XXXV Los puntos sobre las íes
«Nadie ofrece tanto como el que no va a
cumplir»
Francisco de
Quevedo
Un cambio de cromos o cómo tomarnos por
bobos por Jaime Cano
Tan sólo cuatro días después de hacerse
públicos los salarios de la actual Junta de Gobierno, ésta ha hecho
un nuevo anuncio oficial: en esta ocasión un cambio de puestos en
nada menos que cuatro de los ocho miembros que, junto a nuestro
ilustrísimo alcalde, componen dicha junta. Y digo cambio de
puestos, o de cromos si lo prefieren, que no de personas, dado que
lo único que cambia es quién se encarga de cada una de las
concejalías, pero sin incorporar a ninguna persona ajena a la
junta. El antiguo concejal de Seguridad Ciudadana intercambia cargo
con el de Urbanismo; el secretario pasa a ser el concejal de
Mantenimiento y Obras, etc. (tienen la reseña completa a la
izquierda de esta página, si les interesa).
Y yo me pregunto: ¿pueden, apenas a unos
meses vista de las elecciones, cada una de estas personas, a
quienes evidentemente se les presupone su valía, cambiar así como
así de cargo y adaptarse rápida, dinámica y eficazmente en tan poco
tiempo? ¿Tendrán oportunidad de tomar algún tipo de medida
eficiente que contribuya a la mejora de las actuales deficiencias
existentes en nuestra ciudad? ¿Las decisiones que tomen y las
medidas que pretendan llevar a cabo, llegado el caso, entrarán en
conflicto con las adoptadas previamente por sus predecesores en el
cargo? Y, en cualquier caso, ¿una hipotética victoria de otro
partido (ahora mismo los sondeos establecen una intención de voto
muy favorable a la oposición, en detrimento del actual gobierno)
invalidará todas estas medidas que se hayan podido tomar a última
hora y sin apenas tiempo a digerirlas?
Es sólo una opinión pero no me negarán que
estos cambios parecen ejercitados con nocturnidad y alevosía o, al
menos, un humilde servidor no alcanza a encontrarles mayor sentido
que el de liar la madeja o intentar tomarnos por bobos a los
ciudadanos. Y, como reza el conocido eslogan de una cadena de
tiendas de electrónica, "yo no soy tonto". ¿Y ustedes?
Patricia Cornejo había llegado más pronto
que de costumbre aquella mañana de lunes; tenía bastante trabajo
acumulado y sabía que tendría que intentar que agilizar los
trámites, mover los hilos y concertar las reuniones en el
transcurso de esa semana, puesto que la siguiente comenzaba agosto,
mes en el que era prácticamente imposible sacar nada adelante, con
lo que habría que dejar algunos temas ya aplazados para
septiembre.
A sus treinta y siete años, se encontraba en
un gran momento en el terreno laboral: ejercía las funciones de
responsable de calidad y dirección estratégica en una importante
consultora con sucursal en Gijón, coordinando numerosos proyectos
tanto a nivel administrativo como técnico y económico. Había varias
personas que dependían directamente de ella, cosa que le producía
gran satisfacción, tras años de ejercer de subordinada; tenía
bastante libertad para tomar decisiones, lo cual también le
complacía, y además estaba constantemente asistiendo a reuniones
con otras empresas de sectores afines, lo que le permitía ampliar
sus contactos en el apartado laboral y, en ocasiones, también en el
apartado personal.
Así era como había conocido a Ricardo, un
hombre educado, locuaz y con grandes dotes de seductor. Lo que
había comenzado como una mera relación profesional había pronto
derivado en una intensa y apasionada relación personal. Ricardo
había significado mucho para ella pero, evidentemente, tras su
muerte, era agua pasada. Lo mejor que podía hacer ahora era
olvidarse de él y centrarse en su trabajo. La llamada de Lorenzo la
había sorprendido hasta cierto punto. Había algo que no encajaba en
aquella voz juvenil que se había identificado como agente de la
policía. Si hurgaban un poco en la vida privada de Ricardo, sin
duda acabarían dando con ella y le harían preguntas, eso era lógico
y contaba con ello, pero aquella llamada tenía algo de raro...
Sabía que se había mostrado dura e inflexible, aparte de haber
mentido, negando tajantemente su relación con el muerto, pero creía
que sería mejor de esa manera. Si querían volver a ponerse en
contacto con ella, que lo hiciesen, le traía sin cuidado. En fin,
posiblemente todo aquello fuese mera rutina. Terminó de ordenar los
papeles sobre su mesa y consultó el reloj para ver si ya era una
hora razonable para efectuar la primera llamada telefónica de la
mañana.
Diana Zamora también había madrugado más de
la cuenta para ir a trabajar aquel lunes. En realidad, desde que
Lorenzo la había llamado la semana anterior, no había dormido bien
ni una sola noche. Soñaba con Ricardo, y con ella, juntos,
acaramelados en la habitación de algún hotel e, instantes después,
se veía a ella misma presenciando su muerte de mil maneras
distintas. A veces era ella la ejecutora: lo empujaba desde un
puente, le disparaba con una pistola, lo ahogaba con una soga...
Otras veces era una mera espectadora, y contemplaba cómo alguien
acababa con su vida golpeándole con un martillo, clavándole un
puñal, arrojándolo desde una ventana...
En todas las ocasiones, despertaba empapada
en sudor, con el corazón a mil por hora y los nervios crispados. Se
sentía amargamente culpable. No podía concebir cómo había sido
capaz de abandonar el hotel Ciudad Gijón sin más, sabiendo que él
estaba muerto, que ya no iba a volver a verle nunca más.
Su único consuelo desde entonces había
consistido en refugiarse en su trabajo donde, a diferencia de en el
terreno amoroso, no le iba nada mal. Responsable de marketing desde hacía casi cuatro años, su empresa
confiaba cada vez más en ella y le iba dando mayor libertad para
tomar decisiones y proponer planes de mejora en las relaciones
comerciales con otras empresas. Así, gracias a sus frecuentes
viajes por motivos profesionales, era como lo había conocido. Una
cosa había llevado a la otra y, ni siquiera la alianza que lucía
con escaso pudor Ricardo, le había hecho echarse para atrás y
entorpecer su relación.
Lo malo era, como siempre suele suceder, la
distancia. Si alguno de los dos lograse establecerse en una misma
ciudad de forma definitiva... pero eso era una quimera, lo sabía
perfectamente. Sus respectivos trabajos no se lo permitirían jamás,
aparte de que, por más que le pesase, tampoco estaba ni medio
segura de que Ricardo fuese capaz de abandonar para siempre a su
mujer. Quizá su muerte, después de todo, fuese la mejor solución
para todas las partes. ¿Verdad?
Más de lo mismo por Arturo Doriga
La Junta de Gobierno local celebró anteayer
una sesión extraordinaria que ha redundado en una serie de cambios
en el organigrama gubernamental (pueden encontrar la información
más detallada en este mismo diario, en la página 12). La situación
económica, social y laboral, tanto de la región como de nuestra
bella ciudad, no pasa por su mejor momento y quizá sea tiempo de
cambios. Lo que no parece, sin embargo, tan coherente es que dichos
cambios consistan únicamente en renombrar las concejalías, inventar
alguna nueva, o intercambiar los cargos sin más, manteniendo a las
mismas personas que han llevado la gestión en los tres años
precedentes.
¿Renovarse o morir? Desde luego, pero dichos
cambios serían, posiblemente, más productivos si se introdujese
sangre nueva, gente que pueda aportar ideas y soluciones
diferentes, en vez de limitarse a reconvertir lo que ya hay,
llamándolo de otro modo e intercambiando los puestos. A sólo unos
meses de las elecciones, y no nos olvidemos que esto es algo que
tienen muy presente los políticos, tanto el gobierno como la
oposición, estos cambios pretenden suponer un punto de inflexión en
la política local aunque, sinceramente, a mí me parecen más de lo
mismo.