XXX Ciberbúsqueda
«Vivimos en una sociedad profundamente
dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe
nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el
desastre»
Carl Sagan
Lorenzo se encontraba en casa de Miguel,
tomándose un refresco de naranja y repasando sus notas, antes de
efectuar la llamada de teléfono por la que había acudido a casa de
su amigo. Éste, por su parte, seguía enfrascado en el partido de
fútbol americano del torneo de la NFL, aunque las cosas no le iban
muy bien precisamente.
Cuando Lorenzo le llamó una hora antes para
pedirle ayuda, su reacción inicial no fue precisamente muy
amistosa. La noche del viernes estaba reservada a sus videojuegos y
Lorenzo lo sabía, así que no se molestó en exceso cuando le dijo
que no podía abandonar su casa y que, si quería algo, tendría que
personarse allí.
Tras la interesante cita con Sandra Moreno,
la mujer del corredor de Moreda, había decidido inicialmente
ponerse en contacto con Roberto, el aplicado y eficaz informático,
para averiguar unos datos respecto a Jorge, el marido de Sandra.
Después lo pensó mejor y decidió contar también con el propio
Miguel, para no dejarle de lado como había hecho la vez anterior
con el tema de los teléfonos de las amantes de Ricardo Castillo.
Así que allí estaba, en casa de su amigo el «teleco», esperando a
que éste terminase su partida para llamar a su otro amigo, el
«informático», y entre los tres tratar de encontrar lo más rápido
posible datos sobre Jorge que le permitiesen avanzar en el
caso.
—¿Cómo va eso?
Miguel contestó sin apartar los ojos de la
pantalla.
—Mal, ya lo ves.
Lorenzo se fijó en el marcador y vio que la
derrota era abultada.
—Bueno, siempre te quedarán las
motos...
—... y la Fórmula 1.
—¿Qué estás en el último cuarto?
—Sí, termino en seguida.
—Muy bien.
Tres o cuatro minutos después Miguel había
terminado la partida y ambos se pusieron manos a la obra. Lorenzo
telefoneó a Roberto, confiando en que no fuese demasiado
tarde.
—Hola, Loren.
—Hola, Roberto. Lo primero de todo, siento
las horas... es algo que me ha surgido de repente. Espero no
pillarte en mal momento...
—Tranquilo. Estaba viendo la tele.
—¿Echan algo interesante?
—No, lo de siempre. Estaba haciendo
zapping y ahora he dejado puesta una peli
que habré visto unas seis o siete veces: Cara
a cara.
—Ah, ya, la de Travolta y Nicolas Cage. Un
clásico del cine de acción.
—Sí, ésa misma. ¿Qué querías?
—Si te doy el nombre de un par de personas y
la zona por la que viven, ¿puedes averiguarme quiénes son, a qué se
dedican, etcétera?
—Bueno... puedo intentarlo. A ver,
dime.
—Son un matrimonio, ella se llama Sandra
Moreno y él Jorge.
—¿Jorge qué más?
—No sé sus apellidos, lo siento.
Un pequeño silencio.
—¿Te das cuenta de la complejidad de la
pregunta?
—Soy perfectamente consciente de ello,
sí.
—¿No tienes ningún otro dato?
—Sí, claro que los tengo, estaba esperando
que apuntases los nombres. Viven aquí en Gijón, en la avenida de
Portugal, casi en la zona de El Polígono. Ella tendrá unos treinta
y poco años, y supongo que él por el estilo. Es más bien bajita,
con bastantes curvas, y tiene el pelo castaño claro. Estudió
Empresariales y trabaja en una empresa pequeña: Fermari; él es
profesor de primaria en el colegio Asturias.
—Bueno, esto ya es otra cosa.
—Estoy aquí con Miguel. Él también me está
ayudando con esto. ¿Quieres saludarlo?
—Sí, claro, pásamelo.
—¿Qué tal Roberto, cómo lo llevas?
—Muy buenas, Migue. ¡Cuánto tiempo! ¿Todo
bien?
—Sí, sí, como siempre. Sigo currando ahí en
el Parque, a ver si coincidimos algún día por allí.
—Bueno, ya sabes que estoy siempre hasta
arriba de trabajo, pero a ver si nos vemos por la cafetería algún
día o algo.
—Cuando quieras.
—Por cierto, ¿en qué movidas está metido
Loren? Esto también está relacionado con lo de su curro como
detective, ¿no?
—Espera, que te lo paso y te lo cuenta él
mismo. Me alegro de que te vaya bien.
—Lo mismo digo.
—¿Qué preguntabas, que Miguel me ha pasado
el teléfono tan deprisa?
—Nada, que a qué te dedicabas, que para qué
era toda esta información.
—Es por mi trabajo. Necesito saber qué
relación tienen estas personas con las otras de las que te pedí los
números de teléfono el otro día y a su vez con otras que no vienen
al caso. Estoy... digamos que tratando de resolver un puzzle.
—E intuyo que te urge, llamándome a estas
horas...
—Si hay algo que valoro en una persona es
que sea perspicaz...
—Déjate de coñas, a ver si no te
ayudo.
—Vale, vale, lo siento. Sí que me urge, pero
entiendo que te lleve su tiempo.
—Te llamo en cuanto tenga algo, ¿sea la hora
que sea?
—Sí. Bueno... mándame un mensaje al móvil
cuando sepas algo y ya te llamo yo.
—De acuerdo.
—¿Hay alguna cosa que podamos hacer Miguel o
yo?
Un breve silencio.
—Sí. Se me ocurre una. Es una chorrada
pero... en estos tiempos que están tan de moda las redes sociales,
podíais echar un ojo a ver si sois capaces de encontrar su perfil
en alguna.
—Buena idea.
—Venga, ya hablamos.
—Muchas gracias, Roberto. Hasta luego.
En cuanto colgó el teléfono, los dos amigos
se pusieron a navegar por Internet en busca de algún rastro de
Sandra Moreno o de Jorge «a secas». Sorprendentemente, no les llevó
mucho tiempo descubrir que Sandra tenía perfil semi-público en una
de las redes sociales más utilizadas en la actualidad.
—Nunca acabaré de entender esto de las redes
sociales —expresó en voz alta Lorenzo—. La gente publica su vida
privada gratuita y voluntariamente en la red, dejando que todos
vean quién es, a qué se dedica, subiendo fotos personales, haciendo
en ocasiones comentarios sobre temas polémicos o que pueden ser
utilizados en su contra...
—¡Y que lo digas! Me acuerdo de que hace no
mucho, cuando todavía estaba buscando trabajo, estuve en una charla
que daba una chica del departamento de Recursos Humanos de una
empresa y nos confesó que, a día de hoy, casi todas las empresas
buscan información de sus candidatos en la red y que en muchas
ocasiones sirve para descartar a alguien, por algún comentario que
hicieron que no les gustó, o alguna foto que subieron en... digamos
mal estado, etcétera etcétera.
—Vamos, que el hecho de que tengan esa
información siempre sirve para mal pero nunca para bien.
—Ella nos quiso vender lo contrario pero es
tal cual dices. Los de Recursos Humanos suelen buscar si hay algo
por lo que puedan tacharte, ponerte la X directamente sin necesidad
de molestarse en hacerte la entrevista ni nada. Eso sin meternos en
las revolucionarias estrategias que emplean ahora, que te hacen
todo tipo de perrerías a ver si aguantas o cómo reaccionas y
tal.
—Ya, cosas del tipo ir a hacer una
entrevista y que no haya silla para sentarse.
—Sí, aunque eso es muy light comparado con algunas cosas que nos contó
esta chica.
—Cuenta, cuenta.
—Resulta que en algunos sitios se estila que
te pregunten cosas que no tienen relación alguna con el puesto al
que aspiras para ver si les convence tu reacción. Metiéndose en el
terreno personal, ¿eh?
—Ya lo había oído; se dedican a hacerte
entrevistas pretendidamente inteligentes con técnicas vanguardistas
y modernillas para entretenerse ellos y hacerse los guays. A mí me
parecen unos desgraciados. ¿Os puso algún ejemplo concreto?
—Sí, por ejemplo dice que a veces le
preguntan, si es mujer, que qué talla de sujetador utiliza.
—¿Y si es hombre le preguntan cuánto le
mide? Venga, hombre, no me jodas. Son la madre que los parió,
¿eh?
—Sí, sí, son la leche. Y la única defensa de
esta chica era que claro, que a ellos no les importa nada la
respuesta, que es sólo para ver cómo respondes. Y que la gente por
lo general, en ese tipo de situación, se enfada, frunce el ceño, se
echa para atrás, se cruza de brazos, pone cara de mala leche...
¿Qué coño se esperaban? ¿Que les sonrías encima?
—Mira, vamos a cambiar de tema, porque me
ponen de mala leche.
—Sí, a mí también.
Lorenzo cogió súbitamente el teléfono y
volvió a llamar a Roberto. Miguel ya se figuraba lo que le iba a
decir.
—¿Sí?
—Hemos encontrado el perfil de la mujer en
una red social. Lo tiene público, así que se puede fisgar lo que se
quiera. Te mando el enlace al correo. Del marido no hemos
encontrado nada aún, pero si aparece algo, te lo mandamos
también.
—Vale, tengo el correo abierto. Mandadme lo
que queráis.
Tras un cuarto de hora de búsqueda
infructuosa, Lorenzo decidió dejarlo por el momento.
—Ya es muy tarde. Le dije a Sara que no me
esperase despierta pero fijo que no me habrá hecho caso, así que
voy a ir marchándome.
—Afortunado tú, que tienes una chica
esperándote en casa.
—¿Y tú qué? Que no sueltas prenda. ¿No hay
nada con ninguna de la oficina?
—Qué más quisiera yo... Hay un par de chicas
muy majas, con las que más relación tengo. Una tiene novio y la
otra está casada. Luego hay un par de ellas más mayores,
posiblemente casadas también, y el resto somos tíos.
—¿Y si te apuntas a un gimnasio o algo de
eso?
—No sirve de nada. Ya probé hace años.
Además es un coñazo.
—Bueno, no te agobies. Ya aparecerá
alguien.
—¿Sara no tiene amigas solteras?
—En realidad sí. Alguna sí, creo.
—Entonces ya hablaremos.
—Descuida. —Ya estaba a punto de salir por
la puerta cuando se giró para decir—: Supongo que Roberto me
llamará a mí, de llamar a alguien, pero si te manda algo, sea la
hora que sea, mándame un mail o un SMS, ¿vale?
—Sí, sí, tranquilo. De todos modos, casi
seguro que se pondrá en contacto contigo, no conmigo.
—Venga, ya hablamos mañana.
—Hasta luego.