XVI Trabajo de campo

 

 

«Long road to ruin / there in your eyes / under the cold streetlights. No tomorrow / no dead-end in sight»
Long road to ruin (Foo Fighters)

 

Good bye Jimmy, farewell youth; I must be on my way I've had enough of you. Was a young man, proud and true; just a simple boy with nothing left to lose...
La canción Word Forward perteneciente al Grandes Éxitos de los Foo Fighters sonaba en el reproductor de MP3 de Lorenzo mientras éste se aproximaba al parque de Moreda. Pese a haberse acostado tarde la víspera, había madrugado ese sábado en pro de la investigación. Esperaba pasar casi toda la mañana en el parque, así que, dado que la previsión meteorológica vaticinaba bastante calor, se había puesto una cómoda camiseta de manga corta que le había regalado Sara por su cumpleaños y un pantalón corto de algodón de color negro. La camiseta, de color naranja, estaba inspirada por la serie de televisión Los Autos Locos y en su parte central se reproducía una imagen de El Súper Ferrari conducido por Pierre Nodoyuna y Patán, su no-siempre fiel «perro pulgoso», los principales protagonistas de la serie. Al margen de la comodidad y de combatir el calor, su indumentaria obedecía también a razones profesionales: nadie sospecharía que un joven ataviado de aquesta guisa fuese un detective privado que había ido allí a tratar de esclarecer el «crimen de Moreda».
Había decidido comenzar su investigación justo en el lugar donde fue encontrado el cuerpo de Ricardo Castillo, es decir, en los alrededores del parque situados bajo el puente. Allí existía una especie de plazoleta con una ancha acera de baldosas blanquecinas con alguna farola negra en medio de la acera y varios bancos de madera cada pocos metros y, justo detrás de los bancos, un espacio considerable de césped a medio cortar que era exactamente donde había aparecido el cadáver.
Muchos de los bancos contaban con ingeniosas muestras de reivindicativo arte contemporáneo («Lore x Fran», «Chuck Norris es capaz de dividir por cero», artísticos dibujos de miembros viriles, etc.). Se acercó a uno de los bancos, el que quedaba en una posición más central y que tenía el respaldo pintarrajeado de negro con letras ininteligibles, y se sentó. A esas horas aún no había nadie por allí, así que pudo observar con gran detenimiento todo cuanto le rodeaba mientras fingía cacharrear con su MP3.
Frente a él, a una cierta distancia, se veía la carretera, apenas transitada en ese momento, así como unos cuantos bloques de edificios de diferentes alturas. Los dos más cercanos, a ambos lados del banco en el que se había sentado, ofrecían aparentemente una interesante vista de la plazoleta y, por tanto, del lugar donde había sido descubierto el cuerpo. A su izquierda, un edificio de siete pisos de fachada en dos tonos grises, con persianas marrones y ocres; a su derecha, otro inmueble, de color marrón claro y persianas gris ceniza, con siete pisos más ático, y de mayor altura que el anterior. Desde cualquiera de los dos, pese a la distancia, se podría haber visto acercarse o alejarse al presunto asesino simplemente con haber estado mirando por la ventana justo en el instante preciso. Además, este segundo edificio quedaba justo en frente del puente así que, si efectivamente habían tirado el cadáver desde ahí, como todo parecía indicar, el asesino o asesinos habían corrido un considerable riesgo de ser descubiertos.
Tomó nota de ello en un pequeño bloc que había llevado a tal efecto. Se levantó del banco mientras la banda de Dave Grohl se desgañitaba con su «llave inglesa»:
Don't wanna be your monkey wrench, one more indecent accident, I'd rather leave than suffer this, I'll never be your monkey wrench...
Se dirigió a continuación hacia el enorme puente de vallas naranjas y que comenzaba con una pronunciada pendiente hacia arriba. Subió unos metros hasta llegar a la parte llana del puente, y se quedó apoyado en la barandilla, contemplando el panorama bajo sus pies. Se asomó primero en dirección al interior de la ciudad, desde donde pudo ver en la parte central la carretera sin apenas tráfico debido al día de la semana y a la hora que era, a su izquierda, las vías del tren, también vacías, y a su lado una arboleda de pinos colocados en hilera. Se concentró luego en mirar los bloques de casas situados al fondo a la derecha, donde un par de gigantescas grúas torre trabajaban en nuevas edificaciones. Algo más atrás se vislumbraba el cartel del Hotel Ciudad Gijón. Todos los edificios, en cualquier caso, se encontraban muy alejados del puente y era físicamente imposible que ninguno de sus habitantes hubiese podido presenciar nada.
Anotó esto brevemente y se dio la vuelta, asomándose desde el otro lado de la barandilla, contemplando en esta ocasión el paisaje que conducía a las afueras de la ciudad. La vista, no obstante, era muy parecida: las vías del tren, que en ese punto tenían un cambio de raíles, la carretera apenas transitada y, a su izquierda, un aparcamiento al aire libre con unos cuantos coches aparcados. Los edificios estaban igual de lejos que desde el otro lado, a excepción del que quedaba en frente del puente. Sólo desde ahí se podría haber visto algo. Lorenzo sonrió mientras escuchaba Times like these, una canción cuyo videoclip transcurría en un puente. «Qué apropiado», pensó, mientras tarareaba el estribillo:
It’s times like these you learn to live again. It’s times like these you give and give again. It’s times like these you learn to love again. It’s times like these, time and time again.
Echó una última ojeada y después siguió bajando hasta el final del puente. Un sendero con baldosas de gravilla discurría en paralelo al río Pilón, protegido éste por vallas de madera a ambos lados. El río, sin apenas caudal, presentaba una notable acumulación de basuras como plásticos, latas e incluso algún neumático. Al otro lado de la senda existía una gran zona verde, con numerosos árboles y flanqueada por bancos de madera. Un vehículo de limpieza del parque estaba estacionado junto a un árbol, aunque no se veía a ningún operario por la zona.
Miró a su alrededor: seguía sin ver un alma aunque muy posiblemente estuviesen a punto de llegar los entusiastas del footing y otras disciplinas deportivas. Caminó tranquilamente hasta llegar a una, por el momento, desierta zona de juegos infantiles, de algo más de cien metros cuadrados, con sus columpios, balancines y muchos otros juegos de los que Lorenzo desconocía el nombre y, en algunos casos, incluso el objetivo.
Observó asimismo que, como era habitual en los tiempos que corren, el pavimento estaba reforzado con una suerte de caucho amortiguador de impactos para evitar que los niños sufriesen ningún percance en las numerosas caídas que sin duda experimentarían durante el desarrollo de los juegos. «En mis tiempos, y no hace tanto de eso, no había todo este tipo de protecciones. Si te caías, te llevabas la leche padre contra el asfalto, pero te levantabas de inmediato y a seguir jugando», pensó medio nostálgico el joven detective. «Ahora hay mucha más seguridad, mucho más control, está todo mucho más organizado y estandarizado... ¿y acaso los niños no se siguen haciendo heridas igual? ¿Y los adultos no siguen teniendo accidentes, pese al boom de las normativas de prevención de riesgos laborales? ¿Realmente se ha avanzado tanto o se siguen cometiendo los mismos errores, teniendo los mismos problemas y las mismas preocupaciones que en décadas anteriores?».
Enfrascado en estas meditaciones se hallaba cuando apareció el primer individuo objeto de su estudio. Se trataba de un varón, de unos treinta y pocos años, estatura media y notable delgadez, y abundante pelo castaño oscuro. Vestía de manera informal, con una camiseta azul claro y un pantalón de chándal negro y en su mano derecha llevaba sujeto por una correa un cocker spaniel marrón. Lorenzo pensó instantáneamente en la vaga descripción que había hecho la cincuentona que fue a declarar a comisaría sobre el hombre al que decía haber visto en las inmediaciones del parque el día de autos. La mujer había afirmado ver a un hombre de estatura estándar, treintañero, delgado y de pelo corto. Lorenzo observó discretamente al extraño mientras éste le sobrepasaba; su larga cabellera era lo único que no encajaba en la descripción pero parecía suficiente, pues era imposible que le hubiese crecido el pelo tanto de una semana a otra. Aparte de que el otro iba vestido de corredor, y éste se limitaba a pasear a su perro a quien, por cierto, acababa de soltarle la correa, dejando que saliese felizmente disparado a correr sobre la hierba. De todos modos, tomó nota de la descripción del hombre cuando éste se hubo alejado lo suficiente. Cabía la posibilidad de que la señora no anduviese bien del todo de la vista, o que el hombre otros días llevase el pelo recogido en una cola de caballo, o simplemente que hubiese sido testigo de algo. No cometería el grave error de descartar a nadie antes de tiempo. Además, por el momento no tenía nada mejor que hacer, así que apuntó con parsimonia los detalles del hombre al que le había colgado el calificativo genérico de «Sujeto nº1» o, para ser exactos, «Sujeto #1», pues tenía la costumbre de utilizar el símbolo de almohadilla, #, en vez de la abreviatura española de la palabra número, tal y como hacían en Estados Unidos, generalmente en contextos informales.
Las canciones de Foo Fighters le hacían más entretenida la espera, pero lo cierto es que su espíritu curioso y aventurero comenzaba a impacientarse con la falta de movimiento en el parque. El paisaje era bonito y la música buena, pero su cuerpo le pedía acción, intriga, ponerse manos a la obra para tratar de desentrañar el misterio por el que había sido contratado y para el cual se había desplazado allí. En cualquier caso, los rayos de sol, que hasta ahora se habían mostrado relativamente benignos, comenzarían en breve a mostrarse más fieros y ello atraería indudablemente a gran número de personas, «sujetos» potenciales de su investigación, así que sólo era cuestión de esperar un poco más.
Entre tanto, y dado que disponía de tiempo, se decidió a hacer el recorrido completo a lo largo, que no a lo ancho, del inmenso parque, si bien había decidido de antemano que las localizaciones más alejadas del punto donde se encontró el cadáver no serían tomadas en tanta consideración como las más cercanas. Según el informe forense, Ricardo había muerto antes de ser arrojado desde el puente, con lo que parecía ilógico pensar que alguien hubiese cargado con un peso muerto —nunca mejor dicho— durante los casi dos kilómetros que tenía de extensión el parque de Moreda.
Abandonó la zona de juegos infantiles y cruzó un pequeño puente de madera por encima del río Pilón para caminar por el otro lado. A la izquierda se extendía una gran zona verde, con numerosos árboles entre los que destacaban diferentes variedades de pinos, y algunas otras especies que Lorenzo no era capaz de reconocer. En la zona asfaltada, y a lo largo de todo el parque, estaba señalizado un carril bici para aquellos que quisieran hacer el recorrido en bicicleta. También existían numerosos bancos de madera circunvalando la zona verde para quien quisiera hacer un alto en el camino.
Se detuvo al llegar a uno de los kioscos de música. Se trataba de una construcción de madera, de techo hexagonal y tejado de un tono gris azulado, de unos cuatro metros de altura y que se apoyaba sobre seis columnas de escasa anchura. No disponía, sin embargo, de nada en su interior para las bandas de música, a excepción de un banco de madera para sentarse. La única música que sonaba en ese momento era la que le llegaba a través de los auriculares:
I'm looking to the sky to save me; looking for a sign of life; looking for something to help me burn out bright. I'm looking for a complication; looking ‘cause I'm tired of trying; make my way back home when I learn to fly high.
Continuó su recorrido hasta alcanzar la única escultura existente en el parque, la «Torre de la Memoria», un prisma cuadrangular de dieciséis metros de altura, formado por hierro, acero cortén y acero inoxidable, y que pretendía simbolizar el pasado industrial de la zona. Algunos grafiteros habían «contribuido» recientemente a modernizar la obra, aunque posiblemente sus pintadas vanguardistas y reivindicativas no fuesen del agrado de la mayoría. Un poco más allá, a la derecha de la escultura, se encontraba una pista pavimentada multidisciplinar, esto es, que hacía las veces tanto de cancha de fútbol como de baloncesto, al disponer tanto de porterías como de canastas, una práctica habitual en los últimos tiempos en muchas pistas de parques y colegios. En los tiempos estudiantiles de Lorenzo, las canchas eran sólo o de fútbol o de baloncesto. «Al menos hay algo en lo que las cosas evolucionan a mejor», pensó con una media sonrisa.
Siguió andando hasta encontrarse con una gran pista de patinaje que, según había podido leer por Internet, había constituido la sede del Mundial de patinaje de velocidad celebrado en septiembre de 2008. La pista estaba rodeada por una especie de verjas verdes más al exterior y luego un muro metálico en la parte interior, con lo que no podía ser vista desde fuera, a menos que te subieses a un pequeño promontorio situado a la izquierda. Lorenzo se subió para tener una panorámica completa. Volvió a bajar al sendero y caminó brevemente hasta los alrededores del Complejo Polideportivo Moreda-Natahoyo, en cuyas instalaciones había estado alguna vez y sabía que contaba con una pista para la práctica de deportes como el fútbol, el baloncesto, el balonmano o el voleibol, así como una piscina, una sauna y una sala de musculación. Desde el exterior, sin embargo, lo único que podía apreciar era una pared de ladrillo con poéticas inscripciones dedicadas a los agentes del orden público, los políticos y el candente asunto del más que posible retraso de la edad de jubilación a los sesenta y siete años.
El ruido de pasos le hizo girarse justo a tiempo para contemplar cómo una madrugadora chica de baja estatura, de unos treinta años, cruzaba el parque haciendo footing. Vestía una camiseta gris sin dibujos y un pantalón hasta la rodilla de color azul oscuro y llevaba el pelo, castaño claro, recogido en una cola de caballo. Por el momento, y paradójicamente, no estaba interesado en las mujeres sino en los hombres, así que apenas le prestó atención. Siguió caminando, dejando a su izquierda el último kiosco de música, hasta dar con un pequeño túnel que ponía fin al parque. Se trataba de un pasadizo peatonal de unos quince metros de longitud y cuyas paredes estaban decoradas con pinturas relacionadas con el espacio (un astronauta, un vehículo espacial...). Lo atravesó y echó un vistazo a su alrededor para acto seguido volver a cruzarlo de vuelta al parque.
Conforme iba caminando de regreso a su punto de partida, el puente, comenzó a cruzarse con diferentes transeúntes. Al parecer se había abierto la veda. Inicialmente su idea era la de tomar minuciosas notas de todos aquellos que pudiesen encajar de alguna manera en la escueta descripción que había hecho la presunta testigo, centrándose en varones de entre veinte y cuarenta años, de pelo corto y que se dedicasen a correr o a hacer ejercicio, sin dejar de lado a los que paseasen al perro, en especial si llevaban ropa de deporte. Pero, según pasaban los minutos y posteriormente las horas, se vio abrumado por la ingente cantidad de gente que frecuentaba el parque, centrándose, por tanto, sólo en aquéllos que transitaban por la zona más cercana al puente, y prácticamente ignorando a los del lejano extremo opuesto.
La estrategia de observación era variable: en ocasiones, se paraba a beber en alguna de las fuentes próximas a los kioscos de música; otras veces, fingía hacer ejercicio en los puntos señalados a tal efecto. El manejo de su MP3 también era otro recurso habitual para mirar de soslayo a la gente que pasaba. Después, en todos los casos, procuraba tomar notas en algún lugar medianamente apartado de miradas ajenas, aunque seguramente no siempre conseguía evitar ser visto. Confiaba en que la mayoría de la gente no prestase atención a lo que hacían los demás y, si alguien le veía tomar notas, siempre podía pensar que era un novelista, o que estaba interesado en la naturaleza o algo por el estilo. Aunque centró su estudio en la zona más cercana al puente, puso especial énfasis en observar a aquéllos que daban vueltas y más vueltas alrededor del parque, ya fuese corriendo, andando, en bicicleta o con su perro. La lista crecía y crecía, y en más de una ocasión consideró que el proyecto era inabarcable y especuló con mandar el asunto a paseo, pero la idea de investigar un caso real de criminalidad en su ciudad fue más fuerte y logró mantener la concentración. Tras algo más de cuatro horas de observación, y con un calor y una sudada considerables, únicamente atenuados por el efecto balsámico del agua fresca de las fuentes, dio por concluido su trabajo de campo. En casa tendría que efectuar una gran criba de la lista que había confeccionado.
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
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