XIV Lorenzo Spencer & Miguel Guster

 

 

«Shawn —¿Reina Nurfututi?
Jules —Nefertiti.
Shawn —Lo he oído de las dos formas»
Psych (serie de televisión)

 

Por segundo día consecutivo el diario El Comercio dedicó una columna en sus páginas de sucesos al asesinato de la Semana Negra. Las diligencias que estaban llevando a cabo los miembros de la Junta de Gobierno local de momento sólo habían permitido que la noticia no saliese en portada de ningún periódico, pero no habían podido evitar que se hablase de ello en las páginas interiores. Y así, a través de El Comercio aunque en su versión digital, fue como Miguel Canales, por lo general desconectado del mundo, se enteró del suceso en la tarde-noche del jueves. No tardó en ponerse en contacto con Lorenzo para ver qué sabía acerca del tema.
—Dime Migue.
—Hola, ¿te pillo en mal momento?
—No, no, a ver déjame adivinar. ¿No se te ocurren pelis de CiFi y quieres que te sugiera unas cuantas?
—Vaya fama. Cría cuervos...
—... y si te he visto no me acuerdo —completó Lorenzo sardónicamente. Sintió un leve gruñido al otro lado de la línea y añadió—: ¿O era amanece más temprano?
—Muy gracioso. Cualquiera diría que estoy siempre molestándote o pidiéndote favores —dijo Miguel solemnemente. Antes de que su amigo pudiese replicar nada, agregó—: Era para preguntarte una cosa, pero si tanto molesto...
—Venga, hombre, no te pongas así. A ver, dime.
—Antes de ayer fuisteis a la Semana Negra, ¿no?
—Sí.
—¿Y os enterasteis de lo que pasó?
—¿Lo del tío al que se cargaron a tiros? Sí, algo he oído o leído en algún sitio, pero la verdad que no le han dado mucha publicidad... ¿Lo conocías o algo?
—No, no, ni idea. ¿Estabais por la zona cuando pasó?
—No, qué va. Estábamos bastante lejos, esto fue donde la noria o por ahí, creo. Nosotros estábamos en una cafetería casi en el otro extremo. Ya te digo que lo vi por la tele o por Internet, no sé.
—Bueno, en cualquier caso, era por si, inspirado o no en ello, podías echarme un cable con la novela. Estoy un poco atascado y cualquier idea que me puedas, bueno, que me podáis dar, me vendría de perlas.
—Bueno, lo cierto es que, aunque no me lo crea ni yo mismo, tengo un caso real entre manos.
—¿Un caso real? Coño, eso se avisa. Cuenta, cuenta.
—Hombre, por teléfono...
—Vale, pues quedamos. Me cuentas eso y, si hay tiempo, me das alguna idea para la novela. ¿Qué te parece mañana hacia las siete o siete y algo?
—Espera, déjame ver... —Tapó el auricular y pegó una voz para que Sara, que se encontraba en otra habitación, se acercase a él. Después le dijo—: Dice Miguel que si podemos quedar mañana hacia las siete o así, ¿algún problema?
—No, que yo sepa ninguno.
—Vale... ¿te apetece ir a algún sitio en especial?
—No sé, me da igual...
—¿Le digo que al Le Monde por ejemplo?
—Vale, perfecto.
—Migue.
—Sí, te escucho.
—¿Mañana a las siete en el Le Monde?
—El Le Monde es el de las gominolas, ¿no?
—Sí, ése mismo.
—Muy bien, nos vemos allí entonces. Hasta luego.
—Talueguín.

 

El viernes por la mañana Lorenzo se levantó pronto para ponerse de lleno con el caso para el que le habían contratado. Aunque alguna de las fotos que había tomado de tapadillo el día anterior en la comisaría había salido un poco borrosa, con la actual calidad de las cámaras fotográficas y la amplia oferta de aplicaciones informáticas de diseño y retoque fotográfico, no tuvo mayor problema en descifrar el contenido íntegro del expediente del «crimen de Moreda», que incluía tanto los datos esenciales del hallazgo del cadáver, como el testimonio e identidad de los testigos y un resumen del informe del forense donde se detallaba el momento aproximado y la más que plausible causa de la muerte. Fiel a su carácter metódico, tomó unas notas simplificadas de lo más destacado:

 

Datos relacionados con el cadáver
Descubierto: sábado 10 julio, 10:50 AM, parque Moreda
Muerte: viernes 9 julio, 3:00-4:00 AM, lugar por determinar
Causa: ¡¡envenenamiento!!
Observaciones: posteriormente su cuerpo ya sin vida fue arrojado desde gran altura, presumiblemente el propio puente, para simular burdamente suicidio

 

Testigos
1. Juan Granda y Gonzalo: abuelo (81 años) con nieto (5)
2. Luisa Marqués-Bayón (54) fue a posteriori a comisaría a declarar voluntariamente. ¿Sospechoso vestido de corredor?

 

Pertenencias del cadáver
1. Ningún tipo de identificación, pese a ir trajeado. Ni cartera, ni dinero suelto, ni tarjetas.
2. Teléfono móvil encontrado a varios metros del cuerpo -> así identificaron a Ricardo
Últimas llamadas perdidas:
a) 694040781
b) 644160483

 

Se quedó un rato mirando sus notas y escribió a continuación:

 

Hipótesis muerte
1. Se envenena accidentalmente y alguien, al descubrirlo, lo lanza desde el puente, fingiendo asesinato. ¿Para qué tomarse esas molestias?
2. Lo mismo pero adrede (suicidio). Misma pregunta.
3. Alguien lo envenena y luego lo lanza desde el puente
4. Cómplices: uno le da el veneno y otro lo lanza. Plausible, aunque ridículo...

 

Cuestiones sin resolver
1. La policía comienza la investigación y acto seguido la da por terminada, sin molestarse en descubrir nada. ¿Por qué?
2. Se llevan documentación y dinero pero no el teléfono móvil. ¿Por qué?
a) Descuido
b) Deliberado
3. ¿Se han puesto en contacto con los números que figuran en el móvil? ¡¡Averiguar identidad de esas personas!!
4. ¿Envenenado? Mal método, fácil descubrir... ¿Al asesino no le importa que se sepa NO suicidio? En tal caso, ¿para qué tirarlo desde el puente?

 

Al concluir, releyó lo que había escrito y tachó la opción número cuatro de las «Hipótesis de la muerte», considerando que esa opción era demasiado remota, y subrayó la número tres, que le parecía la más razonable. «Muchas preguntas, muchos interrogantes; pero al menos ya tengo un punto de partida», pensó. «Lo mejor será averiguar a quién pertenecen los números de teléfono».

 

El Le Monde II era otro de los lugares de encuentro preferidos por Lorenzo y Sara. Ubicada en la avenida del Llano, a unos quinientos metros en línea recta de un conocido centro comercial, era una cafetería de notable tamaño, que recientemente se había visto obligada a escindirse internamente en dos zonas separadas por una pared, para cumplir con la ley del tabaco para ese tipo de establecimientos, habilitando una parte para fumadores y otra para no fumadores. En la zona de no fumadores disponía de las tradicionales mesas cuadradas con sillas de madera barnizada típicas de hostelería, generalmente cuatro por mesa, mientras que en el área donde se permitía fumar, las mesas, redondas, pequeñas y a escasa altura del suelo, estaban acompañadas por unos taburetes acolchados, así como de unos sillones anchos y muy cómodos, habitualmente dos por mesa, con lo cual mucha gente que iba en pareja escogía esa zona por la comodidad, pese a no ser fumadores.
Tenía, también, una máquina de pinball, una mesa de billar y una diana para jugar a los dardos, con lo que era fácilmente comprensible que gozase de gran popularidad entre la gente joven. Y a todo lo anterior había que añadir el generoso pincho que acompañaba a cada consumición, compuesto por un mezcla de frutos secos y todo tipo de gominolas, muy del agrado de Lorenzo y Sara quienes, haciendo gala de su puntualidad habitual, llegaron al local antes que Miguel.
Lorenzo llevaba puesta una camisa de cuadros rojiblancos —«la del Sporting», solía decir él— y un pantalón vaquero azul oscuro. Sara vestía una camiseta morada con ligero escote en V, parcialmente cubierto por un collar negro de perlas, y unos pantalones marrones. El local estaba mediado en ambas zonas y decidieron tomar asiento en una mesa con cuatro sillas en la parte de no fumadores. En la mesa de delante, tres señoras setentonas jugaban animadamente al parchís. Una de ellas, con el pelo rojizo a causa de un estrafalario tinte, agitaba los dados en el cubilete mientras las otras dos, que parecían la antítesis la una de la otra, esperaban su turno. Una era alta y corpulenta, llevaba el cabello teñido de rubio ceniza y gafas de cristales blancos, y vestía una blusa oscura; la otra, baja y muy delgada, sin gafas, tenía el pelo totalmente gris y lucía una chaquetilla color crema. En la mesa de la izquierda, una pareja de adolescentes, unidos por los piercings y quién sabe si por el amor, tomaban un par de cervezas. Hacia el fondo, en la mesa más cercana a la puerta, otra pareja, ésta de veinteañeros, tomaban un par de refrescos y jugaban al Trivial.
Lorenzo y Sara pidieron un par de refrescos y contemplaron con agrado el suculento plato de ganchitos, cacahuetes y gominolas que les sirvieron con ellos. En la televisión, el canal MTV Dance ofrecía todo un surtido de videoclips, generalmente protagonizados por chicas de ropa escueta y extravagante contoneándose y luciendo cacha bajo una música insufrible. Miguel tan sólo tardó unos minutos en aparecer, enfundado en un polo verde musgo, combinado con un pantalón beige. Entró por la puerta que daba a la zona de fumadores y, al no encontrarlos en ninguna mesa, pasó a la otra sección del local, donde los localizó rápidamente y se sentó a su mesa.
—Hola, pareja. ¿Qué tal? —Y mirando al plato de los pinchos, añadió—: Vaya cómo os cuidáis, ¿eh?
—Ya ves, el que sabe sabe...
—Así que cómo es eso de que tienes un caso real... —El camarero cortó la conversación momentáneamente—. Un Biosolán.
—¿De naranja?
—Sí, gracias.
Cuando el camarero se hubo ido, Miguel preguntó:
—¿De cuántos sabores hay estos chismes ya?
—De cuatro —contestaron simultáneamente Sara y Lorenzo. Éste dejó que fuese la chica la que completase la explicación—: De naranja, limón, manzana y melocotón.
—El de melocotón no lo suelen tener en la mayoría de los sitios —aclaró Lorenzo—, pero no te pierdes gran cosa. Yo lo probé una vez y no me gustó. Era como muy espeso, grumoso, no sé, no me convenció.
—Yo la verdad que es que cuando lo pido siempre pienso en el de naranja, como fue el primero en salir... Tendré que probar otro algún día.
Según hablaban, iban dando cuenta del aperitivo. Lorenzo cogió una gominola negra muy peculiar. Miguel la miró con extrañeza.
—¿Eso es un cocodrilo?
Lorenzo asintió mientras lo engullía.
—Ya no saben qué inventar —expresó Miguel en voz alta—. Bueno, contadme. ¿Así que ahora trabajas como detective de verdad de la buena? —Y dirigiéndose a Sara—: ¿Y tú también participas?
—No, bueno, yo... le ayudaré en lo que haga falta, pero en principio el trabajo es todo suyo.
—Bueno, ella también me echará un cable de vez en cuando —corroboró Lorenzo—, pero de momento estoy yo solo —omitió deliberadamente el asunto de Carolina, aunque sí le informó de los detalles generales del caso.
—Entonces, en vez de pediros ayuda para mi novela de ficción, puedo hacer una versión novelada de tu caso real —exclamó triunfalmente.
—Vale, puedes escribir una novela con mis andanzas como detective siempre y cuando cumplas unas pequeñas cláusulas.
—Está bien. ¿Qué cláusulas?
—Para empezar, me describirás a lo Pierce Brosnan en la época que hacía de Remington Steele.
—Hecho.
—¿Yo también voy a salir en el libro? —preguntó con visible interés Sara.
—Claro —respondieron Lorenzo y Miguel al unísono.
—Pero me da vergüenza... —protestó ella.
—¿Ser un personaje de novela? ¡Qué tontería! —dijo Miguel.
—Además —añadió Lorenzo—, te pintará como una diva. ¿Quién quieres ser: Salma Hayek, Monica Bellucci?
—Sí, claro, como me parezco tanto...
—No te pareces, eres mucho mejor. En realidad con que te describa tal cual eres...
Sara se sonrojó.
—Adulador...
Lorenzo echó una rápida mirada a Miguel.
—Y nada de incluir escenas erótico-festivas, que te veo venir.
—Señor, sí, señor. —Saludo militar. Después se quedó unos segundos pensando—. ¿Y yo no podría también participar en la trama? ¿Una especie de ayudante del detective?
—Como Watson —apuntó Sara.
—Yo más bien le veo como Gus, el amigo de Shawn en Psych.
—Mmmm, bueno, no lo veo mal del todo —concedió Miguel.
—Puedes decir que hemos montado nuestra propia agencia de detectives videntes.
—Tú ya tienes una agencia de detectives —esclareció Sara.
—Sí, de un solo hombre. Y además sin ser vidente.
—Agencia Psych a la gijonesa —meditó Miguel—. Me gusta.
Lorenzo y Miguel chocaron los puños como en la serie. La chica les miró como si estuviesen chiflados. Lorenzo la contempló con fingida seriedad.
—Te toca ser Jules...
—Pero es rubia... y policía.
—Claro, por eso ésta es nuestra Agencia Psych a la gijonesa. —Reflexionó unos instantes—. El nombre no me convence, piensa algo más ingenioso, Miguel.
—Aquí el del ingenio eres tú, Shawn.
—Ya, cierto, Gus. Ya pensaré algo.
Los tres se rieron.
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
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