5

Un mal día para Fernando

—Míreme bien. Soy Ana Espinosa. Y lo odio. Porque amo la vida —dijo Fernando parodiando la voz de Ana Espinosa.

Estaba en su habitación y acababa de apagar el televisor. Televerdad, esa noche, le había ofrecido lo que esperaba encontrar: la ira, el odio y el desafío de Ana Espinosa. ¿Qué hacer con esa periodista valiente, desbordante de furia?

¿Asesinarla?

Ese día, al menos, no.

Había sido un mal día para Fernando. Tanto, que pensó en abandonar sus trabajos, sus dos trabajos. Estaba harto de Don Anselmo y estaba, también, harto de Rafael Sánchez Cornejo.

Esa tarde, por ejemplo, Don Anselmo, siempre entre sus dientes el cigarro de hoja apagado y negro, había dicho:

—Esforzate más con la gente, pibe. Ofreceles alguna porno de tanto en tanto. Fernando había dicho:

—Tienen poca salida las porno, Don Anselmo. La última que salió fue Chupetines para Golosas. Y la llevó usted.

—No me faltes el respeto, eh —gruñó Don Anselmo.

—No le falto el respeto —dijo Fernando—. Sólo digo la verdad.

—No siempre hay que decir la verdad —gruñó una vez más Don Anselmo.

«Viejo pajero», pensó Femando.

Esa tarde, en Todofilm, Sánchez Cornejo le pidió unos filmes del Archivo. Fernando demoró en encontrarlos. Finalmente se los entregó. Sánchez Cornejo dijo:

—Qué bien, pibe. ¿A vos no te dicen Eyaculación Precoz?

—¿Por qué?

—Por lo rápido —dijo y largó una risotada.

«Imbécil», pensó Fernando.

Esa noche, en su habitación, miró Televerdad. Miró a Ana Espinosa.

¿Qué hacer con esa periodista?

¿Asesinarla?

Ese día, al menos, no.

Sin embargo, sintió unos enormes deseos de estar cerca de ella.

Mirarla.

«Míreme bien. Soy Ana Espinosa».