XXIII Novela negra

 

 

«Con semejante atuendo, el sujeto pasaba inadvertido, tanto como una tarántula sobre un pastel de crema»
Adiós, muñeca (Raymond Chandler)

 

La cafetería El Viejo Café, fundada en 2004, estaba ubicada en la calle Emilio Tuya, en el barrio de La Arena, muy próxima al parque de Isabel La Católica y al estadio de fútbol de El Molinón, y a menos de cinco minutos de la playa de San Lorenzo. Además de todo tipo de cafés y refrescos, contaba con una variada oferta de comida, desde bocadillos hasta platos combinados, pero lo más destacable eran, sin duda, los pinchos gratuitos que acompañaban a las consumiciones, variados, sabrosos y muy abundantes. Huelga decir, por ende, que era uno de los bares preferidos por Lorenzo y Sara, conque no era de extrañar que fuese el lugar elegido por el joven detective para citarse con su amigo Miguel en la tarde del martes.
Lorenzo fue el primero en llegar, vistiendo una colorida, aunque aun así discreta, camisa de cuadros azules y amarillos y un pantalón vaquero azul. El local, como de costumbre, tenía algunos clientes, pero había unas cuantas mesas libres, así que no se molestó en entrar a coger sitio. Miguel llegó poco después, con una camiseta azul cobalto y un pantalón de loneta blanco.
—¿Llevas mucho esperando?
—No, no, acabo de llegar.
La cafetería tenía su entrada haciendo esquina entre las calles Marqués de Urquijo y Emilio Tuya. Estaba distribuida con mesas de idéntico tamaño, de imitación de mármol blanco y con cuatro sillas de madera, colocadas a izquierda y derecha de la puerta, así como unas pocas en la zona central del local. Sobre la puerta, tres televisiones de pantalla plana, orientadas hacia cada una de las partes del bar, solían emitir transmisiones deportivas, especialmente fútbol.
Lorenzo y Miguel entraron y se sentaron en la penúltima mesa de la derecha, una de las tres que quedaban libres de ese lado, Miguel de espaldas a la única tele encendida en ese momento y Lorenzo de cara. En seguida una camarera sudamericana se acercó a preguntarles qué tomaban.
—Un Trina manzana —pidió Lorenzo.
—Yo un Nestea.
En la tele estaba puesto un canal de fútbol, que en esos momentos emitía, sin volumen, resúmenes de partidos de alguna liga europea poco conocida. En la radio sonaban las canciones de la emisora Kiss FM.
—¿Qué tal Sara?
—Bien, mejor dicho genial. ¿Sabes que ayer la llamaron de una editorial para contratarla para traducir una novela?
—Anda, ¡cuánto me alegro!
—Sí, está supercontenta. En realidad son dos novelas, primero una rosa y luego, sólo con que cumpla los plazos que le vayan marcando, le conceden la traducción de otra, una policiaca.
—Joder, vaya guay. Felicítala de mi parte.
—Descuida.
La conversación se vio interrumpida cuando llegó la camarera con una bandeja repleta de cosas: los dos refrescos, un platito con sendos trozos de tortilla, dos panecillos con jamón serrano y dos empanadillas, así como un generoso cuenco de frutos secos.
—Si hay algo que admire de ti —confesó entre risas Miguel— es tu especial habilidad para localizar chollos de cualquier tipo. Vaya banquete que nos han puesto...
—Sí, supongo que tengo un marcado sentido del pragmatismo a la hora de tomar decisiones, como por ejemplo dónde ir a tomar algo y que te den el pincho más grande del mundo. Llamémoslo instinto de supervivencia.
—Llamémoslo como te dé la gana. —Miguel cogió uno de los trozos de tortilla—. Joder, encima está recién hecha, qué rica.
—¿Qué tal va el libro?
—¡¡Terminado!!
Lorenzo abrió los ojos como un búho.
—¿Terminado?
Miguel se dio cuenta en seguida del malentendido.
—El de Ross Macdonald, decía, no el que estoy escribiendo yo, ¿eh?
—Ah, ya, claro. Me habías dejado flipado del todo. Bueno, ¿y qué tal?
—Genial. Me encantó. De hecho una de las cosas de las que quería hablar contigo era de eso, quería que me recomendases más autores parecidos a él.
—Bueno, déjame pensar... —Lorenzo cogió el panecillo con el jamón y lo comió sin ninguna prisa mientras miraba al infinito. Miguel aprovechó para su sacar su pequeña libreta del bolsillo de atrás del pantalón y un boli BIC azul. Lorenzo terminó el bocado y comenzó a decir—: Hombre, parecidos parecidos, aparte de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que me decías que ya conocías...
—Sí, sí, incluso he visto las pelis. El halcón maltés, varias de Philip Marlowe... Pero no tiene por qué ser de idéntica estructura ni nada, ¿eh?, sólo que tenga un aire, que escriban historias similares, no sé, ese rollo, ya sabes.
—Con el mismo regustillo clásico y esa mezcla de sarcasmo, elegancia y chulería en los protas, ¿no?
—Exactamente.
—Bueno, yo creo que de los más parecidos en la manera de escribir, y que yo conozca, claro, podría estar por ejemplo Donald Westlake. Tiene alguna saga, de ladrones sobre todo, pero también escribe cosas sueltas. Quizá te recomendaría que empezases primero por alguna novela suelta, por si acaso.
Miguel anotó el nombre.
—También está Chester Himes. Éste escribe unas cosas muy sui géneris, tiene una serie de un par de detectives negros de la policía de Harlem, Ataúd Ed y Sepulturero Jones, y es una saga muy divertida. Tienen que tratar con gente de la peor calaña y no tienen ningún miramiento a la hora de lidiar con los criminales, aunque eso suponga saltarse a la torera la ley.
—Suena cojonudo.
—Sí, sí, está muy bien. Se me ocurre también que te podría gustar Stuart Kaminsky. Éste es bastante difícil de encontrar, aunque por ejemplo en la Semana Negra siempre tienen novelas de él. Tiene varias sagas pero la que yo conozco es de un investigador privado, en los años cuarenta-cincuenta, que se llama Toby Peters y es el «detective de los famosos». Le contrata alguna celebrity de la época y él tiene que hacer de guardaespaldas, o resolver un crimen, un asesinato, un secuestro, un chantaje, algo relacionado con el famoso de turno. Yo he leído uno en el que el prota era Errol Flynn, otro con Albert Einstein y otro con Joe Louis, el boxeador. Tiene también de los Hermanos Marx, de Judy Garland...
Miguel no dejaba de tomar nota de las recomendaciones de su amigo.
—Joder, qué buena pinta tiene.
—Sí, es muy entretenido. Mola mucho el que mezcle a los famosos con la clásica trama criminal. Y por si te quedabas con ganas de más, te voy a recomendar otros dos, bastante parecidos entre sí y un poco más recientes que éstos. Uno es Robert B. Parker; lo conocí porque se encargó de terminar la obra póstuma de Raymond Chandler cuando éste murió, y luego he leído una obra suya en solitario. La saga que yo conozco de él empieza en los setenta pero llega hasta nuestros días. Tuvo serie de televisión y todo, aunque no recuerdo haberla visto nunca. El detective se llama Spenser, con s las dos veces, como el propio prota se encarga de repetir constantemente, y es el típico detective privado, ex-policía y ex-boxeador, de Boston si no me equivoco, que lleva los casos a su manera, muchas veces solucionando las cosas de forma muy poco ortodoxa, muy en la línea de Hammett, Chandler, Macdonald o Himes.
—Se me está haciendo la boca agua con todo lo que me cuentas.
Lorenzo se tomó un respiro para comer unos cuantos frutos secos.
—Y por último, o como dicen en Estados Unidos, last but not least, otro autor que he descubierto recientemente y que ha sido amor (literario) a primera vista: Lawrence Block.
—¿Son contemporáneos estos últimos?
—¿Entre ellos o nuestros? En realidad... sí y sí, respectivamente. Lo malo es que Parker murió a principios de este año, si mal no recuerdo. Y Westlake y Kaminsky también fallecieron en estos dos o tres últimos años. El único que sigue vivito y coleando de los que te he recomendado es el de ahora, Lawrence Block —repitió—. Como casi todos, también tiene varios personajes con saga propia pero, como siempre, yo te hablo de la que yo he leído. —Miguel asintió en silencio, nuevamente boli en mano—. El prota es casi clavadito al personaje de Parker, es un ex-policía, de Nueva York, que ahora trabaja como detective privado, entre comillas, porque en realidad no tiene licencia. Él dice que «hace favores y a cambio recibe una recompensa».
—¿Cómo se llama? —interrumpió Miguel por vez primera.
—¿El prota? Matthew Scudder. Puedes poner Matt Scudder, s-c-u-d-d-e-r. Éste para más inri es también ex-alcohólico, bueno, en alguna de las novelas bebe como una cuba pero parece aguantar bien el tipo. Luego, de un punto en adelante deja de beber por completo, aunque su trabajo le cuesta.
—¿Y le contratan para que resuelva casos de ésos que la poli deja correr? ¿De qué me sonará eso?
Ambos se rieron y Lorenzo contestó:
—No tengo ni la más remota idea de de qué te puede sonar. Y sí, es algo así, algún amigo barra conocido barra amigo de amigo o conocido de conocido tiene algún problema. Le robaron en casa o en su negocio, mataron a su amante, lo acusan del asesinato de su mujer... Y él accede a ayudarle a solucionar el tema. El otro le da la pasta, éste nunca sabe bien cuánto pedir, así que acepta más o menos cualquier cosa que le ofrezcan, y ale, a investigar se ha dicho. Es un tipo muy carismático su prota, nostálgico, irónico, heterodoxo, pero con principios. Me gusta mucho.
—Perfecto. ¿Alguno más?
Lorenzo miró hacia arriba con esa expresión que la gente suele emplear para hacer memoria. Después pareció desistir.
—No, yo creo que con eso vas tirando por el momento. Te estoy desvelando autores y sagas muy interesantes. No sé si tendré que empezar a cobrarte por tan privilegiada información.
—Bueno, mientras no me digas que ahora te ves obligado a matarme por haberme revelado todos estos datos...
—Creo que te dejaré con vida de momento. Quién sabe si me podrás ser útil en algún intercambio con algún asesino o criminal de ésos con los que trato habitualmente.
—A propósito de eso...
—Sí, ahora iba a entrar en materia... —Tomó un sorbo de su refresco y continuó—: Supongo que querrás saber qué tal me va con lo de... Moreda. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas.
—Pues... lo cierto es que no he hecho grandes avances. Aunque estoy en ello. De hecho... —Se quedó pensando unos segundos, se giró hacia la barra y luego su vista regresó hacia las mesas hasta localizar el lugar donde estaba almacenada la prensa—. Un segundo. —Se levantó y cogió El Comercio. Volvió a su mesa y abrió el periódico por la sección de anuncios por palabras—. Mira —dijo, señalando un anuncio en concreto. Miguel cogió el diario y leyó el anuncio.
—No entiendo nada.
Lorenzo se lo explicó.
—Vale, sólo que le encuentro un problema a tu plan.
—Joder, así da gusto. Sara me dijo lo mismo en cuanto se lo empecé a contar. A ver, dispara.
—Oye, que son críticas constructivas, ¿eh? —Lorenzo hizo un significativo gesto con las manos para que el ingeniero siguiese hablando—. Aun contando con que alguien haya visto un perro así...
—... lo cual es bastante probable porque hay un montón de esa raza.
—Sí, ahí te doy la razón. Pero eso, aun contando con que alguien se ponga en contacto contigo, ¿pretendes que ese alguien sea el —como siempre que hablaban de temas críticos, bajó la voz hasta convertirla en un susurro— asesino en persona? ¿Esperas que él venga a hablar contigo?
—No, hombre, no soy tan iluso. El tema es el siguiente: a ese parque va infinidad de gente, el sábado pasado yo tomé notas sobre un extracto medianamente significativo de ellos pero tengo dos problemas: a) son muchos más de la cuenta, y b) no tengo forma de contactar con ellos hasta el sábado, donde podría abordarlos en el propio parque, en el caso de que tengan el hábito de ir allí. Entonces —bebió un largo trago antes de proseguir; entre tanto, Miguel seguía dando cuenta de los frutos secos—, se me ocurrió recurrir a la fibra sensible de la gente con los animales. Como mi causa es en apariencia noble, es bastante probable que haya gente que me llame para darme algún tipo de información con toda la buena intención del mundo. Yo lo que haré, o al menos eso pretendo, será quedar con ellos físicamente e interrogarlos de forma discreta, escudándome en la desesperada búsqueda de mi mascota, para tratar de localizar a alguien que responda a la descripción que dio la presunta testigo ocular.
—No me contaste cómo supiste lo de la testigo.
—Tengo mis fuentes. No preguntes tanto y escucha lo que te digo, hombre.
—Vale, vale, Míster Enigmático.
—Pues eso, es la única testigo que hay, para bien o para mal, así que de momento estoy centrándome sólo en la descripción que dio ella del «sudes», digo, del sujeto.
—Tanto ver Mentes Criminales te está afectando...
—Pues bien que sabías lo que era el «sudes».
—Coño, porque yo también veo esas series. Y antes de que me lo eches en cara, sí, a mí también me encantan.
—Tú luego pídeme consejo sobre libros y escritores, que ya verás...
—Sus órdenes, mi sargento.
—Así que por un lado tengo el anuncio. Y luego está lo de los teléfonos.
—Para lo cual pediste ayuda a Roberto, un hacker auténtico, no como yo, un mero aficionado —refunfuñó, medio en broma, medio en serio.
—Qué susceptible estás hoy, coño. ¿Estarás ovulando?
—Pues ahora que lo dices... —Los dos soltaron una carcajada—. Bueno, en serio, ¿qué es eso de los teléfonos?
—Nada, que tengo un par de números de teléfono de gente que intentó hablar la noche de autos con ya sabes quién.
—¿Con «aquél que no puede ser nombrado»?
—Sí, más o menos. Pero éste sí tenía nariz, creo.
—Un detalle insignificante...
—Exacto. Minucias. En fin, como ves, tengo dos frentes abiertos. A ver si averiguo algo en breve para poder decírselo a la mujer de «aquél que no puede ser nombrado».
—Ya te lo dije más veces, creo, pero ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
—Lo sé pero de momento no se me ofrece nada. Muchas gracias anyway. Bueno, contame, decime, ¿cómo llevás el libro?
—Bueno pues... quizá te sorprenda pero el caso que es tu querido amigo Macdonald me abrió un poco la mente. Ya tengo el punto de partida. Va a estar inspirado en tu caso pero con ciertas diferencias, espero que no te importe.
—Puedes tomarte las licencias poéticas que quieras... siempre y cuando cumplas con lo pactado sobre Sara y sobre mí. Y que al final ganemos nosotros, claro, a ver si vas a escribir una historia tan vanguardista que al final ganan los malos.
—No, no, descuida. Seré más clásico. Por lo pronto de la que se encuentra el —voz de susurro— fiambre, te llaman al instante para ponerte a investigar —vuelta al tono normal— y, aunque utilice los datos que tú me vayas dando, es posible que modifique alguna cosa, me invente algún sospechoso, cambie algún lugar de reunión entre los protagonistas para mostrar sitios guapos de Gijón, cosas así...
—Suena bien.
—También tenía pensado cambiaros los nombres, claro.
—Evidentemente.
—Lo que pasa que aún no he pensado cuáles poneros.
—Da lo mismo. Cuando yo hacía mis pinitos tratando de escribir alguna cosa, casi siempre dejaba los nombres para el final.
—Ya, pero eso me plantea una duda.
—Dime.
—¿Cómo identificas a los personajes mientras? ¿Cómo diferencias a unos de otros?
—Les pongo como nombre temporal el de la profesión a la que se dedican o algún rasgo característico que tengan.
—¡Coño, qué buena idea!
Lorenzo echó una ojeada general al bar y comenzó a decir.
—Mira, ¿ves a esos tres tíos de la barra? —Miguel dijo que sí con la cabeza—. Si supiese sus profesiones sería más fácil, pero como no las sé... Genéricamente podrían ser Cervecero1, Cervecero2 y Cervecero3, pero quizá eso sea demasiado ambiguo. Observémoslos un poco mejor. —En la barra se encontraban tres hombres de similar edad cuya primera cifra era indiscutiblemente un cuatro. Uno era corpulento, de espesa barba negra y con cara de pocos amigos. A su lado se hallaba un individuo de complexión media y un rostro anodino, donde lo único destacable era su cuidada perilla de tono castaño oscuro. El tercer hombre era el más alto de los tres y su delgadez era tan notable como su estatura, confiriéndole una apariencia bastante frágil, tanto de físico como de carácter. Con todo, parecía el más hablador del grupo, y los otros dos escuchaban con aparente interés lo que decía en esos momentos—. ¿Te has fijado en ellos? Mira, si yo estuviese escribiendo una novela y aún no tuviese pensados los nombres de los personajes, me referiría al de la izquierda como MalasPulgas, no hay más que ver la cara que pone pese a estar con un par de amigos. No quiero ni imaginármelo con enemigos. El del medio, ése sería el Perillas, no veo que se le pueda llamar nada mejor. Y el de la derecha, mmm, éste tengo mis dudas. Larguirucho... ¿o es Larguilucho? Bueno, digamos que Escuchimizado. Sí, Escuchimizado le sienta mejor. ¿Qué te parece?
—Ingenio no te falta, las cosas como son.
—Hombre, dando un paso más allá y entrando de lleno en el terreno de la fantasía, podría imaginar que el primero es trabajador manual, pongamos que curre en la construcción, vamos a decir genéricamente que es un obrero; lo más probable es que los tres curren en lo mismo pero dejemos volar nuestra imaginación y pensemos que el del medio trabaja, qué sé yo, de electricista.
—¿Y Escuchimizado?
—Ése podría ser vendedor de seguros, de ahí que les esté dando el coñazo a los otros. Con lo cual tendríamos una escena tipo: «Obrero llegó al bar a la hora habitual, se sentó en la barra y pidió lo de siempre. Hundió sus oscuros e impenetrables ojos en la bebida mientras esperaba a sus compañeros. Electricista fue el segundo en llegar, atusándose su aseada perilla; en seguida localizó a Obrero, le dio una amistosa palmadita en su robusta espalda y se sentó a su lado. Poco después apareció VendedorDeSeguros. Portaba en su mano derecha un maletín de cuero. Se aproximó a Obrero y Electricista y les saludó con su desparpajo habitual. Pidió su bebida y comenzó a relatarles sus éxitos comerciales del día. Sus compañeros no estaban especialmente interesados en su verborrea pero tampoco tenían nada interesante que aportar, así que se limitaban a escuchar entre trago y trago de sus cervezas».
—Flipo contigo —confesó con sinceridad Miguel—. ¿Todo esto así sobre la marcha?
—¡Qué sé yo! Si no tenía pies ni cabeza...
—¡Qué va! Se te da de lujo. Estoy viendo que todavía me vas a robar mi idea y vas a ser tú el que escriba la novela protagonizada por ti mismo.
—No, no, tranqui. Te cedo los honores. Yo con resolver el caso en la vida real ya me doy más que por satisfecho.
—En fin... Creo que tendré que pegarme un atracón de todos estos autores que lees tú, a ver si así me fluyen las palabras como a ti...
—Alguien dijo alguna vez que cuanto más lees, mejor escribes, así que sí, me parece un buen plan.

 

Jaime Cano se hallaba reunido con su jefe en el despacho de este último. Había pasado día y medio desde la visita de los policías y Jaime aún estaba que trinaba con el tema.
—Tienes que comprender —le decía Antonio— que he estado muy liado estos días. De hecho, aún lo estoy. Espero que sea realmente jugoso eso que me quieres contar de los polis, porque no tengo mucho tiempo.
«Tú nunca tienes tiempo para nada» estuvo tentado de responder el periodista aunque se limitó a decir:
—De acuerdo. Iré directo al grano. La cosa fue así —comenzó Jaime, rascándose con cierto nerviosismo su gruesa patilla derecha—: se presentan los dos polis, preguntando por mí. Voy a ver qué narices quieren y resulta que, de buenas a primeras, me empiezan a interrogar. Que se ha cometido un crimen y quieren saber dónde estaba yo tal día a tal hora. Así tal cual. ¿Tú lo ves normal?
Antonio Bernardo era un individuo de cincuenta y pocos años, no muy alto, ancho de hombros y de mirada franca y directa. Su pelo había comenzado a escasear en los últimos años y lo llevaba peinado con mucha agua. Tenía la cara cuadrada y azulada por la barba.
—Hombre, la verdad es que muy normal no es, no. ¿De qué tipo de crimen estamos hablando?
—Asesinato. Al parecer quieren averiguar quién se cargó al tío de la Semana Negra a base de atosigar a la prensa o algo así. Ah, claro, ésa es otra —pareció recordar sobre la marcha—, porque lo otro que no te he contado es que uno de mis contactos me ha comentado que, como mínimo, también han ido a darle la vara a un tío de El Comercio.
—No jodas.
—Sí, sí, lo que oyes. Yo creo que están dando palos de ciego, a ver si a través de nosotros, los periodistas, son capaces de encontrar las respuestas que ellos, como inútiles e incompetentes policías que son, no logran averiguar.
Antonio entrecruzó las manos sobre la mesa, echándose para adelante en la silla. Sonrió tibiamente mientras decía:
—Y ahora me dirás que lo que quieres es carta blanca para rajar de la policía. ¿Me equivoco?
—Hombre, pues... Qué cojones, sí, Antonio. Creo que se han extralimitado en sus funciones. La gente merece saber con qué tipo de elementos nos enfrentamos.
—Mira, sé que no eres ningún recién llegado pero yo llevo mucho tiempo en este negocio, casi dos tercios de mi vida, y te puedo asegurar que no nos conviene soltar una rajada de las, y abro comillas, «Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». Podemos denunciar, llegado el caso, la actuación de personas concretas, de hechos puntuales, pero nunca al organismo como tal. Sería nuestro suicidio. Y ya ves que las cosas no están precisamente muy boyantes últimamente como para andar escupiendo hacia arriba, ¿no crees?
—¿Me estás diciendo que no se puede criticar la incompetencia de la policía y otros «organismos oficiales»?
—No, te estoy diciendo que nosotros ahora mismo, y sin tener nada más que una mierda de interrogatorio que, desde luego, te concedo que no venía a cuento, no podemos tirarnos a la yugular de la policía. Pero...
—¿Pero?
—En lo que sí te doy, o mejor dicho, os doy carta blanca a todos en esta redacción es para que investiguéis y tratéis de averiguar detalles sobre ese crimen irresoluto que tan interesada tiene a nuestra bella ciudad.
—Aunque sea ir un paso por delante de la policía...
—... y dejar en evidencia de forma implícita su, ¿cómo habías dicho, incompetencia e inutilidad?
Ambos sonrieron. Al fin parecían estar hablando el mismo idioma.
—Bueno y ahora, si no se te ofrece nada más...
Jaime se levantó de la silla relativamente complacido. Su superior era un tipo más razonable de lo que acostumbraban a ser los jefes.
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
titlepage.xhtml
index_split_000.xhtml
index_split_001.xhtml
index_split_002.xhtml
index_split_003.xhtml
index_split_004.xhtml
index_split_005.xhtml
index_split_006.xhtml
index_split_007.xhtml
index_split_008.xhtml
index_split_009.xhtml
index_split_010.xhtml
index_split_011.xhtml
index_split_012.xhtml
index_split_013.xhtml
index_split_014.xhtml
index_split_015.xhtml
index_split_016.xhtml
index_split_017.xhtml
index_split_018.xhtml
index_split_019.xhtml
index_split_020.xhtml
index_split_021.xhtml
index_split_022.xhtml
index_split_023.xhtml
index_split_024.xhtml
index_split_025.xhtml
index_split_026.xhtml
index_split_027.xhtml
index_split_028.xhtml
index_split_029.xhtml
index_split_030.xhtml
index_split_031.xhtml
index_split_032.xhtml
index_split_033.xhtml
index_split_034.xhtml
index_split_035.xhtml
index_split_036.xhtml
index_split_037.xhtml
index_split_038.xhtml
index_split_039.xhtml
index_split_040.xhtml
index_split_041.xhtml
index_split_042.xhtml
index_split_043.xhtml
index_split_044.xhtml
index_split_045.xhtml
index_split_046.xhtml
index_split_047.xhtml
index_split_048.xhtml
index_split_049.xhtml
index_split_050.xhtml
index_split_051.xhtml
index_split_052.xhtml
index_split_053.xhtml
index_split_054.xhtml
index_split_055.xhtml
index_split_056.xhtml
index_split_057.xhtml
index_split_058.xhtml
index_split_059.xhtml
index_split_060.xhtml
index_split_061.xhtml
index_split_062.xhtml
index_split_063.xhtml
index_split_064.xhtml
index_split_065.xhtml
index_split_066.xhtml
index_split_067.xhtml
index_split_068.xhtml
index_split_069.xhtml
index_split_070.xhtml
index_split_071.xhtml
index_split_072.xhtml
index_split_073.xhtml
index_split_074.xhtml