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El Destripador no come ravioles

Pusieron la mesa. Colombres les anunció que serían cuatro. Que vendría Fernando, dijo.

—¿El del videoclub? —preguntó Nelly.

—Sí —corroboró Colombres. Y, con alguna picardía, añadió—: Por ahí te trae alguna de Tom Cruise que no viste.

Nelly se entusiasmó: vio, al menos, la brecha por donde iniciar las acciones. Dijo:

—Diste en el clavo, Colombres. Podemos empezar por allí. —Miró a Teresa—: ¿No?

—Sí —confirmó Teresa.

Nelly miró fijo a Colombres. Respiró hondo. Dijo:

—Tengo algo que confesarte, Colombres.

—¿Que confesarme? —con asombro, Colombres—. ¿Te estoy interrogando yo?

—Vos no me interrogás, pero yo confieso.

Colombres se encogió de hombros. Ni por asomo sospechaba lo que estaba a punto de ocurrir.

—Y bueno —suspiró—. Dale. Qué pasa.

—Ya no me gusta Tom Cruise —confesó Nelly.

—¿Y eso es todo? —otra vez con asombro, Colombres.

—Por ahora… podría quedar así —sugirió Teresa.

—Bueno, lo siento por Tom Cruise —dijo, algo errático, Colombres.

Nelly se sintió súbitamente aliviada. Como si hubiera resuelto al menos la mitad de todo cuanto había ido a resolver. Preguntó:

—¿Qué cocinaste?

—Ravioles.

—¿Te salen bien? —preguntó Teresa.

—Cuando no me salen mal, sí —dijo Colombres. Miró a Teresa. La miró como si recién la viera. Preguntó—: ¿Vos sos la fotógrafa, no?

—Sí.

—¿Y… cómo la ves a Nelly para esto? Digo, para ser modelo. ¿Tiene futuro?

—Mucho —con convicción, Teresa.

Nelly acomodaba los cubiertos, los vasos, las servilletas. Con algún temblor en su voz, preguntó:

—¿Alcanzarán los ravioles?

—Si no, hago más.

—Mirá que yo tengo un hambre… Me morfo todo hoy.

—Tranquila, Nelly —aconsejó Teresa.

Nelly apoyó una mano sobre su pecho. Dijo:

—Tengo una cosa aquí. La ansiedad.

—¿Y por qué estás ansiosa? —preguntó Colombres.

—Qué sé yo. La vida —fue todo cuanto pudo explicar Nelly.

Colombres la miró extrañado. ¿Qué ocurría? Sonó el timbre.

—Seguro que es Fernando —dijo—. Ya vengo.

Salió del comedor. Nelly y Teresa quedaron solas.

—Así es peor, Tere —susurrante, veloz, Nelly—. Sufro. Se lo tendría que haber dicho de entrada: «Ya no me gusta Tom Cruise, flaco. Ah, y vos tampoco. Ahora me gusta ella. Chau y morfate solo los ravioles».

—De a poco, Nelly —serena, Teresa—. Lo de Tom Cruise estuvo bien. Puntapié inicial.

—Mucho no se calentó.

—Porque ni sospecha lo que sigue.

—Eso me da bronca —confesó Nelly—. Ni se le pasa por la cabeza que vine a plantarlo.

—Es un alma simple, Nelly —razonó Teresa—. Hay muchas cosas que no se le pasan por la cabeza.

—Que vos sos binorma, por ejemplo.

—Puede ser —admitió Teresa. Y agregó—: Pero creo que lo que menos se le pasa por la cabeza es que vos sos binorma. Por ejemplo.

—No seas turra —entre dientes, Nelly.

Teresa sonrió. Estaba disfrutando de la situación más de lo que había previsto.

Colombres apareció con Fernando, que saludó cariñosamente a Nelly y a Teresa —presentada por Nelly— y recibió de muy buen grado los besos que ambas le adjudicaron en cada una de sus mejillas.

El más feliz de todos parecía Colombres.

Que dijo:

—Bueno, vamos a disfrutar de una buena raviolada. ¿Sí?

Todos asintieron. Todos, también, sonrieron.

Sólo que la sonrisa de Fernando se congeló en su rostro. Cómodamente sentado en un sillón —parecía destinado a encontrar sillones en los que acomodarse— descubrió a Jack el Destripador.

Fumaba su pipa y la neblina gris y algo rojiza lo rodeaba como siempre. Detectó, con su habitual sagacidad, el nerviosismo de Fernando. Dijo:

—No te alteres así. Quería conocer un poco a tus amigos. —Hizo una muy breve pausa. Y preguntó—: ¿O debo decir a las futuras víctimas de Van Gogh?

—Pero… —balbuceó Fernando.

—Si es por la comida, no te preocupes —lo tranquilizó Jack. Y agregó—: A los ingleses no nos gustan las pastas.

Encendió su pipa.

Los crímenes de Van Gogh
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