuando se levantaba de la silla: ahí venía lo peor.

Dijo:

—Ya no hay más tiempo, Colombres. Se acabó. Lo de Ana Espinosa colmó la medida. Hoy, la gente empezó a comprar armas. Va a parecer el Far West esto.

Colombres largó una carcajada. Exclamó:

—Randolph Scott… ¡pim!, ¡pam!, ¡pum!

—En serio te hablo, gil.

—¿Qué sabés vos del Far West? Si de pibe en lugar de ir al cine ibas al Tiro Federal. «Aquí se aprende a defender a la patria». ¡Ja, ja!

—Che, más respeto con las Instituciones Policiales, eh. —Sacó un cigarrillo, lo colocó en su boquilla y, antes de encenderlo, ofreció uno a Colombres.

—Hoy, no —dijo Colombres. Y, luego, dijo—: Oíme, Pietri, si las cosas se están complicando tanto, si nuestros buenos ciudadanos se arman por temor al corta orejas, en fin, si pasa todo eso, ¿por qué no lo agarrás a Van Gogh?

—Vos sabés muy bien por qué.

—A ver, decime: ¿por qué?

—Porque no sé quién es Van Gogh.

—¿Cómo? ¿No sabés?

—No, carajo. No sé.

Colombres se sentó y puso las piernas sobre el escritorio. Dijo:

—Y bueno, Pietri, en esta vida uno se enamora… o descubre asesinos. Las dos cosas…

—Cortala con esa mano, eh.

Colombres rio hasta sofocarse. Tosió fuertemente. Luego dijo:

—Linda la diputada, che. Esta noche, cuando bajé a comer, pasé frente a un kiosco y ¡zácate! Ahí estaban. Los dos juntitos. En la tapa de Gente. ¡Qué lo parió! ¡Qué pareja hacen!

—Cortala, Colombres.

—¿Un consejo? Dale un poco menos de máquina a la diputada y lo vas a encontrar a Van Gogh. Pero… ¡entre las sábanas no va a estar, eh!

Volvió a reír estrepitosamente. Pietri se levantó de la silla. Apoyó sus manos sobre el escritorio, miró con fijeza y furor a Colombres y dijo:

—Sos un borracho irrecuperable.

El rostro de Colombres se ensombreció. Mascullando, dijo:

—Por ahora, borracho. Irrecuperable… veremos.

Pietri dio algunos pasos erráticos por la oficina. Dijo:

—Te va a llamar una mujer… importante.

—¿Muy importante?

—A vos te gusta el cine, ¿no?

—Mucho.

—Bueno, ella es el cine. —Luego, entre dientes, dijo—: Chau.

Y se fue.