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Cinco letras con sangre
Doña Clara abrió los ojos. No estaba muerta. Sintió que flotaba sobre su propia sangre. El brillo feroz de la navaja de Ricky era lo último que habían visto sus ojos.
Ahora flotaba sobre su propia sangre.
Una mancha roja en el espejo atrajo su mirada. Eran letras. Leyó.
Leyó: Van Gogh.
Entonces… ¿Ricky era Van Gogh? ¿Sólo se había acercado a ella para asesinarla? ¿O para algo más?
Con esfuerzo, giró su cabeza: el ropero estaba abierto.
Sí, el maldito turro pendejo se había llevado las joyas. Todo había sido para eso. Para matarla y robarle el cofre con las joyas.
Quiso gritar.
Pero la sangre inundó su boca.
«Me muero», pensó.
Se llevó un dedo a la boca y lo humedeció en esa sangre abundosa y caliente.
Luego, sobre el piso, con sus últimas fuerzas, escribió:
RICKY
Y murió.