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Modernizando a Colombres
Esa mañana, aproximadamente a las diez, es decir, antes de que tomara estado público el asesinato de Ana Espinosa, el inspector Colombres fue visitado —visita que, prolijamente, había sido anunciada por un llamado telefónico— por dos minas de los 90, Nelly y Teresa Castro.
Se reunieron en la cocina. Nelly preparó café para ella y Teresa. No era necesario para Colombres, ya que Colombres lucía satisfecho con su mate mañanero.
Teresa le ofreció un cigarrillo.
—Hoy, no —dijo Colombres. Y permaneció en silencio, moviendo la bombilla, como distraído. Pero no, porque en seguida preguntó—: ¿Y a qué se debe…?
—¿El placer de nuestra visita? —muy sonriente, Nelly.
—Exactamente.
—Te queremos decir algo —dijo Nelly.
—Qué.
—Es como si fuera… una propuesta —arriesgó Teresa—. Algo distinto. Nuevo.
Colombres puso agua en el mate. Dijo:
—Yo ya estoy medio veterano para las cosas nuevas. Todo lo nuevo me resulta un poco… raro. Casi, diría, agresivo.
—Epa, Colombres, ni que te estuvieras poniendo viejo —como reprochando, Nelly.
—¿Por qué? ¿Eso es estar poniéndose viejo?
—Sentir lo nuevo como una agresión, sí —afirmó Teresa—. Eso es envejecer.
Colombres chupó de la bombilla. Miró a Teresa. Dijo:
—Disculpá, ¿no? Pero a mí todo ese batifondo de lo nuevo y de lo joven me tiene bastante podrido. No sé si soy claro.
—Como claro, más, imposible —reconoció Teresa.
—Y voy a ser más claro todavía —avanzó Colombres—. Yo tengo muchas cosas viejas. Pero muchas, eh. Lugares, afectos, olores, ideas, lealtades, cosas viejas que no las pienso cambiar nunca. Porque si las cambiara, me traicionaría.
Nelly y Teresa cruzaron una mirada cómplice y veloz.
—Vamos mal —dijo Nelly.
—Peor que mal —abundó Teresa.
Colombres las miró con algún fastidio. Dijo:
—A ver, che. ¿Por qué no me baten la justa? ¿A qué vinieron?
—A modernizarte, Colombres —breve, Nelly.
—Eso está claro: yo no me modernizo —muy seguro, Colombres.
Nelly, apenada, meneó su cabeza. Dijo:
—Entonces vinimos al pedo.
—Lo que significa: sin motivo alguno —aclaró Teresa.
Nelly sirvió el café.
Colombres dijo:
—Pero, a ver, ¿y cómo es que me quieren modernizar ustedes?
—Queríamos que te vinieras a vivir con nosotras —muy directa, Nelly.
—Juntos los tres —otra vez aclarando, Teresa.
Colombres se puso de pie. Dio un par de pasos erráticos. Se estrujó las manos. Preguntó:
—¿Y yo de qué la juego en ésa? ¿Pongo los huevos para la tortilla?
—Sin ofender, eh —frenándolo, Nelly.
—Groserías, no —dijo Teresa—. Nosotras vinimos con una propuesta comunitaria, con un proyecto de hogar. No con una grosería.
—¡Con una indecencia vinieron! —estalló Colombres.
—Con una originalidad vinimos —precisando, Nelly.
—Con algo distinto —apoyándola, Teresa.
Colombres clavó sus ojos furibundos en Nelly. Dijo:
—Mirá, hay cosas en las que ser original y distinto… ¡es ser indecente! ¿Está claro?
—Está claro, Colombres —respondió Nelly—. Sos un cana y pensás como un cana. Fue una ingenuidad venir.
—¡Fue una ofensa! —bramó Colombres.
—Ofendidas, nosotras. Nosotras fuimos ofendidas aquí —dijo Teresa poniéndose de pie, dejando el café sobre la mesa, humeando, inútil.
—Vamos, Tere —dijo Nelly. Señaló a Colombres con un índice que era una condena y una despedida—. Que disfrutes de tu soledad, Colombres.
—Prefiero estar solo antes que hundirme en la ignominia.
—¿Igno… qué? —se indignó Nelly. Miró a Teresa. Dijo—: Sigue puteando el loco.
—¡El amor no es ninguna ignominia! —exclamó Teresa.
—¡Bien, Tere! ¡Se la devolviste!
El rostro de Colombres enrojeció de furia.
—¡Fuera! —gritó—. ¡Fuera de esta casa!
Nelly y Teresa no respondieron. Ya nada tenía sentido: la propuesta comunitaria, estrepitosamente, había fracasado.
Se fueron.
Colombres arrojó el mate contra el piso. El mate se quebró para siempre. Colombres buscó la botella de Criadores.
—Turras —murmuró, rencoroso—. A burlarse de mí vinieron. A tomarme de gil.
Buscó un vaso.