11
Greta Toland en la encrucijada
Greta Toland estaba furiosa: sólo cuatro crímenes y lo habían detenido al maldito Van Gogh.
—¿Qué hago con cuatro crímenes? —preguntó—. Apenas si me dan para una hora de película.
Estaba, una vez más, en la sala de reuniones de Todofilm. Frente a ella —también una vez más— el ejecutivo imbécil, el ejecutivo idiota y Rafael Sánchez Cornejo la miraban temerosos, sin ninguna respuesta para ofrecerle.
Luego de un prolongado y silencioso momento, Sánchez Cornejo aventuró una opinión. Dijo:
—Podemos agregarle sexo. —Y, casi susurrando, añadió—: Mucho.
—¿Cuánto? ¿Cincuenta minutos? ¡No sea imbécil, hombre! —estalló Greta Toland. Y agregó—: Además, ¿lo dije o no lo dije? ¡No quiero sexo en esta historia! ¡Eso se agotó con Bajos Instintos! Quiero hechos reales. Una historia basada en la realidad. ¡A true story!
—En la realidad también hay sexo, Miss Toland —sugirió Sánchez Cornejo.
—Vea, Cornejo: eso lo sé muy bien —respondió Greta—. Me casé cinco veces, por si le interesa.
Un rubor intenso se apoderó del rostro de Sánchez Cornejo. Dijo:
—Lo siento, Miss Toland. No fue mi intención violar su intimidad.
—No sea pretencioso. Usted no puede violar nada mío, Sánchez.
—Por Dios, Miss Toland. Menos fue mi intención ofenderla.
—Usted tampoco puede ofenderme, Cornejo.
Sánchez Cornejo extrajo su ventolín y aspiró una bocanada interminable. Dijo:
—Miss Toland, acepto que no quiera llamarme Sánchez Cornejo. Pero, por favor, no me llame una vez Sánchez y otra Cornejo porque… ¡Porque me vuelvo loco!
Greta Toland se dirigió al ejecutivo imbécil. Ordenó:
—Consígale un vaso de agua y un valium 10.
—En seguida —dijo el ejecutivo imbécil.
—No es necesario —con algún orgullo, lo frenó Sánchez Cornejo. Y se dio otro toque de ventolín. Greta continuó:
—Estamos en una encrucijada, hey. ¿Llegaron algunos guiones?
—Ya hay doscientos guiones, Miss Toland —informó el ejecutivo idiota.
—Ya sé: ni me lo digan —dijo Greta—. Son una basura.
—Una basura, Miss Toland —confirmó el ejecutivo imbécil.
Greta Toland se puso de pie. Encendió uno de sus finos y largos cigarrillos. Y ahí lo recordó: ese muchacho que encendía los fósforos como Fred Mac Murray en Double Indemnity. Sí, ése. ¿Qué era de él? Preguntó:
—¿Y ese muchacho… Fernando, Fernando Castelli?
—Renunció, Miss Toland —informó Sánchez Cornejo.
—¿Cuándo?
—Hoy.
—Y… ¿por qué?
—No dio argumentos. Dijo: «No vengo más». Y se fue.
—¡Shit! Esperaba algo de ese muchacho. —Greta lanzó una fastidiosa bocanada de humo. Estaba harta de esa reunión. ¿De que servía reunirse con esos tres imbéciles? Dijo—: Váyanse.
—¿Su próximo paso, Miss Toland? —se atrevió a preguntar Sánchez Cornejo.
Greta se encogió de hombros. Dijo:
—¿Y qué remedio me queda? Le compraré los derechos a este… Ricky Mintrone. Pero ¡shit!, podría haber matado dos o tres más por lo menos. —Los miró con inocultable fastidio—: Váyanse. ¿Cuántas veces tengo que decirlo?
Sánchez Cornejo se levantó con dificultad.
—Bue… buenas tardes, Miss Toland.
—¿Le pasa algo?
—No es nada. Son los nervios.
—Cuídese, Cornejo Sánchez.
Sánchez Cornejo trastabilló. Entre el ejecutivo imbécil y el ejecutivo idiota consiguieron sacarlo de la sala.