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¡Se aman!

Esa noche, a las 21.30, el comisario Pietri llego a su oficina en el Departamento Central de Policía. Entró. Estaba allí el oficial Méndez. Leía una revista.

—¿Alguna novedad? —preguntó Pietri.

—Sí, señor —con entusiasmo, Méndez—. Mire, mire qué hermosura. Se lo ve tan bien a usted.

Le mostró la tapa de la revista Gente: Pietri y Julia Rauch, entrelazadas las manos, reían como si toda la felicidad del mundo los colmara.

El titular, en letras amarillas, destellantes, decía:

Estuvimos con ellos y nos contaron todo.

¡SE AMAN!

—¿Cuándo salió esto? —preguntó Pietri.

—Esta noche, señor —informó el oficial Méndez—. Lo felicito, señor. La diputada es muy bonita. Y usted, qué puedo decirle, usted es un grande, señor. Un grande.

Pietri, con fastidio, hizo un chasquido y se fue. Carajo, ¿justo el día de la muerte de Ana Espinosa tenía que aparecer eso? ¿Justo el día de la reaparición de Van Gogh?

Lo admitió: se había apresurado. Pero ¿quién la frenaba a Julia? Parecía no desear otra cosa que hacer público el romance. Y los de Gente. ¡Los de esa revista, por Dios! Se enteraban de las cosas antes que ocurrieran. Al menos de esas cosas.

Subió al bmw. Miró su reloj: eran las 22. Tenía una cita muy importante. Y nada menos que en Park Hyatt Buenos Aires Hotel.

En menos de diez minutos estaba allí. O quince.

Miró el Hotel. Se sintió orgulloso. ¡Qué hermoso Hotel! No cabía duda: la Argentina se iba para arriba. Sólo restaba terminar con Van Gogh para que todo fuera perfecto.

En Recepción ordenó que le avisaran a Miss Greta Toland que el comisario Pietri había llegado. De inmediato le anunciaron que Miss Toland lo aguardaba.

Subió. Entró en la Executive Suite de Greta Toland, quien, ella misma, le abrió la puerta y le sonrió tan ampliamente que Pietri no pudo sino sentir que era, en verdad, muy bien recibido. Y hasta anhelantemente esperado.

Se sentaron en unos grandes sillones. Frente a frente. Greta le ofreció alguna bebida que Pietri, con toda la elegancia de la que era capaz, rechazó y también rechazó el café. Greta, por consiguiente, decidió no perder más tiempo e ir a las importantes cuestiones que deseaba tratar con él. Dijo:

—Yo soy, cómo decirle, comisario, soy… el cine. ¿A usted le gusta el cine?

Brillaron los ojos de Pietri. Dijo:

—Mucho, señora.

Greta Toland continuó:

—Pero voy a ser más precisa. Soy el cine, sí. Pero soy… Hollywood. ¿Le gusta Hollywood, comisario?

—No conozco, señora.

—Algún día, comisario. —Sonrió—: Todo llega.

—Para algunos, sí.

—Para usted, por ejemplo.

Pietri emitió una breve tos. Y carraspeó. Dijo:

—Voy mucho al cine, sí.

—¿Qué películas le gustan? ¿De amor?

—Entre otras.

Greta sonrió con malicia. Dijo:

—Sé que ahora es el gran protagonista de una historia de amor.

—¿Lo sabe?

Greta extrajo de un revistero el ejemplar de la revista Gente con Pietri y Julia Rauch en la tapa. Lo colocó sobre una pequeña mesa.

—«Se aman» —citó. Y dijo—: Lo felicito. Es muy linda ella. —Pietri hizo un movimiento con el cuerpo. Cambió de postura en el sillón. Cruzó una pierna. Otra vez carraspeó. Greta dijo—: No se incomode, por favor. Sólo quería que usted supiera que siempre estoy a favor del amor. Que me encantan las historias de amor. Al fin y al cabo, vivo en Hollywood, comisario.

—Señora…

—Sí, para qué lo hice llamar. Bueno, es muy fácil. Verá, estoy al frente de una gran empresa cinematográfica, Rosebud Pictures. Y quiero hacer un film, un film muy importante, comisario, con el caso Van Gogh.

—Ésa no es una historia de amor, señora.

—Pero es la historia que yo necesito. Hasta diría que la realidad se empeña en trazarla para mí.

Pietri extrajo su boquilla. Puso allí un cigarrillo y lo encendió.

—Qué quiere de mí, señora.

—Que atrape a Van Gogh.

—Estoy en eso.

—Sí, lo sé. Pero…

—¿Pero?

Greta sacó de su cigarrera uno de sus largos cigarrillos rubios. Pietri le ofreció fuego. Ella se negó. Encendió su cigarrillo. Y dijo:

—Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. ¿Conoce esa frase?

—Sí, por supuesto.

—Es falsa. Yo soy una gran mujer y no estoy ni pienso estar detrás de ningún hombre. Ni grande ni pequeño.

—Es su criterio, señora.

—Pero hay otra frase… que yo creo verdadera. Que, creo, comisario, no tiene nada de falso. Vea, la inventé yo. Y la inventé para decírsela a usted esta noche. ¿Quiere escucharla?

—Desde luego, señora.

—Es ésta: detrás de todo policía famoso, de todo policía estrella, hay un oscuro y genial policía, que es quien resuelve los casos. ¿Qué le parece?

Pietri, otra vez, carraspeó. Y se estiró el cuello de la camisa. Esta mujer, pensó, es increíble.

En menos de diez minutos estaban hablando de Colombres.

Media hora más tarde Pietri abandonaba el Hyatt. Y la frase de Greta Toland que repiqueteaba en su cabeza no era acerca de los grandes hombres, de los pequeños, de las grandes mujeres o de los policías estrella. Pietri, aún, la escuchaba decir: «Yo soy el cine, comisario. Soy Hollywood».

Los crímenes de Van Gogh
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