LII Domingo negro
«Broken bottles under children's feet,
bodies strewn across the dead end street...»
Sunday bloody Sunday
(U2)
El domingo podía ser un gran día... pero no
lo fue. Lorenzo estuvo todo el rato dándole vueltas a su sueño de
la víspera pero, pese a la ayuda de Sara, no fueron capaces de
sacar ninguna conclusión que les convenciese del todo o les
permitiese desenredar un caso que parecía no tener fin.
Tampoco fue un gran día para Maxi y Daniel.
Con el crimen de Moreda estaban casi tan perdidos como Lorenzo y,
respecto al asesinato de la Semana Negra, seguían igual de
estancados que una semana antes.
Ramón Candela estaba que trinaba. Tildar de
catastrófico el regreso de Guillermo Rabanal a Gijón sería quedarse
corto. En menos de doce horas, el díscolo primo del jefe de policía
había conseguido dar la nota en el avión, coger la gran borrachera
en una plaza pública, en la que además había sido apaleado, y
acabar dentro de una fuente, empapado y avergonzado, ante la atenta
mirada de multitud de viandantes. Sería casi imposible que la
prensa no se hiciese eco de las aventuras y desventuras de aquel
insensato, pensó Ramón. Y, por si fuera poco, para alegría de su
gran adversario, el alcalde de la ciudad, que volvería a tener un
as en la manga con el que presionarle. Indiscutiblemente, tampoco
había sido un buen día para el jefe de policía.
Dicen que hay gente que tiene un sentido muy
agudo de la intuición. Está claro que otras personas no gozan de
esa especie de clarividencia que les permite en ocasiones intuir
cuándo algo malo está a punto de pasar. El destino es, a menudo,
cruel y caprichoso. Margarita Morán estaba a punto de
experimentarlo en carne propia. Y no sería la única.
El sol no se había dejado ver en todo el
día, oculto tras un gran número de nubes, y en consecuencia las
temperaturas habían bajado ligeramente, como para contradecir la
llegada del mes de agosto. Por la mañana habían llegado incluso a
caer cuatro gotas, el clásico orbayu tan
típico de Asturias y de toda la zona norte del país. Las playas no
habían contado, por tanto, con demasiados adeptos y, quienes se
habían animado a ir, sin duda ya estaban de vuelta en sus casas.
Tampoco había mucha gente paseando por las calles ni tomando algo
en las numerosas terrazas de bares y cafeterías. De todos modos,
aquélla no era una calle muy transitada ya de por sí, conque mucho
menos aquel domingo sombrío.
Margarita caminaba por la acera más sola que
la una, pensando en sus cosas, sin prestar demasiada atención a las
escasas personas con las que se cruzaba. De haber estado algo más
atenta, quizá hubiese oído los pasos a sus espaldas, primero más
rápidos y luego más lentos. Tal vez se hubiese girado para mirar
atrás. A lo mejor habría intuido que algo no iba bien. Cuando dobló
la esquina, los hechos se precipitaron de una forma mucho más
rápida e imprevisible de la que ninguno de los implicados hubiese
podido prever. Margarita no lo vio venir, no tuvo oportunidad de
evitarlo. El Renault Megane granate, de matrícula 7990 TDH,
circulaba a la velocidad normal, quizá un par de kilómetros por
hora más rápido de la cuenta, pero no más. Tomó la curva
despreocupadamente, pues no parecía haber peatones cruzando. Un
empujón en el momento preciso, un traspiés con los adoquines, un
atropello difícilmente evitable. Margarita apareció de improviso,
prácticamente proyectada contra el parabrisas. Todo se volvió negro
para ella. Todo se volvió negro para él. Oscuridad.