XXVI La transparencia salarial no resuelve
crímenes
«La ambición suele llevar a las personas a
ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta
la misma postura que para arrastrarse»
Jonathan
Swift
—¿Diga?
—Hola, ¿dónde estás, podemos hablar?
—Ah, eres tú. Estoy en casa. ¿Ha ocurrido
algo?
—No, sólo era para que supieras que ya han
contactado conmigo. Todo marcha según lo previsto... más o
menos.
—¿Más o menos? ¿Qué quieres decir con «más o
menos»?
—Fue un poco raro, no sé. Pero está todo
bajo control.
—¿Te hicieron muchas preguntas?
—No demasiadas.
—¿Sospechan algo?
—Por supuesto que no. —En su tono había
cierta crispación—. Dan palos de ciego. Pero tienen que hacer
preguntas, no pueden descartar nada, ya sabes.
—Sí, lo sé. Contaba con ello. Bueno,
contábamos con ello.
—¿Y tú, todo bien?
—Sí, sí, también lo esperado. No creo que
vaya a haber demasiadas complicaciones. Está todo bien atado.
—Vale, nada más. Y recuerda, ni se te ocurra
mandarme un SMS o un mail.
—Por descontado.
—Y borra este número de la memoria del
teléfono en cuanto cuelgues.
—Descuida. ¡Qué irascible estás! ¿Me tomas
por idiota?
—Tú bórralo.
—De todos modos, estás en una cabina,
¿no?
—Sí, claro.
—Lo borraré, no te preocupes.
—Adiós.
—Hasta luego.
Dos días. Algo menos de cuarenta y ocho
horas eran las que habían pasado desde la reunión entre el alcalde
y el jefe de policía, y el segundo había estado dándole vueltas y
vueltas al tema en su cabeza, debatiéndose en un mar de dudas.
Sabía lo que tenía que hacer, lo que debería hacer, pero también sabía las connotaciones
que podría tener para su carrera, para su familia, para su vida.
Tenía básicamente dos salidas, a cual más insatisfactoria: la
primera consistía en concentrar sus esfuerzos en organizar una gran
investigación, aumentando efectivos para la búsqueda de pruebas y
los interrogatorios a fin de resolver el asesinato de la Semana
Negra. Esto podría reportarle, en caso de solucionarse
convenientemente, una importante inyección moral, tanto a él, como
a todo el Cuerpo de Policía, así como el reconocimiento popular
pero, entre tanto, la espada de Damocles que Jacobo hacía pender
sobre su cabeza en forma de chantaje le asestaría un golpe del que
iba a ser complicado levantarse.
La otra alternativa era echarle tierra
encima al asunto, como ya se había visto obligado a hacer con el
crimen de Moreda. En ese caso sería la segunda vez en el mismo mes
que traicionaba sus principios, cosa que no había hecho
posiblemente en toda su vida. Se libraría, al menos de momento, de
problemas en el seno de su familia y no expondría su vida privada a
la opinión pública, pero el alcalde le tendría «cogido por las
pelotas» y podría seguir extorsionándole en el futuro en cualquier
otro tema que le resultase oportuno.
Por una vez, y sin que sirviese de
precedente, no tenía ni la más remota idea de qué decisión tomar.
Aun así, había convocado a los dos únicos policías que, hasta el
momento, estaban enterados de los pormenores del caso, y les iba a
hacer una revelación que podría explotarle en la cara. Pero tenía
que confiar en alguien, realmente lo necesitaba, y si no podía
contar con sus hombres para eso, ¿de qué demonios le servía ser el
jefe de policía? Picaron en la puerta. Ramón abandonó sus
conjeturas mentales y alzó la voz para invitarles a pasar.
—Adelante.
Daniel Jarillo entró precedido por Maxi
Colina.
—Hola, jefe. ¿Nos habías llamado?
—Sí, sí, pasad. Sentaos. Sé que estos
últimos días no he podido haceros mucho caso —el policía más
veterano comenzó una frase de amistosa protesta pero Ramón le hizo
un gesto para que se mantuviese en silencio—, pero lo cierto es que
he estado muy liado con asuntos personales... relacionados con el
caso que estamos investigando.
Daniel levantó involuntariamente las cejas
en señal de sorpresa.
—En ocasiones, tanto aquí en el Cuerpo como
en la vida misma, y esto lo verás con el tiempo, Daniel —lo llamó
por su nombre de pila, cosa que no acostumbraba a hacer—, la
conciencia te invita a hacer unas cosas y las circunstancias te
obligan a hacer otras diferentes. —El joven policía asentía sin
decir ni mu; Maxi, por su parte también permanecía mudo, tras el
breve intento inicial de disculpar a su superior—. Recientemente he
tenido cierta conversación con un personaje que a su vez está
relacionado con otros muchos y que, digámoslo así, puede hurgar en
asuntos de la vida personal de mucha gente, la mía o la vuestra
incluida, para ponernos las cosas difíciles si no pasamos por
determinados aros. En ese tipo de situaciones es cuando más
necesario es que el Cuerpo esté unido, que vayamos todos a una, que
miremos en la misma dirección. Y así, y sólo así, es que como se
van sacando las cosas adelante.
Los dos policías mantenían la boca cerrada,
esperando a ver qué derroteros tomaba la conversación. Ramón
parecía leer los interrogantes escritos en sus mentes y
prosiguió.
—Sé que estáis pensando: ¿qué coño nos
cuenta este tío? Primero nos manda investigar por nuestra cuenta,
ocultándoselo al resto de compañeros, y ahora nos dirá que lo
dejemos todo, que mandemos el asunto de la Semana Negra a la mierda
y a otra cosa, mariposa. Nada más lejos de mi intención. Sólo
quería preveniros, sólo quiero saber si puedo confiar en vosotros
para lo que os voy a contar y lo que os voy a pedir. Sólo quiero
saber si estáis dentro o estáis fuera.
Daniel tomó la delantera, ante la pasividad
de su experimentado compañero, que no parecía haber entendido el
sentido interrogativo de la frase.
—La duda ofende. Yo me apunto.
—Valoro tu iniciativa y tu valentía, créeme
que lo hago, pero formáis un equipo. —Dirigió su mirada hacia
Maxi—. ¿Y tú qué me dices?
—Tú lo has dicho, jefe. Somos un equipo.
Estoy con vosotros.
—Vale, teniendo las cosas claras, os cuento.
Como ya sabéis, ese personaje con el que me tuve que reunir y al
que antes no quise nombrar era el «excelentísimo alcalde de nuestra
ilustrísima villa». Un auténtico soplapollas. —Maxi echó una
risotada, Daniel se limitó a sonreír—. El caso es que el tío me
quería hacer chantaje. No sé qué mierda de chanchullos se traerá
entre manos o si es sólo cuestión de desconfianza en sus futuros
votantes, el caso es que me pidió... mejor dicho, me sugirió o
recomendó que dejásemos de lado el caso de la Semana Negra.
—Pero no lo vamos
a hacer.
—Efectivamente, no lo vamos a hacer.
—¿Y qué puede tener en tu contra, o en
nuestra contra, para hacernos chantaje? ¿Sabe que tú estabas en
León cuando lo del «Lute»?
—No, no, no es eso. —Se quedó pensando unos
segundos—. La verdad es que no lo había enfocado por ahí pero no...
Si supiese algo de eso, me lo hubiese dicho; no se guardó ningún as
bajo la manga. Bueno, es relacionado con Rabanal, ya sabéis...
—Asintieron. En comisaría casi todos conocían al díscolo pariente
del jefe que siempre andaba metiéndose en follones—. Han ido por
ahí, llevándolo al terreno personal, y no estoy dispuesto a ceder a
ese tipo de chantajes. Ni de coña.
—Tienes nuestro total apoyo, jefe —apuntó el
policía más joven.
—Os lo agradezco. El caso es que, lo que sí
os pediría, es que por lo pronto no involucréis en este asunto a
nadie más de lo estrictamente necesario. Quiero que tenga la mínima
trascendencia posible en los medios. Las investigaciones llevadas
con discreción suelen ser las que mejores frutos dan. ¿De
acuerdo?
—De acuerdo —respondieron al unísono.
—Y ahora, por favor, contadme qué tal os ha
ido con los periodistas esos, Arturo Doriga y Jaime Cano.
Daniel miró con admiración a Ramón,
percatándose de que, pese a no haber tenido tiempo para ellos en
los días anteriores, su jefe aún tenía bien presente con quién
debían reunirse. Echó una ojeada a Maxi para ver si era él el que
comenzaba el relato de sus entrevistas con los reporteros pero éste
le permitió llevar la delantera y posteriormente, entre los dos, le
fueron poniendo al tanto de la situación y debatieron sobre qué
estrategia emplear en el futuro.
Sara regresó a casa con un par de bolsas y
un semblante aún más sonriente que lo que en ella era habitual.
Entró en el dormitorio y posó las bolsas encima de la cama. No
encontró a Lorenzo ni allí ni en el salón, así que lo llamó desde
el pasillo.
—¿Loren?
—Estoy aquí.
La chica se dirigió al estudio. «¿Dónde si
no?», sonrió para sus adentros. Lorenzo se encontraba en la mesa de
escritorio, rodeado de papeles garabateados, mirando fijamente para
su libreta de notas y con el ordenador encendido, aunque mostrando
las imágenes del protector de pantalla.
—Hola, guapísima. —Se levantó y la saludó
con el tradicional beso para luego volver nuevamente al asiento—.
Es que estoy liado con la investigación.
—Ah, claro. —En la mirada de la chica había
un fulgor especial—. Entonces no tienes un minutín para una cosa,
¿no?
Levantó la vista y notó el brillo de sus
ojos.
—Mmmm, yo diría que sí. A ver. —Volvió a
ponerse de pie y acompañó a la chica por el pasillo en dirección al
dormitorio, al que ambos entraron.
—Es que me he comprado un par de cosinas de
ropa... pero no estoy muy segura de si me quedan bien o no —expresó
Sara con una candidez ligeramente forzada—. No es ropa interior ni
bikinis, por si lo estabas pensando, pero es ropa muuuuy veraniega.
—Se sonrojó ligeramente.
—Eso va a requerir un análisis exhaustivo y
pormenorizado —dijo Lorenzo con el tono más serio y formal que
pudo, con su omnipresente ironía—. Yo creo que habría que comenzar
el estudio de inmediato. ¿A qué estás esperando?
—Quédate aquí. Ahora vuelvo.
La chica cogió las bolsas y se marchó en
dirección al cuarto de baño. Volvió al dormitorio pocos minutos
después. Lorenzo la esperaba cómodamente tumbado en la cama, con un
pie cruzado sobre el otro, y los dedos de las manos entrelazados
detrás de la cabeza.
—¡Jooooder! —fue la sutil exclamación que
salió de los labios del chico cuando vio a Sara entrar en la
habitación. Llevaba puesta una camiseta oscura, con finos bordados
que Lorenzo no pareció apreciar demasiado, ocupado como estaba en
contemplar el vertiginoso escote en V que dejaba ver la sensacional
curvatura de sus firmes y voluminosos pechos. Completaba el
conjunto una minifalda verde muy escueta.
—¿Qué te parece? ¿No es demasiado corta?
—dijo señalando la minifalda—. Encima con toda la carne que
tengo... —Y apretó con sus delicadas manos sus anchos pero
perfectamente moldeados muslos.
El chico saltó literalmente de la cama y se
llevó el dedo índice a la boca, invitándola a que dejase de hablar.
Después hizo un gesto en el aire con el mismo dedo para que se
girase. Sara lo hizo y luego volvió a quedar de cara a él.
—¿Te gusta?
—¿Que si me gusta? —Las manos del detective
se instalaron en la cintura de la traductora y el cuerpo de ésta
fue atraído hacia el suyo—. ¿Que si me gusta dices?
—No sabía si sería demasiado
atrevido...
—Es genial. Espectacular. Acojonante. Ufff.
—La soltó ligeramente para contemplarla de arriba abajo y después
la volvió a apretar contra él—. ¿En serio vas a llevar esto puesto
por ahí por la calle?
—En realidad —la chica sonrió con algo de
rubor—, no pensaba ponérmelo fuera de casa. Lo he comprado sólo
para aquí... para ti.
—Pues te queda de vicio. —Comenzó a
besuquearla apasionadamente en la boca y en el cuello—. Te queda
perfecto —siguió diciendo entre besos, casi sin respiración—. Es
una verdadera lástima que casi nunca lo vayas a poder tener puesto
durante más de dos minutos. —Y comenzó a quitarle la camiseta
mientras la chica, complacida, elevaba los brazos para facilitarle
la labor.
El portavoz de la Junta de Gobierno se
aproximó a Jacobo, que parecía ensimismado en la lectura de la
prensa. El alcalde levantó la vista al sentirle llegar y le dijo
con el tono neutro que empleaba justo antes de elogiar a alguien,
cosa que no hacía muy a menudo, o de explotar en un torrente de
furia, cosa bastante más frecuente:
—¿Ya estás aquí? Siéntate, siéntate. —El
subordinado obedeció mansamente—. ¿Qué tal va todo? ¿Bien?
—Bien. Supongo que ya habrás visto el
anuncio en la prensa.
—Ah, sí, el anuncio. —Parecía tener la mente
en otra parte—. La transparencia en los salarios... Mmm, parecía
una buena idea, ¿verdad?
Pedro Mata se temía por dónde iba a
discurrir la conversación y se limitó a asentir, sin abrir la
boca.
—Toma. Échale un vistazo. —Le pasó un
ejemplar de La Nueva España del día
anterior.
Pedro comenzó a leer la columna para sí, y
después levantó la cabeza para saber si debía leer en voz
alta.
—Sí, puedes leer en alto si quieres. Espera.
—Le quitó un segundo el periódico y señaló sobre él—. Sáltate esa
parte... y lee la columna de al lado.
El portavoz tomó aire y comenzó a
leer:
La transparencia salarial no resuelve
crímenes por Jaime Cano
En la parte izquierda de esta página se
pueden ver los datos facilitados por la actual Junta de Gobierno,
que ha tenido la deferencia para con los ciudadanos de hacer
públicos sus salarios “en aras de una mayor transparencia” (sic).
Sobre las cantidades en sí, mejor no hablar. Si uno fuese mal
pensado o malintencionado, podría creer que esto no es más que una
cortina de humo para no hablar de otra serie de problemas graves
que asolan nuestra región, tales como el alarmante índice de paro,
la emigración de nuestros universitarios, el precio de la vivienda,
las carencias en materia de investigación y desarrollo... En fin,
creo que ya saben de lo que les hablo.
Que hagan este anuncio con las elecciones a
la vuelta de la esquina no llama especialmente la atención (dentro
de la filosofía actual del enmarañado mundo de la política, el
“todo vale” con tal de ser elegidos/reelegidos, etc.), pero que lo
hagan cuando se han producido un par de muertes violentas en
nuestra ciudad en las dos últimas semanas, de los que ni la policía
ni los gobernantes parecen estar muy preocupados, sí que es digno
de consideración.
Si bien el primer asunto fue zanjado con un
(¿conveniente?) diagnóstico de suicidio, el otro caso aún sigue sin
resolver. Hace ocho días un hombre fue asesinado: le dispararon
tres tiros a bocajarro, en pleno recinto de la Semana Negra, de día
y rodeados por cientos de testigos (aunque, al parecer, nadie haya
visto nada). ¿Y qué hacen nuestros gobernantes? Publicar sus
opulentos sueldos, quien sabe si a modo de provocación, y augurar
tiempos difíciles, hablar de la regresión económica e invitar a la
austeridad y al esfuerzo de todos los ciudadanos por el bien común,
empezando por ellos mismos (me remito a que vuelvan a echarles un
ojo a los sueldos de la parte izquierda de la página para que se
hagan una idea).
Seguramente el Gobierno trabaja a marchas
forzadas en pro del pueblo, probablemente estén luchando por todos
los medios imaginables para sacarnos de esta terrorífica crisis
económica y muy posiblemente tengan muy presente que convendría
apresar y encerrar a los criminales para que las familias pueden
acercarse a la Semana Negra o cualquier otro evento veraniego sin
temor a recibir un disparo entre ceja y ceja. Sin duda nuestros
lectores se encontrarán mucho más tranquilos ya al conocer estos
datos. Llámenme escéptico, pero reconozco que no alcanzo a
comprender de qué manera puede la revelación de estos números
combatir ninguno de los problemas anteriormente mencionados. La
transparencia salarial está muy bien...
... pero no resuelve crímenes.
Antonio Bernardo terminó de leer la columna
de opinión y dirigió su mirada hacia el autor del artículo. Jaime
Cano se rascaba la patilla derecha mientras esperaba la reprimenda
de su jefe.
—¿No habíamos quedado en ir suave con estos
asuntos?
—Habíamos quedado, si mal no recuerdo, en
que no criticase a las «Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado».
No dijimos nada respecto a los políticos.
Antonio no tuvo otro remedio que sonreír
ante la cita textual de su empleado. Sabía que era uno de sus
mejores periodistas y, qué narices, lo que había publicado no era
nada más que la cruda realidad. Pero también sabía cómo se las
gastaba la gente con poder.
—También le lanzas un par de pullas a la
policía. Sacas a relucir lo de Moreda, aparte de meter la llaga en
lo de la Semana Negra.
—Es un artículo de opinión... De todos
modos, creo que cualquiera que lo lea lo verá más como una crítica
al gobierno que a las fuerzas de seguridad.
—Por esta vez vamos a dejarlo estar.
—Ya está publicado, no hay marcha
atrás...
—Siempre la hay. —Ahora fue Antonio el que
se frotó la mejilla azulada por la barba—. Siempre la hay
—repitió.
—¿No esperarás otro artículo en el que me
retracte, verdad?
—Por supuesto que no. Pero ten cuidado. Y ya
sabes que no lo digo por mí, que en muchas ocasiones, y ésta no es
una excepción, comparto tus ideas.
—Tendré cuidado con lo que digo o lo que
escribo, descuida. ¿Alguna otra cosa?
—No, puedes irte.
Jaime se marchó del despacho con una sonrisa
de oreja a oreja.
—La transparencia salarial está muy bien,
pero no resuelve crímenes —repitió Jacobo cuando Pedro terminó de
leer—. ¡La transparencia salarial está muy bien, pero no resuelve
crímenes! —rugió, elevando ostensiblemente el tono—. ¿Éste es el
resultado de tu gran idea? ¿Éste era el anuncio que nos pondría a
bien con los ciudadanos y marcaría el punto de inflexión de nuestra
campaña?
El portavoz no tenía respuestas para
aquellas preguntas. Al menos ninguna que pudiese satisfacer a su
airado jefe. Optó por dar la callada por respuesta y permaneció de
pie, con la mirada baja, en actitud sumisa. El alcalde
continuó:
—¿Conoces a este tío? El que firma el
artículo.
—No, pero podría hacer averiguaciones.
¿Quieres que alguien le dé un toque? —sugirió.
—¡No! —bramó Jacobo en un repentino acceso
de locura. Después pareció controlarse un poco y continuó más
calmado—: No quiero más líos inútiles; ya está suficientemente
jodido todo como para andar metiéndonos con la prensa también si no
es estrictamente necesario. Si pasamos del tema, lo más probable es
que ellos también lo dejen correr. Eso sí, no está de más que
recopilemos información sobre ese menda... pero sólo de forma
preventiva, ¿está claro?
—Muy claro.
Jacobo, aparentemente sumido en sus
pensamientos, ni siquiera miraba ya a su subordinado, la vista fija
en algún punto indeterminado de la pared de enfrente. El portavoz
imaginó que aún tendría alguna otra cosa que añadir y no quería por
nada del mundo interrumpir sus cavilaciones y que la tomase con él,
así que esperó. Finalmente el mandatario reparó en la presencia de
Pedro y dijo:
—Y respecto al otro anuncio...
—¿Sí?
—El plan inicial sigue en marcha. Y, por
favor, pásate por aquí en cuanto tengas el borrador para que yo le
eche un vistazo, ¿de acuerdo?
«Nuevamente la bipolaridad», pensó Pedro.
«Ahora hasta parece amable».
Mientras salía por la puerta escuchó a
Jacobo farfullar:
—Joder, vaya racha que llevo. Pongo un circo
y me crecen los enanos...