18

De a poco

Nelly abrió la puerta y entró. Con ella, Teresa.

—¡Colombres! —llamó.

Colombres estaba en la cocina con el agua lista para los ravioles. Dijo:

—Ahí voy.

Nelly sonrió. Teresa también. Colombres, al verlas, también.

—Traje una amiga —dijo Nelly—. Para que la conozcas, ¿no?

—Qué bien, che. Me alegra mucho que tengás amigas.

—Pero mirá que ella es muy, pero muy amiga, eh.

—Bueno, mejor así. —Miró a Teresa y repitió—: Mejor así.

Teresa le extendió su mano.

—Soy Teresa Castro —sonriendo, cálida, dijo.

—Hola. Teresa. Soy el inspector…

—Colombres, sí —dijo Teresa. Y añadió—: Sos pintón, eh.

—Tranquila vos —advirtió Nelly.

Teresa se encogió de hombros. Preguntó:

—¿Es pintón o no es pintón?

—Sí, pero vos, igual, mosca.

—Pasen, che. —Colombres hizo un ademán propiciatorio—. Estoy por cocinar unos ravioles. ¿Comemos en la cocina o en…?

—Pará, flaco —dijo Nelly—. Primero te tenemos que contar algo.

Colombres las miró. Miró a Nelly y miró a Teresa. Y dijo:

—Bueno, esperemos que sea algo… lindo, ¿no?

—Y… lindo no sé —dijo Nelly, vacilante—. Pero… pero…

—Diferente —precisó Teresa.

—Ésa es la palabra: diferente —dijo Nelly. Buscó los ojos de Colombres y preguntó—: ¿A vos te gustan las cosas diferentes?

—Qué sé yo —se encogió de hombros Colombres. Y preguntó—: ¿Diferentes de qué?

Nelly y Teresa intercambiaron una rápida mirada.

—Mejor vamos de a poco. Aconsejó Teresa.