LIII Puede contener trazas de huevo, cacahuetes y crustáceos

 

 

«Ubik, lo más nuevo en aderezos para ensalada. Ni italiano ni francés: Ubik es un sabor original y diferente que gusta al mundo entero. Descubra también usted el sabor de Ubik. Inofensivo si se emplea según las instrucciones»
Ubik (Philip K. Dick)

 

El destino se mostró, en este caso, cruel y misericordioso al mismo tiempo. El frenazo del Megane granate alertó a unas cuantas personas, y en seguida se solicitó una ambulancia aunque, evidentemente, el daño ya estaba hecho. Margarita había visto la muerte pasar por delante de sus ojos durante unas décimas de segundo, unas décimas que, al recordarlo después, le habían parecido eternas. La policía también se había personado en el lugar de los hechos con bastante premura. La versión que dio de los hechos la superviviente era ciertamente inquietante: afirmaba haber sido empujada por la espalda cuando caminaba por la acera, dando un traspiés en el suelo y precipitándose hacia la carretera, donde había estado a punto de ser arrollada por un coche. Al parecer, no había ningún otro testigo, al margen de la interesada, que pudiese respaldar esta versión ni dar ninguna otra alternativa.
De lo que sí había testigos, no obstante, era de la maniobra del conductor del vehículo que, exhibiendo unos extraordinarios reflejos, había logrado dar un fuerte volantazo en el momento apropiado, evitando llevarse por delante a la mujer a costa de empotrarse contra dos coches estacionados junto a la acera. La ambulancia lo había trasladado rápidamente al hospital de Cabueñes, pero el pronóstico era muy grave; era más que posible que no sobreviviese. La mujer, sin embargo, no solamente había evitado la muerte, sino que tan sólo presentaba unas ligeras contusiones en el hombro y una pierna.
Los policías habían podido averiguar la maniobra realizada por el conductor accidentado gracias a los testimonios del conductor de otro coche, que circulaba en dirección contraria a cierta distancia, así como por un par de peatones, que también habían presenciado la escena desde la lejanía. Ninguno de ellos podía, sin embargo, confirmar o desmentir la presencia de esa otra persona que, presuntamente, había empujado a Margarita hacia la carretera.

 

Lorenzo se sentía de alguna manera responsable de lo ocurrido. No había sabido cómo contrarrestar la amenaza a la madre de su amiga, que había estado a punto de morir atropellada. No tenía ninguna duda de que Margarita no se había inventado la historia: alguien había tratado de acabar con su vida. Muy posiblemente, el mismo «alguien» que le había metido la carta amenazante en el buzón.
—Tú no podías saber que iba a pasar eso —le decían tanto la madre como la hija, pero al detective no le reconfortaba—. No tienes la culpa.
—Si hubiese sabido que iban tan en serio... no sé, supongo que siempre se puede hacer algo.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Ahora no queda otra que avisar a la policía. Tendréis que poner una denuncia.
Margarita seguía aún en shock. Fue su hija Ana quien tomó la palabra:
—¿No será peor el remedio que la enfermedad? Han estado a punto de... —No fue capaz de pronunciar la palabra fatídica.
—Lo sé. Precisamente por eso. No sabemos si van a volver a intentarlo o no, pero necesitamos que os pongan protección. A ambas. Y eso es cosa de la policía, yo no puedo, no tengo los medios ni...
—Ya... Supongo que tienes razón.
—Yo iré con vosotras. —No era una pregunta—. Y se lo contaremos todo: mi investigación, lo de la carta, vuestra relación con Isabel... todo.
—¿Tendrá que venir ella también?
Lorenzo había estado sopesándolo, sin llegar a una conclusión clara.
—Inicialmente no. Con tres personas allí declarando creo que es más que de sobra. Si quieren hablar con ella, que lo hagan. No hará sino confirmar nuestra versión.
—¿Quieres que vayamos hoy mismo?
—No, podemos dejarlo para mañana. Prefiero que repasemos primero todo el asunto para que no haya fisuras en nuestras declaraciones. A la policía no creo que le guste que nadie investigue por su cuenta, así que se pondrán instintivamente en mi contra en cuanto les diga a qué me dedico.

 

Se detuvo a contemplar las diferentes opciones de patatitas, frutos secos, cereales y barritas energéticas. En el pasillo de al lado una voz cargante como pocas seguía recitando las propiedades milagrosas de algún producto de Teletienda. Desde hacía tiempo, en casi todos los supermercados y centros comerciales, teles o tablets parlantes informaban, quisieras o no, de todo tipo de artilugios de belleza, musculación, almohadas cervicales, sartenes en las que no se pega la comida o artículos de bricolaje y jardinería. No importaba a qué establecimiento acudieses ni en qué pasillo estuvieses, siempre el mismo runrún, cíclico, incesante, que acababa por volverte loco si te detenías a escucharlo, cosa que, evidentemente, Miguel no pensaba hacer.
Cogió varias bolsas de comida industrial, tan sabrosa como poco sana, y salió de aquel pasillo. Se acercó a las cajas y resopló, todas tenían bastante gente delante. Se puso en la primera de ellas. Cómo no, en ese momento hubo un problema con la tarjeta de la persona que estaba siendo atendida y pudo observar cómo en la fila de al lado comenzaba a avanzar la gente, mientras en la suya estaba todo parado hasta solucionar el problema de la dichosa tarjeta. Se prometió firmemente no cambiarse de cola... conocía bastante bien las leyes de Murphy y lo que decían a ese respecto.
Mientras esperaba, recordó otro motivo por el que detestaba ese tipo de establecimientos: la infernal música de fondo. Trató de abstraerse echando un ojo a las etiquetas de la comida que había comprado. Siempre le habían hecho especial gracia las contraindicaciones para alérgicos que figuraban en la mayoría de los alimentos de fabricación industrial. «Puede contener trazas de huevo, apio, soja, sésamo, sulfitos, mostaza, pescado, cacahuetes y crustáceos». No está mal, pensó sonriendo, teniendo en cuenta que se trata de una pizza de pollo y bacon, que deben ser las dos únicas cosas que no lleva. Por fin le llegó su turno. Había llegado la hora de pagar y marcharse a casa.

 

<LaSirenitaGijonesa> no conseguía dar contigo
<PerezGal2> aquí me tienes
<LaSirenitaGijonesa> ya lo sabrás... perdí 1 poco los papeles
<PerezGal2> no me jodas, o sea q tú
<LaSirenitaGijonesa> sí
<PerezGal2> en q coño estabas pensando
<PerezGal2> puedes haberlo jodido todo
<LaSirenitaGijonesa> eh, no me hables así
<LaSirenitaGijonesa> nadie vio nada, nadie sabe nada
<PerezGal2> + te vale q sea así
<LaSirenitaGijonesa> + nos vale, querrás decir
<PerezGal2> empiezo a hartarme de tus pijadas
<PerezGal2> se suponía q sabrías soportar la presión
<LaSirenitaGijonesa> esto está siendo algo peor de lo esperado
<PerezGal2> dímelo a mí

 

Una breve pausa.

 

<PerezGal2> bueno, será mejor q lo dejemos estar, procura no cagarla de nuevo
<LaSirenitaGijonesa> procura no cagarla tú tampoco
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
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