XL Con el debido respeto
«Quien de verdad sabe de qué habla, no
encuentra razones para levantar la voz»
Leonardo da
Vinci
El primer teniente de alcalde, fiel a sus
principios, ya había tomado una decisión, tan sólo veinticuatro
horas después de la propuesta del máximo mandatario de la
ciudad.
—¿Estás seguro, cariño? —le había preguntado
la víspera su mujer, la persona que mejor le conocía del
mundo.
—Completamente. No hay otra alternativa —le
había respondido.
Ahora, en la casa consistorial, se
encontraba reunido con Jacobo para exponerle sus puntos de vista
respecto a la conversación mantenida el día anterior.
—Me alegra que hayas tardado tan poco en
pensártelo —expresó el alcalde, una vez estuvieron ambos sentados
en su despacho. David Braña no alcanzó a adivinar si su tono era
sincero o sarcástico—. Imagino que querrás explicarme con calma tu
decisión.
—Así es.
—Adelante, pues.
—He estado pensando en lo que hablamos ayer
—comenzó David, con voz firme y serena—. De hecho, llevo mucho
tiempo pensando en todo lo que rodea a éste, nuestro Gobierno. —Sus
palabras sonaron en su mente como si hubiesen sido pronunciadas por
Juan Cuesta o Enrique Pastor12.
Esbozó una sonrisa, difícilmente interpretable para Jacobo, y
continuó—: Entiendo, o quiero entender, tu punto de vista pero
quiero también que entiendas el mío.
El alcalde, por una vez, escuchaba en
completo silencio y sin juguetear con sus gafas. David siguió
diciendo:
—Tengo que reconocer que incluso en más de
una ocasión me he llegado a plantear la dimisión. —Jacobo puso
gesto contrito. Debía haber estado practicando la empatía, o al
menos cómo fingirla, pues un observador externo se hubiese tragado
completamente su rictus. Afortunadamente para él, David no era un
observador externo—. Pero hay que ser realistas y, por mucho que me
puedan desagradar algunas de las cosas que se han realizado en este
Gobierno, o por muy en contra que esté de algunas de las decisiones
adoptadas, yo formo parte de este
Gobierno, y mi familia necesita que yo
forme parte de este Gobierno. Dimitir, a día de hoy, no es una
opción para mí, lo admito, pero tampoco estoy dispuesto a tragar
con cualquier cosa, no sé si me explico.
—Te estoy escuchando. Sigue.
Los ojos del alcalde seguían fijos en su
interlocutor. Su mirada era inteligente aunque en ella había cierto
desafío. Sin duda, tendría respuesta preparada tanto para una
aceptación como para un rechazo.
—Hace unos días organizaste todo el numerito
del cambio de organigrama, hiciste que comunicasen la noticia a la
prensa, nos cambiaste de puesto de cara a la galería... y ayer me
pides que me olvide de todo lo que ha pasado las últimas semanas y
que ejerza de número 2. Comprenderás que me lo tome con cierta
reticencia.
—¿Quieres que te lo explique de nuevo?
—replicó con decisión aunque tratando de sonreír—. ¿O prefieres que
te deje acabar?
—Déjame terminar primero, por favor. —La
conversación estaba discurriendo en un tono de cordialidad que a
David, paradójicamente, le resultaba muy poco confortable. Jacobo
tramaba algo—. Decía que según le daba vueltas en casa ayer a lo
hablado, más me daba cuenta de lo... necesitado que debes estar
para pedirme algo así.
—¿Necesitado?
—Sí. Desesperado incluso.
—Te escucho pero no toleraré que me faltes
al respeto.
—Con el debido respeto, te recuerdo que ayer
me llamaste imbécil.
—Y lo lamento. Me equivoqué.
—Es la primera vez en años que te oigo decir
tal cosa.
—David, por favor —la sonrisa esta vez era
áspera como la lija—, termina de una vez, dime lo que tengas que
decir y acabemos con esto.
—Tu estado de desesperación me lleva a
pensar que estoy en disposición de aceptar... bajo una serie de
condiciones.
—Ignoraré tu insistencia con la
desesperación. ¿Qué condiciones?
—Ayer me dijiste que me concedías carta
blanca para tomar las decisiones que quisiera, siempre y cuando
recibiese tu OK.
—Efectivamente.
—No quiero tener que recibirlo. Quiero poder
decidir libremente. Mis sugerencias tendrán que ser escuchadas y
aceptadas siempre que haya consenso entre el resto de miembros de
la junta. Mi voto, y también el tuyo lógicamente, podrán ser
determinantes en caso de empate, pero no en otros casos.
—¿Me estás diciendo que todos somos iguales?
¿Que esa panda de descerebrados que nos rodean pueden opinar
prácticamente de igual a igual respecto a mí... y a ti?
—Eso te estoy diciendo.
—Y una mierda.
—Bien. Es una lástima. Tendré que irme. —Ni
siquiera comenzó a levantarse. Esperaba la réplica. No se hizo
esperar.
—Espera. Vamos a negociar, ¿de
acuerdo?
—Vale.
—Mi voto siempre valdrá más que el del
resto. Soy el alcalde, ¿recuerdas?
—Contaba con ello. Tu voto valdrá más
siempre y cuando yo opine como tú en el
tema en cuestión.
—¿Me haces chantaje? Sabes que puedo
despedirte. Tu mujer está en el paro, ¿no es cierto?
—Ya te dije al principio que no estoy en una
situación en la que me pueda permitir perder mi trabajo. Pero tú tampoco estás precisamente en situación de
imponer condiciones. Me jode decirlo pero nos necesitamos
mutuamente. Al menos hasta las elecciones.
Jacobo se quedó en silencio, mirando a su
subordinado. Después sonrió. Su sonrisa era cortés, pero sus ojos
parecían los de una víbora.
—¿Hay más condiciones?
—Sí, otra, muy importante. No pienso hacer
apariciones públicas, nada de tele, prensa, radio...
—¡Si eso era precisamente lo que quería de
ti! Ser la nueva imagen de mi Gobierno. No me toques los cojones,
hombre. —Al final se había desatado la bestia—. ¡Te necesito para
ganar las elecciones, no para que estés en la sombra!
—Con el debido respeto... —dijo por segunda
vez.
—¡Déjate de respetos y mandangas!
—Con el debido respeto... —repitió
obstinadamente una tercera vez, levantando ligeramente la voz. Lo
justo para causar el efecto deseado—. Creo que Pedro puede seguir
haciendo esa función. Él sigue como portavoz, sólo que en vez de
decir sólo lo que tú quieras, también dice lo que yo quiera.
Siempre y cuando quieras intentar ganar las elecciones, claro. Tú
decides.
Jacobo se serenó y se quedó pensando durante
unos segundos que a David se le hicieron eternos. Finalmente
dijo:
—Acepto tus condiciones, pero como me hagas
la más mínima jugarreta, te quedas en la calle. ¿Ha quedado
claro?
David se puso en pie y le tendió la mano
derecha en actitud desafiante. El alcalde también se levantó y
apretó con fuerza aquella mano mientras sus ojos mantenían el
contacto visual.