XXXVIII La mirada indiscreta
«Imagínese a un hombre sentado en el sofá
favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él
lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspense»
Alfred
Hitchcock
Margarita Morán ya había superado los
sesenta, con el pelo de ese tono beige de
las rubias canosas formando una media melena. De constitución
robusta, había ido ganando kilos en los últimos años, pero aun así
procuraba mantenerse activa, saliendo a caminar casi todos los
días, incluso en invierno aun cuando el tiempo no acompañaba.
Tres años atrás se había quedado viuda, y su
única hija, que trabajaba en el Museo del Ferrocarril, no disponía
de todo el tiempo del mundo para ir a verla, aunque siempre
procuraba estar pendiente de ella; hablaban a menudo por teléfono y
se veían bastantes veces los fines de semana.
Este lunes, sin embargo, se le había hecho
bastante largo, así que, pese a que ya era casi la hora de cenar,
decidió ir a picar a su vecina, Isabel Sampedro, en parte por ver
si ésta quería compañía, y en parte por saber si había habido
avances en la investigación del suicidio, o asesinato, de su
marido. Margarita salió al rellano y se encaminó a la puerta de su
vecina. Justo antes de que pudiese llamar al timbre, Isabel abrió
la puerta. Portaba una bolsa de plástico azul visiblemente
llena.
—Anda, hola. ¿Venías a verme?
—Sí. ¿Vengo en mal momento?
—No, no. Simplemente iba a bajar la basura.
Subo ahora, si quieres esperar...
—No, da igual, te acompaño.
Cogieron el ascensor y bajaron a la calle.
El contenedor estaba justo en frente del portal, nada más cruzar la
acera.
El mismo par de ojos que tres días atrás
había contemplado cómo Ana visitaba a su madre observaba ahora,
nuevamente en la lejanía y con no poco desagrado, cómo Isabel y
Margarita tiraban la basura al contenedor. Se avecinaban
problemas.