LVIII El condensador de fluzo

 

 

«Doc —Pues dime, 'chico del futuro', ¿quién es el presidente en 1985?
Marty —Ronald Reagan.
Doc —¿Ronald Reagan? ¿El actor? ¡JA! ¿Y quién es el vicepresidente? ¿Jerry Lewis?»
Regreso al futuro

 

El jueves 5 de agosto comenzó de forma análoga al martes día 3 para Lorenzo. Volvía a estar en la comisaría reunido con Maxi y Daniel. La diferencia era que esta vez le habían convocado ellos. Maxi se mostraba nuevamente hostil con el detective.
—Supongo que ya sabes por qué estás aquí —gruñó.
—Hemos tenido en cuenta tu información y hemos hablado con los antiguos compañeros de Ricardo —aclaró Daniel por suavizar un poco el ambiente.
—¿Y habéis descubierto algo? —Lorenzo había decidido tutear a los policías. Le resultaba más cómodo, en especial con Daniel, que aparentaba su misma edad.
—Nos han dicho lo mismo que a ti.
—Lo mismo que tú nos contaste —matizó Maxi—. ¿Cómo podemos saber que no estás compinchado con ellos? ¿Cómo coño accediste a sus datos? ¡Desembucha!
—Tengo mis fuentes. No he incumplido ninguna norma ni vulnerado ninguna ley, me he limitado a hablar con mucha gente. Algunas charlas han sido más fructíferas que otras, claro está. Y os he puesto en bandeja a la gente más cercana al difunto Ricardo. No veo a qué viene tanta hostilidad.
—Yo te diré a qué viene tanta hostilidad, niñato de mierda. ¿Te crees que esto es un puto juego? ¿Es eso lo que piensas? Hay un fulano que ha sido asesinado. Y tú con tus ridículos modales, con tu verborrea de sabelotodo y con tu mierda de licencia... ¿crees que puedes darme consejos a mí? ¿A mí? ¿Acaso tienes licencia de armas? —Lorenzo negó con un gesto—. ¡Antes de que tú hubieses nacido yo ya había detenido a cientos de criminales! ¡Había disparado miles de veces! Así que deja de tocarme los cojones, ¿estamos?
A Lorenzo aquella retahíla le sonaba extraordinariamente familiar. Ya la había oído antes. Al sargento de artillería Highway. «He bebido más cerveza, he meado más sangre, he echado más polvos y he chafado más huevos que todos vosotros juntos, capullos». En cualquier caso, Maxi distaba mucho de resultar tan convincente como Clint Eastwood y Lorenzo tenía la firme sospecha de que no podría permitirse los métodos que utilizaba Clint en sus películas. Habló, pues, con relativa tranquilidad y mirando alternativamente a ambos policías, evitando la confrontación directa con Maxi, por si éste lo tomaba como un desafío:
—Como ya os dije antes de ayer, no sé nada más que lo que os he contado. Si hablé con estas personas es por el mismo motivo que vosotros, por tratar de averiguar quién y por qué asesinaron a Ricardo.
—Empiezo a pensar que estás más interesado de la cuenta —replicó Maxi, que parecía haberse calmado ligeramente tras su sermón—. Es una lástima que no sepas ni disparar un arma, porque tenemos otro homicidio sin resolver. —Lorenzo se imaginó que hablaba del de la Semana Negra—. Hay que joderse, un detective sin licencia de armas, lo nunca visto... —se mofó el policía. A Lorenzo se le ocurrió una respuesta ingeniosa, pero desestimó compartirla con los agentes.
Pablo entró en la sala y le dijo algo al oído a Maxi. Éste cuchicheó algo con Daniel y luego dijo en voz bien alta:
—Volveré en breve, no te preocupes, niñato.
—¿Y cómo es que decidiste hacerte detective? —preguntó Daniel cuando se quedaron a solas. Parecía que realmente le interesaba la respuesta.
—No lo sé... Es curioso que a veces las preguntas más sencillas sean las más difíciles de responder —comenzó Lorenzo—. Supongo que la culpa fue de la literatura. Siempre he sido muy aficionado a la lectura, en especial del género negro o policiaco. Imagino que pensé que emular a mis ídolos literarios era una buena manera de ganarme la vida.
—¿Y lo es?
Por alguna extraña razón, Lorenzo se sintió obligado a sincerarse con él.
—¿Entre nosotros? Es la primera vez que investigo un homicidio.
—Me lo imaginaba.
—La mayoría de las veces me contratan para pijadas: un menor que se escapa de casa, un marido que sospecha que su mujer le pone los cuernos o viceversa, alguna pequeña desaparición de efectos personales en la que se sospecha que el mangante ha sido algún familiar...
Se produjo una pequeña pausa. Daba la sensación de que Daniel estaba valorando si comentarle algo o no. Todo se fue al garete al regresar Maxi. Intercambió una mirada de complicidad con su joven compañero y retomó las preguntas:
—¿Por dónde íbamos? Ah, sí, creo que ibas a decirnos quién lo hizo. Tú conoces la identidad del asesino, si es que acaso no eres tú mismo.
Si pensaba que aquella estratagema le iba a llevar a algún lado, lo llevaba claro.
—Sí, claro. Me contrata una persona que no conozco de nada para investigar la muerte de un hombre al que tampoco conozco y que está relacionado con un mundillo que poco o nada tiene que ver conmigo, y resulta que soy yo el asesino. Si quieres, apunta ahí también —dijo señalando con la mandíbula unas hojas que había sobre la mesa— que yo maté a Kennedy.
Daniel sonrió, Maxi extrañamente lo dejó pasar. Sorprendentemente, cambió de estrategia:
—¿Qué nos ocultas?
—Ya os lo he dicho: nada.
—Algo más tienes que saber. Alguna cosa que hayas averiguado con tu gran capacidad investigadora.
Lorenzo pareció recordar algo de pronto.
—Mmm, sí, es verdad. El condensador de fluzo.
Daniel reprimió a duras penas una carcajada, aunque se veía venir la escena. Maxi no había entendido nada aún.
—¿Cómo dices?
—Sí, hombre, el condensador de fluzo. El DeLorean. ¿No sabéis de qué hablo? —Daniel expresó con la vista que lo sabía de sobra. El detective dijo entonces mirando exclusivamente al policía más veterano—: Regreso al futuro, la película. El condensador de fluzo era la pieza clave que permitía que el DeLorean pudiese viajar en el tiempo. Así podríamos volver atrás hasta el día del asesinato y ver cómo se desarrollaron los hechos.
—Vaya, el niñato tiene agallas... Te crees muy gracioso, ¿eh? ¿Cómo narices tengo que decirte que dejes de tocarnos los huevos y colabores?
Ganar o morir. Se la jugó contestando a la altura de la pregunta:
—Si supiese quién narices lo hizo, no estaríamos aquí, ni vosotros ni yo, ¿no te parece? Sólo sé lo que os he dicho...
—Más te vale que sea así.
Lorenzo puso los ojos en blanco dando a entender que resultaba obvio que estaba diciendo la verdad. Parecía que la entrevista tocaba a su fin, pero no fue así. Maxi preguntó de pronto:
—¿Cuándo te contrató la viuda?
—El día después de que alguien de esta comisaría la llamase para decirle que la causa oficial de la muerte era el suicidio y que no se investigaría nada más.
—Como coartada suena genial —expresó en voz alta Daniel, que llevaba un rato callado.
—Eso mismo pienso yo —respondió Lorenzo.
—¿Coartada para quién? —Maxi no había seguido el razonamiento.
—Para la viuda —aclaró Daniel—. ¿Para qué demonios te vas a molestar en contratar un detective privado cuando la policía te ha dado en bandeja un suicidio? Ella es la única heredera.
—Ya. Puede ser... Por cierto, hay dos mujeres, relacionadas con la investigación, que afirman haber hablado por teléfono con un policía en el período, ¿cómo has dicho?, mientras la «causa oficial de la muerte era el suicidio». Curioso, ¿verdad?
—Sí, parece extraño.
—¿Tú no sabrás nada del tema, no?
—No tengo ni la menor idea de lo que me estás hablando.
—Ya... Mira, mequetrefe, sé que te hiciste pasar por poli para llamar a las amantes de Ricardo y sonsacarles datos...
—Creo que estáis muy equivocados.
—Ya veremos. —Lorenzo no sabía si Maxi iba de farol o tenía forma de demostrar la acusación. Decidió pensar lo primero y se prometió a sí mismo mantener su versión hasta el final.
—Podéis indagar cuanto queráis, estoy limpio.
Después de un breve silencio, preguntó:
—¿Puedo irme ya?
—No, aún no hemos terminado. Iván González. ¿Te suena el nombre?
—Es un nombre corriente, pero no conozco a nadie que se llame así.
—Es el tío que estuvo a punto de atropellar a la madre de tu amiga —señaló Daniel, que apenas estaba pudiendo meter baza debido al tono agresivo de su compañero.
—¿Tenía antecedentes?
—Aquí somos nosotros los que hacemos las preguntas —replicó Maxi con un enojo que al detective le pareció fingido. Seguramente sólo pretendía dejar claro que él llevaba el peso de la entrevista—. Que sepas que ha muerto.
La noticia no había trascendido a los medios de comunicación o, al menos, Lorenzo no la había encontrado. Desde luego no habían hecho mucho por publicitarlo, eso lo tenía claro.
—¿Logró salir del coma antes de fallecer?
—Te repito que yo hago las preguntas. ¿Por qué querrían matar a la madre de tu amiga?
—Ya os lo dije hace dos días cuando vine con ellas a presentar la denuncia. Porque investigo el caso a instancias de la viuda, que es amiga de Margarita, la madre de mi amiga.
Un galimatías de palabras pero el mensaje estaba claro.
—¿Quiere eso decir que has avanzado tanto en el caso que alguien quiere taparte la boca? —preguntó Maxi, Lorenzo no sabría decir si con sorpresa o con sorna.
—Eso, al menos, es lo que deben pensar quienes lo hayan hecho.
—Quienes... ¿en plural?
—Es una forma de hablar.
—Bien. Vamos a investigar, de hecho ya estamos en ello, quién era Iván González y qué relación tenía con Margarita, Isabel, tú o cualquiera de los implicados en el caso. Más te vale que no nos hayas mentido.
—No lo he hecho.
Ahora sí puedes irte.
Lorenzo había acertado. Al poli le gustaba tener el control.
—Quería agradeceros —dijo mientras se levantaba— que hayáis puesto vigilancia a Margarita.
—No lo hemos hecho para complacerte a ti.
—Lo sé. Pero os lo agradezco de todos modos.
Cuando estaba a punto de salir, Daniel se le acercó y le tendió una tarjeta:
—Si se te ocurre alguna cosa que no nos hayas dicho y pueda sernos útil, es tu deber ponerte en contacto con nosotros. Puedes llamarnos aquí directamente.
—De acuerdo.
—¿Para qué coño le has dado una tarjeta? —rezongó Maxi.
—Por las buenas siempre se consiguen más cosas.
—Buff, mucho tienes que aprender aún, chico.
Cuando Lorenzo salió de la comisaría, echó un vistazo a la tarjeta. No pudo evitar sonreír al leer lo que ponía. Después, se la guardó en el bolsillo de la camisa y echó a andar.

 

—¿Diga?
—Hola, Migue.
—Anda, Loren. ¿Desde dónde llamas?
—Desde una cabina. ¿Puedes hablar?
—Estoy en el trabajo pero... Sí, espera un segundo. —El «teleco» salió al pasillo con el móvil pegado a la oreja—. A ver, dime.
—Sólo dos cosas, bueno tres. La primera: he leído tu correo con lo que llevas escrito de tu novela. ¡Se sale!
—¿Te ha gustado? Bastaba con que me contestases por e-mail.
—Ya, pero prefería decírtelo de viva voz: está genial, me encanta. Irónico, mordaz, dinámico...
—Me vas a sacar los colores. ¿Realmente piensas eso?
—Claro. Si no me gustase, te lo diría. Créeme.
—Genial.
—Luego, contestando a tus preguntas: puedes escribir en el orden que te dé la gana, con tal de que hagas que la historia sea coherente cuando esté escrita entera; me parece perfecto que metas referencias de todo tipo; de hecho me pareció brutal ese guiño de mi personaje imitando la escena de Taxi driver. ¿Cómo demonios se te ocurrió?
—No sé. Simplemente surgió. Pensé que necesitaba una escena en la que el prota, o sea tú, se autoconvenciese de que podía afrontar la entrevista con el personaje amante de las conspiraciones y luego, teniendo en cuenta tus gustos, pensé que una imitación de Robert de Niro te parecería bien.
—Me parece más que bien.
—Perfecto. Esto era el punto uno, dijiste que había otros dos.
—El segundo sigue estando relacionado con esto. Leyendo lo que me pasaste, se me ha ocurrido una teoría plausible.
—¡Soy todo oídos!
—No, por teléfono no. Una cosa es que te llame desde una línea pública y otro especular con según qué cosas por teléfono. Y, antes de que lo sugieras, no, tampoco te lo mandaré por correo con un archivo cifrado. Ya te lo contaré en persona.
—Me dejas en ascuas...
—Lo siento, pero era sólo para que supieras que tu novela me está siendo de gran ayuda.
—¿Punto número tres?
—Vengo del mismo sitio donde estuve hace dos días, hablando con la misma gente. Gente uniformada.
—¿Te llamaron ellos o...?
—Sí. Ellos. Anoche, para que fuese ahora por la mañana. Acabo de salir de allí.
—¿Me puedes adelantar algo o tampoco?
—Sí. Creo que uno de ellos está de mi parte. De nuestra parte, vamos. Creo que puedo compartir información con él. Ya hablaremos tú y yo por la tarde en persona.
—Eso espero, porque me has dejado a cuadros. ¡No sé qué teoría puedes haber urdido gracias a mi libro!
Lorenzo sonrió antes de decir en tono amistoso:
—Hasta luego, Migue.
—Nos vemos.

 

Maxi no le había mentido a Lorenzo. Habían estado investigando a Iván González. De hecho, el breve lapso de tiempo que el policía abandonó la sala durante el interrogatorio había sido para escuchar la información que Joserra había recabado al respecto del conductor fallecido. No parecía tener vinculación alguna con las personas a las que estaban investigando, Lorenzo incluido. Aquello parecía un callejón sin salida, pensaba Maxi. Daniel, sin embargo, albergaba algunas esperanzas.

 

Empujar a Margarita seguramente había sido un error. Para empezar no había conseguido matarla, aunque posiblemente tampoco tenía que preocuparse mucho más por ella; era evidente que no había sido capaz de ver a nadie, pues de lo contrario habría recibido noticias de la policía en ese sentido. Y para seguir, bien fuese con Margarita viva o con Margarita muerta, sólo pretendía dejar claro que la carta no era una argucia, que la amenaza era real. Y no sólo no parecía haber conseguido que el detective abandonase la investigación, sino que además la policía seguía metiendo el dedo en la llaga una y otra vez. El final estaba cerca, sospechaba, pero ignoraba quién saldría bien librado y quién mal. Y eso resultaba inquietante. Muy inquietante.
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
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