XXXVII Cadáveres en la biblioteca
«Sin bibliotecas, ¿qué tenemos? Ni pasado
ni futuro»
Ray
Bradbury
La biblioteca pública Jovellanos se
encontraba situada en pleno centro de Gijón, en el número 23 de la
calle Jovellanos. El ilustrado gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos
había sido el artífice, en 1794, del primigenio Real Instituto
Asturiano, germen de la actual biblioteca Jovellanos, contribuyendo
de forma decisiva a su formación con una generosa donación de
libros. En 1816 la biblioteca del Instituto constaba ya de más de
5.000 documentos que se fueron incrementando paulatinamente con
aportaciones de particulares a lo largo del siglo XIX.
Desde su creación había ido ocupando
diferentes locales hasta 1991, año en el que se había trasladado a
su ubicación definitiva. Actualmente disponía de una extensísima
colección de documentos para su consulta o préstamo en todo tipo de
soportes (libros, CDs musicales, películas y series de televisión
en DVD...), así como una sala con la prensa diaria y acceso
inalámbrico gratuito a Internet en todo el edificio.
Miguel subió los diez escalones, cruzó la
puerta y accedió a la biblioteca, que constaba de cuatro plantas.
En el sótano se encontraban la sala de exposiciones y el salón de
actos. En la planta baja estaban la sala de prensa y toda la
amplísima colección de literatura, tanto narrativa como de género,
además del material audiovisual. La primera planta albergaba la
sección infantil, dirigida a menores de quince años, y la segunda
planta daba cobijo a las obras de Filosofía, Lingüística, Geografía
e Historia. Miguel, como la mayoría de la gente, utilizaba única y
exclusivamente la planta baja.
Nada más pasar el hall de entrada, al final del cual se accedía a la
sala de prensa, giró a la derecha para dirigirse a la zona de
«devolución y préstamo». Las recomendaciones literarias que le
había hecho días atrás Lorenzo habían contribuido a que devorase la
novela de Ross Macdonald, cogida en la biblioteca de El Coto, y
ahora, ávido de descubrir a nuevos autores, había vuelto a
encaminar sus pasos hacia otra de la bibliotecas de la ciudad, en
este caso la más grande y popular, en busca de nuevos compañeros de
viaje. Fue dejando a su derecha los numerosos pasillos de material
audiovisual y literatura ordenada por idioma original y echó un
breve vistazo a la sección de Ciencia Ficción, al fondo de ese
primer pasillo. Después giró a la izquierda, pasando un corto
segundo pasillo, y se adentró en la otra mitad de la zona de
préstamo, donde se encontraba el resto de narrativa por países, así
como las secciones de teatro y poesía y, cómo no, lo que él andaba
buscando: la amplia sección de Novela Policiaca, donde obviamente
se detuvo.
No necesitaba sacar la lista que, no
obstante, llevaba en el bolsillo izquierdo de su camisa, a modo de
chuleta, con los autores que le había sugerido Lorenzo. Y no lo
necesitaba por dos motivos: en primer lugar, porque se sabía la
lista de memoria, y en segundo lugar, porque también estaba abierto
a descubrir algún otro escritor que no figurase en la lista. Se
acercó a los estantes, ordenados alfabéticamente, y empezó a mirar
por la letra A. La diversión había comenzado.
«Es una decisión meditada», se decía a sí
mismo, aunque con escaso convencimiento. De alguna manera tenía que
justificar lo que acababa de hacer. Pero se sentía traicionado, y
ésa era la única manera de vengarse de su jefe. Las sospechas
podrían recaer sobre él, claro está, pero tampoco le preocupaba en
demasía... estaba completamente convencido de que, en cualquier
caso, no saldrían reelegidos y, visto lo visto, eso seguramente
implicase que Jacobo Arjona prescindiese de algunos miembros de la
actual junta y, con su puesto, él era el candidato perfecto.
El alcalde se lo había buscado, a su
parecer, al otorgar al díscolo David la batuta, con lo que su
decisión estaba más que justificada. El periodista que tomó nota de
los datos no parecía fiarse del todo, pero Pedro Mata confiaba en
que publicase lo que le había contado. Sería un bombazo si alguno
de los diarios del día siguiente se atrevía a abrir su edición con
el escándalo de los chanchullos y fraudes varios del máximo
mandatario de la ciudad. Al menos, eso creía el todavía portavoz
del Gobierno.
Miguel se acercó al mostrador de «Préstamos»
con su botín y esperó su turno. Delante de él, una mujer de treinta
y pocos, que portaba una novela rosa y otra de género negro, era
despachada por el bibliotecario de turno, un cincuentón ancho de
hombros, barba desaliñada y mirada torva, semioculta tras unas
gafas que alguna vez estuvieron de moda. En el mostrador contiguo,
el de «Devoluciones», otro bibliotecario, éste algo más joven,
flacucho y con pelo ralo, peinado hacia atrás, se encargaba de
atender a una mujer de mediana edad que devolvía unas películas en
DVD.
—Hola. Para llevar —matizó Miguel cuando le
llegó su turno.
Mirada Torva cogió
la tarjeta ciudadana10
y los libros sin ni siquiera decir esta boca mía. Miguel recordó
entonces lo que ya había comentado con Lorenzo en más de una
ocasión: alguno de los trabajadores de la biblioteca Jovellanos no
se caracterizaba por su amabilidad precisamente. Mirada Torva validó la tarjeta y pasó el primer
libro por el escáner para leer el código de barras, usando después
el otro escáner para desactivar la alarma. Repitió las operaciones
dos veces más para las otras dos novelas. Miguel se había decantado
por dos de las recomendaciones de autores hechas por su amigo,
llevándose Los pecados de nuestros
padres, de Lawrence Block y La dama del
lago, de Raymond Chandler. Había cogido, además, por su cuenta
y riesgo Ardores de agosto, de un tal
Andrea Camilleri, que él no conocía de nada (le preguntaría a
Lorenzo, seguro que a él le sonaba), porque le había encantado la
sinopsis de la contraportada y parecía apropiado para la temporada
estival. Esperaba que le diese tiempo a leer los tres antes de
tener que devolverlos.
—Gracias.
Nuevamente Mirada
Torva se mantuvo en silencio. Allá él, a Miguel poco le
importaba su mutismo. Se marchó de la biblioteca no sin antes
contemplar cómo a la treintañera que había sido atendida justo
antes que él le pitaban en el detector de la puerta los libros que
había sacado. El segurata que andaba por
allí hizo caso omiso a la alarma y le indicó con gestos a la chica
que siguiese su camino; ésta, pese a todo, no pudo evitar ponerse
algo colorada.
<CaperucitaMuyRoja> q pasa? no es
bueno q hablemos tanto
<CDickens> "caperucita muy roja"? en
serio?
<CaperucitaMuyRoja> q probl tienes con
mi nick?
<CDickens> yo ninguno, pero con ese
nombre fijo que te estarán entrando a saco todos los adolescentes
salidos...
<CaperucitaMuyRoja> ocúpate de lo
tuyo
<CaperucitaMuyRoja> bueno, a ver, q
demonios ha pasado?
<CDickens> los de uniforme...
<CaperucitaMuyRoja> q?
<CDickens> se están acercando
<CDickens> sigue habiendo
indagaciones, insisten mucho
<CaperucitaMuyRoja> y q? contábamos
con ello
<CDickens> me da mala espina
<CaperucitaMuyRoja> joder, no te
puedes venir abajo ahora, si esto no ha hecho más que empezar
<CDickens> no he dicho q me vaya a
venir abajo
<CDickens> sólo te informo d q hay
mucha presión con el tema
<CDickens> presión x todos lados, de
todas las partes implicadas
<CaperucitaMuyRoja> q t creías? no
todo el monte es orégano
<CDickens> ya, pero...
<CaperucitaMuyRoja> tenemos cubiertas
las espaldas
<CDickens> y luego está mi coartada...
no sé, en teoría me ha respaldado pero... espero q no sigan
escarbando
<CaperucitaMuyRoja> hace 2 días eras
tú quien me echaba la bronca por preocuparme
<CaperucitaMuyRoja> menuda
paranoia...
<CDickens> es q estuve pensando en lo
q hablamos antes de ayer
<CaperucitaMuyRoja> y?
<CDickens> ya has averiguado
algo?
<CaperucitaMuyRoja> cdo? no he tenido
tiempo aún!!
<CaperucitaMuyRoja> sólo han pasado 2
días, ni siquiera 48 horas
<CaperucitaMuyRoja> no me
atosigues
<CDickens> está bien, está bien, lo
siento
<CaperucitaMuyRoja> no pasa nada,
tenemos q calmarnos
<CaperucitaMuyRoja> todo va a salir
bien
<CDickens> necesito q me avises cdo
sepas algo de esa investigación paralela
<CaperucitaMuyRoja> lo haré
<CDickens> y recuerda, estamos
en
Hubo un leve retardo en el tecleo de la
siguiente frase.
<CDickens> tenemos q estar en el mismo
equipo
<CaperucitaMuyRoja> recuérdalo tú
también
CaperucitaMuyRoja
ha cerrado la conexión.
CDickens ha
cerrado la conexión.