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Tres crímenes más
Greta Toland estaba alojada en el Park Hyatt Hotel Buenos Aires. Hubiera preferido ir, también esta vez, como siempre, al Sheraton, pero los de Todofilm, Rafael Sánchez Cornejo sobre todo, insistieron en que no, en que, ahora, la gente como ella, la gente de su nivel, debía estar allí, donde ahora ella, Greta Toland, estaba. En el Hyatt.
Greta, con alguna reticencia, aceptó. Pero fue, en efecto, reticente: dijo que le habían dicho que ese Hotel había sido construido con dinero del narcotráfico. A lo que Sánchez Cornejo respondió que si uno se disponía a aceptar todas las infamias que se decían sobre el actual gobierno de los argentinos —así dijo: de los argentinos— debía terminar aceptando que hasta las cajitas de fósforos se hacían con dinero del narcotráfico. Greta preguntó: «¿Y no es así?». Y Sánchez Cornejo respondió: «No. Se trata de una campaña de los retardatarios comunistas locales que no toleran ver que el país, finalmente, avanza con firmeza en la senda de la economía de mercado». Greta Toland, en suma, se alojó en el Hyatt. Más exactamente: en la Executive Suite, que costaba 800 dólares diarios.
Y esa noche recibió un llamado telefónico. Un llamado que, en verdad, deseaba recibir.
—¿Greta Toland?
—No diga su nombre —dijo Greta—. No es necesario. ¿Cómo supo que estaba en este Hotel?
—Sus subordinados nativos creen vivir en un nuevo y opulento país, señora. Y creen que ese Hotel es un símbolo del actual estado de cosas.
—¿Tiene algo para decirme?
—¿Le entregaron muchos guiones?
—Muchos. Y todos malos.
—Escúcheme: no arregle nada con el pequeño pez que atraparon. Tenga paciencia, Miss Toland. La historia de Van Gogh no terminó. Espere mis nuevas noticias. Aún faltan tres crímenes. Buenas noches.
Greta Toland colgó el auricular.
«Tres crímenes más», se dijo. «Eso da cien minutos. Perfecto. Una gran película».