LXIII Las coincidencias no
existen
«La fórmula más habitual en mi profesión es
la siguiente: 'Cómo' más 'por qué' es igual a 'quién'»
Mary, Mary (James
Patterson)
A las nueve en punto de aquel sábado Lorenzo
entró por la puerta de la comisaría sin saber que aquel día
resultaría crucial para la resolución del caso. Maxi y Daniel lo
acompañaron a la sala de reuniones, donde se encontraban varios
compañeros más, con un maremágnum de papeles impresos y un par de
ordenadores portátiles.
—Ya te advierto por adelantado que como te
pongas chulo, me encargo de empapelarte y de que vayas directo para
Villabona.
Lorenzo no parecía muy ilusionado con dar
con sus huesos en la cárcel, así que decidió no entrar en el duelo
dialéctico con Maxi.
—Bien. ¿En qué puedo ayudar?
—Todos los datos que hay aquí son
confidenciales —remarcó Maxi— y en todo momento vas a estar rodeado
de uno o más agentes, así que no intentes pasarte de listo, robar o
modificar nada, ¿entendido?
—Alto y claro —respondió con
solemnidad.
—Tenemos un montón de información —tomó la
palabra Daniel— de todos los sospechosos de ambos crímenes, pero no
logramos dar con nada que no sea circunstancial y que pueda
relacionar a dos o más personas con alguno de los dos asesinatos,
como tú habías sugerido.
—¿Qué tipo de información tenéis?
—De todo tipo. Bancaria, del trabajo actual
y trabajos anteriores, familiares vivos o fallecidos recientemente,
estado civil, declaraciones de la renta...
—¿Y nada?
Daniel negó con la cabeza.
—Veamos. Anoche estuve pensando y se me
ocurrió que quizá haya que buscar otro tipo de datos... más
relacionados con el ocio o similares. Si pertenecen a algún tipo de
club, si son socios del Sporting, abonados de los toros, si usan
los centros municipales, las piscinas, bibliotecas... ese tipo de
cosas.
—También tenemos esos datos. Creo que los
tenemos —dudó Daniel. Otro de los agentes comenzó a pasar hojas
hasta dar con algo de lo que había citado Lorenzo. Le tendió varias
hojas grapadas. Se trataba de la ficha correspondiente a Felipe
Pastor. En ella se podía ver, entre otras cosas, que era un sufrido
seguidor del Real Sporting de Gijón, el equipo de fútbol
local.
—Mmm, ya veo. ¿Y tampoco habéis encontrado
ninguna conexión?
—Bueno, no lo habíamos planteado de ese modo
—confesó el agente que le había dado las hojas—. Al menos no
comparando de forma exhaustiva ese tipo de cosas —dijo a modo de
disculpa.
—¿Sabemos si alguien pertenece a algún club
de tiro?
—¿Lo dices por Marcos Tuero?
—Sí. Vamos, por el de la Semana Negra. Le
dispararon, ¿no?
—¿Crees que somos imbéciles? —intervino
Maxi—. Si tuviésemos al tirador, ya lo habríamos encarcelado.
Ninguno de los sospechosos tiene licencia para un arma del calibre
del que usaron contra él.
—¿Y de otros calibres?
Maxi quedó pensándose la respuesta. Daniel
le echó un cable:
—Creo que podríamos volver a estudiar el
tema.
—Yo miraría —apuntó Lorenzo— si alguien es
miembro de algún club de tiro, o de caza, o si tiene o ha tenido
algún familiar que haya sido militar, o incluso policía.
Maxi aceptó a regañadientes la propuesta del
detective. Entre él y Daniel repartieron el trabajo, dándole a
Lorenzo una parte como si de uno más se tratara. Éste se quedó allí
en la sala de reuniones con Daniel y Alejandro. El resto se fueron
a sus respectivas mesas o a alguna sala libre. Acordaron poner los
datos en común dos horas después, salvo que alguien hiciese un
descubrimiento realmente significativo antes.
—¿Qué tal, chicos? ¿Cómo ha ido la cosa?
—Daniel parecía el más optimista tras varias horas de dejarse los
ojos sobre el papel y las pantallas de los ordenadores.
—Yo tengo algo.
—Y yo también.
El resto se mantuvieron en silencio, no
parecían especialmente orgullosos de sus hallazgos. Maxi ejerció de
moderador:
—Adelante. ¿Qué habéis averiguado?
—Esteban Zúñiga es el único que tiene
licencia de armas. Al parecer, es cazador.
Así que el amante de las conspiraciones
puede disparar un arma. Eso era muy interesante, pensó Lorenzo, sin
decir ni pío.
—Evidentemente —siguió el agente—, no tiene
licencia para un arma del calibre de la usada en la Semana
Negra.
—Como ya dijo el menda —recalcó exultante
Maxi.
—¿Qué más? —apremió Daniel.
—Además de Felipe Pastor, Jorge Martín
también es socio del Sporting —apuntó uno de los agentes más
jóvenes.
—¡También yo lo fui muchos años! —refunfuñó
Maxi—. ¿Soy sospechoso, por tanto?
—Lo que eres es valiente. Ir a El Molinón
jugando como juegan a veces es todo un acto de fe —contestó
Lorenzo, antes de aclarar—: Yo los veo por la tele. Se sufre igual,
pero cuesta menos.
Tras unas breves risas, el detective siguió
diciendo:
—Yo también tengo un par de cosas. Tres en
cierto modo. Veamos... —Consultó sus notas antes de enumerar—: Por
una parte, Patricia y Diana, o mejor dicho sus empresas, han
colaborado con AGISS, imagino que de ahí conocían a Ricardo, y
también entre ellas, en algún proyecto conjunto. Me explico: sus
empresas han colaborado, no quiero decir necesariamente que ellas
dos se conozcan, puede que sí o puede que no.
Maxi azuzó a Lorenzo:
—Está bien. ¿Qué más?
—Segundo. Arturo Doriga y Patricia van al
mismo gimnasio.
—Vaya chorrada.
—Mucha gente va al gimnasio a socializar o,
directamente, a ligar. Arturo, si no os he entendido mal, tiene
fama de ligón, así que podría ser que se conociesen e incluso que
mantuviesen algún tipo de relación. Son de una edad parecida.
—Es difícil de probar —replicó Daniel—, pero
podemos intentarlo.
—¿Tercero? —instó Maxi.
—Repasando las declaraciones y con lo que me
ha comentado Daniel —éste asintió con la cabeza—, he visto que
todos los sospechosos tienen una coartada más o menos sólida para
el crimen del que se les acusa, pero se me ha ocurrido que no todos
la tienen para el otro.
—¿Qué clase de disparate...? —interrumpió
Maxi, pero Lorenzo prosiguió de todos modos.
—Lo sé, lo sé. Suena a chifladura pero me
gustaría que, entre todos, comprobásemos quién no tiene coartada
para el otro crimen. Es decir, quién no pudo cometer el crimen de
Moreda pero sí el de la Semana Negra y viceversa.
—Lo que dices no tiene pies ni cabeza.
—Por intentarlo no perdemos nada —intercedió
Daniel.
—¿Qué me decís ahora? —preguntó visiblemente
satisfecho el detective.
—Es factible, aunque no entiendo el motivo
—dijo Daniel.
—Los dos leéis demasiadas noveluchas baratas
—objetó Maxi—. Seguimos sin tener pruebas y, aún en el remoto caso
de que tengas razón, y personalmente lo dudo, no nos sirve de nada
sin una confesión.
—Por eso es por lo que vais a volver a
citarles a declarar.
—¿Sin una causa probable?
—Vamos, hombre... Sois la policía. Además,
el jefe os ha dado caña para que acabéis de una vez con esto,
¿no?
—¿Y qué propones? ¿Citarlos a todos de
nuevo? ¿Y cuándo?
—Esta tarde, para que no les dé tiempo a
reaccionar. Y no a todos. Yo creo que con éstos —subrayó sobre el
papel cinco nombres, pero uno de ellos tenía un interrogante al
lado— debería servir, si mi teoría es correcta.
Maxi cogió el boli y tachó el nombre junto
al interrogante.
—Ella no está en Gijón, que sepamos.
—En ese caso, no la citéis —dijo
sonriendo.
—¿Estás seguro de que resultará? —preguntó
Daniel—. Mejor dicho, ¿estás seguro de que tu teoría es
correcta?
«No del todo», pensó.
—Sí, estoy seguro. Como vosotros bien
sabéis, cuando se trata de crímenes, las coincidencias no
existen.