LXI ¿Tú y cuántos más?

 

 

«You are not me, Arlandria, Arlandria. You and what army, Arlandria, Arlandria?»
Arlandria (Foo Fighters)

 

La discusión había ido subiendo de tono paulatinamente.
—Quise aconsejarte, quise decirte que no era una buena idea darle tanta manga ancha a este idiota... —Pedro Mata estaba desatado, fuera de sí.
Claro que eso no era nada comparado con el estado de ánimo de Jacobo Arjona.
—¿Qué tienes que decir a eso, David? ¿Vas a escuchar y callar? ¿Hoy no vas a echarle cojones, como haces otras veces?
El aludido decidió que era el momento idóneo para dejar de morderse la lengua.
—Pues mira, Jacobo, sí que tengo algo que decir. ¡Aún no sé qué narices hago yo aquí! Tampoco tengo ni idea de por qué tengo que escucharle sandeces a este gilipollas. —Miró a Pedro, que respondió con un exabrupto equivalente. David Braña continuó—: Ni a ti, ya puestos. No os tengo ni el menor miedo a ninguno de los dos. En realidad —volvió a mirar al portavoz, esta vez una lenta y larga mirada cargada de cólera y desafío—, a ti ni siquiera te tengo el más mínimo respeto. Siempre haciendo de payaso de feria para Jacobo. Sin la más mínima dignidad, sin el más mínimo orgullo, una puta marioneta de nuestro querido alcalde, para beneplácito de él, ¿no es así? —Ahora su vista se clavó en el máximo mandatario de la ciudad.
Éste tomó la palabra:
—Bien, ahora que estamos todos tranquilos y relajados —dijo, con su mordacidad habitual—, volvamos al tema inicial: estamos aquí, tú incluido David, porque hace un par de días se filtró una noticia en la prensa, una noticia en la que se hablaba de fraudes, negocios turbios, recalificaciones de terrenos, corrupción urbanística... En definitiva, una noticia que nos hace quedar como el culo. Sí, una vez más, por difícil que eso parezca. —Hablaba con aparente calma y grandes dosis de ironía. Los que lo rodeaban sabían que en cualquier momento iba a estallar, así que nadie osaba interrumpirle—. Como os acabo de decir, eso fue el martes. Desde entonces, ayudado principalmente por Pedro —éste inclinó la cabeza con agrado—, he estado haciendo indagaciones para tratar de averiguar la fuente que filtró dicha noticia. Vamos, tratando de descubrir quién era el puto topo que nos estaba dando por culo. Cavando nuestra propia tumba.
David alzó la voz para preguntar:
—¿Y ya lo sabes?
—Sí. Eso creo.
Los ojos del alcalde fueron recorriendo las caras de los miembros de su junta, uno por uno. Julio Vega era el único ausente; se encontraba convenientemente enfermo del estómago. De todos modos, no era él el blanco de las iras de Jacobo.
—Lógicamente, el que lo ha hecho ha tenido que ser el que más me odia, el que está más hasta las narices de mí, el que prefiere mandarlo todo a la mierda antes que ver cómo sigo en el poder.
Se levantó de la silla y señaló con el dedo acusador al primer teniente de alcalde:
—Todo parece apuntar hacia ti, ¿verdad?
—Te equivocas de cabo a rabo —dijo el susodicho—. No tengo nada que ver con esto.
Jacobo se sentó de nuevo.
—Te di mi confianza, te di carta blanca, o casi, para que hicieses cuanto pudieses para mejorar este estercolero en el que se ha convertido nuestro Gobierno y tú —subió el tono dos octavas—, ¿cómo me lo pagas? ¿Cómo cojones me lo pagas?
—Te repito que no he filtrado nada a nadie. ¿Acaso no sabes que no es mi estilo? Más de una vez he pensado en dimitir, de hecho aún lo pienso, pero ¿me crees capaz de ponerte bajo las patas de los caballos de una forma tan ruin?
Volvió al tono normal:
—Ésa, amigos míos, es la razón por la que David es el primer teniente de alcalde y no ninguno de vosotros. Ése, estimados compañeros, es el motivo por el cual le di a este hombre una confianza que no os he dado a ninguno de los demás... ¡Ésa —clamó, a voz en grito— es la puta razón por la que sé que él no fue el que filtró toda esta mierda! ¡No es su puto estilo!
—¿Quién podría ser si no? —replicó Pedro, visiblemente afectado—. Tú lo has dicho, es el que más te odia.
—¿En serio? —Nueva vuelta al tono normal—. Vamos, Pedro, sé un poco más imaginativo. Piensa con la cabeza. Él ha adquirido una especie de trato de favor —David trató de intervenir, pero Jacobo le cortó con la mano—, lo sé, lo sé, no es un trato de favor. Él ha adquirido un respeto que vosotros no tenéis ni, posiblemente, tendréis nunca de mí. ¿Sabéis por qué? ¡Porque él no es un puto vendido, como vosotros! ¡Porque él tiene los cojones suficientes para cagarse en mi puñetera madre en la cara si fuera necesario! Aunque dejemos a mi madre en paz, que no tiene ninguna culpa. ¡Sólo una persona puede estar especialmente resentida por mis últimas decisiones! Sólo uno de vosotros es capaz de habérsela jugado, pensando que culparía a David y que él se saldría de rositas... Sólo uno es taaaaan jodidamente arrogante que piensa que yo no me iba a dar cuenta. ¿No es así, Pedro?
Todas las miradas se clavaron ahora en el portavoz del Gobierno.
—¿Yo? ¿Pero cómo puedes pensar que yo...?
—No pienso... ¡Lo sé! ¡Sé que fuiste tú, maldito hijo de puta! Tú, el que me cuchicheabas secretos al oído, perjudicando a cualquier otro de tus compañeros; tú, el que siempre te esforzabas en lamerme el culo incluso cuando sabías que estaba totalmente equivocado. —Pedro trataba en vano de meter baza, pero Jacobo no se lo permitía—. Tú, que no has sido capaz de comprender ni de asumir que haya preferido a David que a ti como mi mano derecha.
Pedro se quitó por fin la máscara de dignidad ofendida y gritó. Gritó tan alto como Jacobo, más alto de lo que hubiera podido haber gritado nunca antes en su vida:
—Te he estado sacando las castañas del fuego todos estos años, ¿y así me lo pagas? ¡Gordo cabrón! ¡Hijo de la gran puta! —Éste reía, lo cual enfurecía aún más al futuro exportavoz. El resto se mantenía en silencio—. ¡Vete a la TPA!, me decías. ¡Saca un comunicado de prensa!, me implorabas. ¡Mira a ver qué discurres como cortina de humo para limpiarme el culo una vez más! ¡Pues eso se acabó! Maldito cabrón... —Se levantó, preso de una gran excitación. Jacobo hizo lo propio, aunque mucho más calmado.
—No te preocupes, no hace falta que dimitas... ¡estás despedido!
—¡Te vas a enterar, hijoputa! ¡Voy a hacer que te encierren! Voy a sacar tanta mierda, de ti, de todos vosotros, que vais a desear no haber nacido.
El alcalde ni siquiera se molestaba en mirarle a la cara, entretenido en jugar con sus gafas. David hizo un pequeño amago de poner paz, pero un compañero lo sujetó por un brazo.
—Supongo que no hace falta que diga que no vuelvas por aquí, ¿verdad?
—¡Vete a la mierda! —Se apartó de su silla. Durante unos segundos parecía que iba a encararse físicamente con el alcalde. Después se encaminó a la puerta, mientras seguía vociferando—: ¡Te vas a cagar! ¡Os vais a cagar todos! ¡Voy a conseguir que te metan en Villabona, gordo cabrón!
—¿Sí? —Abrió los ojos desmesuradamente, subiendo las cejas y formando una enorme O de fingida sorpresa con la boca—. ¿Vas a hacer todo eso? ¿Tú y cuántos más? Dime, ¿tú y cuántos más?
Cerró de un portazo. Y fue la última vez que lo vieron en aquel edificio.
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
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