XLII Caso abierto

 

 

«Puedo aceptar el fracaso, pero no puedo aceptar no intentarlo»
Michael Jordan

 

El monumento a la Madre del Emigrante estaba situado al final del paseo marítimo de la playa de San Lorenzo, en dirección a la desembocadura del río Piles, en la zona denominada paseo del Rinconín. Se trataba de una escultura de bronce de gran tamaño que representaba a una mujer que miraba al mar, con la mano izquierda alzada en señal de despedida, el rostro lloroso, la melena encrespada por el viento y la lluvia. Pretendía reflejar el tremendo sufrimiento de las madres que veían a sus hijos emigrar en busca de una vida mejor. Pero en Gijón casi nadie la conocía como la «Madre del Emigrante», sino como «La Lloca del Rinconín» o, simplemente, «La Lloca». Y en la plazoleta en el centro de la cual estaba ubicada es donde esperaban Maxi y Daniel, vestidos de paisano.
Ramón Candela había concertado una reunión urgente y ultrasecreta con sus dos agentes más activos en los últimos tiempos. Para evitar sospechas o suspicacias, había decidido citarles fuera de la comisaría y «La Lloca» había sido el lugar elegido. El jefe de policía sólo llegó un par de minutos después que sus subordinados. También vestía de manera informal. No tardó en divisarles: Maxi sentado cómodamente en el bordillo, de espaldas al mar, viendo a la gente pasar; Daniel de pie, contemplando las olas, oteando el horizonte, con los ojos medio cerrados por el sol. Muchos viandantes, turistas y lugareños, paseaban por la zona, pero nadie conocía de vista a los policías y poca gente a su superior. Pese a ser un sitio muy transitado, era un buen lugar para reunirse de forma discreta y privada.
—Hola, jefe —masculló Maxi, sin moverse del sitio. Daniel se giró para estar de cara a Ramón.
—Sssh, nada de jefe ni gaitas, que estamos de incógnito —susurró éste, mientras se acercaba a ambos con expresión decidida.
—¿Qué es lo que pasa? —quiso saber Daniel, visiblemente intrigado.
—Llevo varios días dándole vueltas a un asunto. —Ramón se quedó de pie, la vista fija en el Cantábrico. Daniel se encontraba a su lado. Maxi finalmente se levantó para estar en paralelo con ellos—. Relacionado con la reunión que tuve la semana pasada, ya sabéis cuál. —Ambos asintieron—. Sé que os dije que anduvieseis con cautela, que siguieseis adelante con vuestro trabajo pero sin meteros en terrenos pantanosos. Sé que fui bastante conservador y que os limité los movimientos, respecto a la prensa y todo eso. Bien, creo que es un error.
—Con el debido respeto, ¿qué es lo que ha cambiado? —preguntó el joven agente.
—Arjona —pronunció su apellido sin disimular el asco que sentía—. Hay una cosa que no os dije de él. No sólo me amenazó con sacar mierda de Guillermo. También metió en el fregado a mi hija pequeña. Ya sabéis, con todas las tonterías de fotos y comentarios que ponen ahora los adolescentes en las redes sociales y toda esa mierda.
—¡Menudo hijoputa! —Maxi no pudo contenerse. A Daniel le agradó que su veterano compañero expresase su repulsa sobre el chantaje al que pretendía someter el alcalde al jefe de policía.
—He dedicado mucho tiempo a discurrir cómo coño contraatacar a ese maldito comemierda sin meterme yo ni, sobre todo, meteros a vosotros en demasiados líos... Ese tío utilizó mi amistad con Tomás, su segundo teniente de alcalde —aclaró—, para silenciar lo de Moreda. Creo que lo que más le podría perjudicar ahora mismo es volver a sacar a la palestra ese primer crimen, el del parque. Por lo que os dijo el forense, parece imposible que se tratase de un suicidio, ¿no?
—Sí.
—Pues le vamos a dar al ilustrísimo justo donde más le duele. Vamos a reabrir el caso.
—No jodas. ¿En serio?
—Totalmente. ¿Estáis conmigo?
—La duda ofende —replicó Daniel.
—Por descontado —se sumó Maxi.
—Sed conscientes de que puede que vayan a por nosotros en cuanto esto se sepa. Tratarán de manipular a la prensa, de difamarnos de mil maneras distintas, de buscar cualquier cosa, a nivel personal, que pueda perjudicar nuestra imagen.
—Cuenta con nosotros.
—Perfecto. Sólo quería estar seguro, aunque confiaba en vuestra profesionalidad. Por la tarde haremos un anuncio oficial en la comisaría. Un anuncio por todo lo alto, dejando claro que no nos importa cuánta publicidad nos conceda la prensa o cuánta presión nos llegue del Gobierno, que vamos a ir a por todas pase lo que pase. Seguidme la corriente en todo cuanto diga. Destinaré a varios hombres a este caso, aunque vosotros llevaréis la voz cantante.
—¿Y qué hay de lo de la Semana Negra?
—Seguiréis llevando eso también. Estaréis al frente de ambos casos. Salvo que creáis que es demasiado trabajo y prefiráis que designe a otros hombres para...
—Ni de coña. —Esta vez fue Maxi el primero en responder.
Se produjo un breve silencio, sólo interrumpido por los cantos de una bandada de gaviotas bastante ruidosas que sobrevolaban la playa.
—Yo me marcho ya. Voy a ver si doy un paseo hasta el camping. Tenéis el resto de la mañana libre para que hagáis lo que queráis.
—Muy bien. Nos vemos por la tarde.
Cuando Ramón se hubo marchado, Maxi preguntó:
—¿Qué, chico, vamos a ver qué se cuece por El Muro?
Éste se mostró de acuerdo. Estaba demasiado contento con la noticia como para molestarse porque su compañero volviese a referirse a él por aquel absurdo apodo.

 

Varias horas después, Maxi y Daniel se volvían a encontrar en disposición de escuchar a su jefe, sólo que esta vez ni estaban en la calle ni estaban solos. En la principal sala de reuniones de la comisaría, todos los agentes disponibles en aquel momento aguardaban las palabras de Ramón Candela. Éste, con la misma ropa informal que vestía por la mañana, comenzó su speech, que tenía poco de improvisado, aclarando el motivo de la reunión:
—Si os he citado a todos es porque se ha producido un giro muy importante en relación con el caso de Moreda. —La mayoría de los policías se miraron unos a otros con cara de no saber de la misa la media. Maxi y Daniel habían acordado poner cara de poker y eso era exactamente lo que estaban haciendo—. Sí, ya sé que era un caso que habíamos dado por zanjado, pero hemos recibido... de hecho, yo he recibido una llamada de una fuente anónima con nuevas pistas que nos hacen retomar la hipótesis del asesinato en detrimento del suicidio.
—¿Pero eso no estaba claro ya? Pensaba que todos sabíamos, a la vista de las pruebas forenses, que era imposible el suicidio. Que ya estaba muerto cuando lo lanzaron desde el puente. —Uno de los jóvenes agentes quería marcarse un tanto, haciendo gala de una extraordinaria gallardía al replicar al jefe.
—Valoro tu valentía al expresar libremente tu opinión, pero las cosas no son tan sencillas.
—Pensaba —siguió diciendo el novato— que era una cuestión política. Que era el Gobierno quien nos había parado los pies en este asunto. Eso tenía entendido, al menos.
—No voy a entrar a valorar el peso que ha podido tener el Gobierno en el pasado en cuestiones que son de nuestra, y no de su, incumbencia. —El jefe de policía decidió salir por peteneras—. Lo que estoy diciendo, aquí y ahora, es que vamos a reabrir el caso del crimen de Moreda. Han surgido nuevas pistas y vamos a desempolvar el asunto y ponernos manos a la obra para tratar de solucionarlo lo antes posible. Eso es lo único que nos importa en estos momentos.
Superado el matchball, Ramón siguió diciendo:
—Maxi y Daniel, dado que son los agentes que llevaban el caso con anterioridad, serán nuevamente los que estén al frente.
—¿Y qué hay de lo de la Semana Negra? —Esta vez fue Pablo el que intervino, deseoso de contribuir a la causa—. ¿Quién se va a encargar de eso?
—No veo razón para cambiar a quienes lo están llevando actualmente. —Daniel se mantenía impávido. Sin embargo, Maxi fue incapaz de reprimir una leve mueca que en él podría tildarse de sonrisa—. Eso sí, está claro que no podrán hacerlo ellos solos, si además deben simultanearlo con el otro caso. He pensado —las órdenes siempre entraban mejor en forma de sugerencia que de mandato— que Alejandro y Joserra les echen una mano con lo de Moreda, mientras que Borja, Cristóbal y tú —Pablo se sintió complacido— les ayudéis con lo de la Semana Negra.
Hubo un ligero murmullo, aunque se impuso la aceptación general.
—Además, y esto no os lo pediría si no se hubiesen dado unas circunstancias muy particulares, las mismas de hecho que me han llevado a reabrir el caso —jugaba con las palabras con elegancia; sin decir nada, decía mucho a quien quisiera escuchar o entender—, me gustaría que, de forma discreta, la reapertura del caso se convirtiese en noticia. —A Maxi y Daniel no les extrañó en absoluto. Algunos compañeros, en cambio, sí pusieron cara de sorpresa—. Si alguno de vosotros, repito, con discreción, de alguna manera vertiese algún comentario que pudiese ser oído por alguien cercano a los medios de comunicación y éstos se hiciesen eco... sería bastante provechoso para nosotros. Creo que la transparencia tiene que ser uno de los pilares de nuestro trabajo y la manera en la que se había cerrado el caso, como me comentasteis antes —el novato se dio felizmente por aludido—, no había sido quizá la más afortunada. Creo que podríamos marcarnos un buen punto de cara a la opinión pública si dejamos ver que estamos haciendo nuestro trabajo con diligencia. ¿Algún voluntario?
—¿Lo he entendido bien? ¿Debemos filtrar a la prensa la noticia de que vamos a reabrir el caso? —preguntó Daniel de forma muy oportuna.
—Eso es. ¿Alguno tiene contactos fiables con el entorno de la prensa? Prefiero que sea con el entorno y no con ellos de forma directa.
—O sea, ¿que alguien cuente un secretito pero no para que se lo callen, sino para que lo casquen por ahí? —Maxi se animó a la fiesta.
—Algo así, Maxi.
—Lo siento, jefe, pero conmigo no cuentes —replicó Maxi, muy en su papel.
Se alzaron un par de voces. Tanto el agente más novato como Pablo querían colaborar. Se alzó una tercera voz, la de Joserra, que era algo más experimentado y a quien Ramón consideraba más competente.
—Joserra, ¿te puedes encargar tú entonces?
—Claro.
—Bien, creo que todos tenemos trabajo que hacer. Maxi y Daniel os pondrán al día y distribuirán el trabajo de cada uno de los casos.
Los aludidos intercambiaron miradas de complicidad, pero guardaron las apariencias ante el resto de compañeros. Se habían convertido en los favoritos del jefe, pero no podían dejar que eso les nublase el juicio.

 

Parte de la ropa seguía desperdigada por el suelo.
—¿Y estás seguro de que se presentará? —preguntó Sara, mientras se ponía el pantalón.
—Seguro, lo que se dice seguro... —replicó Lorenzo, mientras rebuscaba en el armario una camisa que ponerse—. Pero bueno, tengo que intentarlo, no me queda otro remedio. Ya sabes, impossible is nothing.
—Ten cuidado, a ver si va a ser un chiflado de las armas o algo así.
—No te preocupes, estaremos rodeados de eones de gente. Ufff, qué calor —resopló, mientras se acercaba a la chica con la camisa en la mano—. Voy a asearme un poco y salgo, que voy justo de tiempo ya. —Le dio un rápido beso en los labios y entró en el cuarto de baño.
Ubicada en pleno centro de la ciudad, cerca de la playa de San Lorenzo, de la Plazuela San Miguel y de El Muelle, la plaza del Parchís, nombre popular con el que se conocía a la plaza del Instituto Jovellanos, era sin duda uno de los lugares más emblemáticos de Gijón, y era utilizada con asiduidad como punto de encuentro por los gijoneses.
Remodelada en más de una ocasión, su origen, en paralelo con el del Instituto Jovellanos, databa de finales del siglo XVIII. Un siglo después, en 1863, se había convertido en la primera plaza pública ajardinada de la ciudad. Su sobrenombre, de hecho, venía de la estratégica distribución de sus jardines, dos a la derecha, dos a la izquierda y uno en el centro, de forma análoga a un tablero de parchís. En la actualidad estaba rodeada por numerosos comercios, bares, cafeterías, terrazas y tiendas de todo tipo, constituyendo uno de los centros neurálgicos de la ciudad.
La nota había sido concisa, escueta, algo ambigua pero suficientemente intrigante como para que pudiese caer en el anzuelo.

 

No nos conocemos. No, al menos, en el sentido estricto de la palabra. Pero ambos conocíamos a Ricardo. Estoy de acuerdo contigo, aunque casi nadie más te apoye. Aquí hay algo que no encaja. A Mel Gibson también le tomaron por loco cuando hizo de taxista... y ya sabemos lo que pasó. Si quieres que discutamos sobre el tema, podemos tener una pequeña charla. Mañana, a las 7:30, en el Parchís. Llevaré una camisa de cuadros y un pantalón vaquero.

 

La referencia a la película Conspiración sin duda debería tocar la fibra sensible del revolucionario excompañero de Ricardo Castillo. Además, Lorenzo partía con ventaja: conocía la cara de Esteban. Echó un vistazo para comprobar que aún no había llegado y después cruzó la calle y se colocó en frente de la plaza, del lado de las tiendas de ropa y zapatos, simulando que esperaba el autobús.
Esteban Zúñiga era un hombre alto, ancho de espaldas, de pelo corto y canoso y ojos verdes, de mirada penetrante. Su rostro era cuadrado y estaba azulado por la barba. Era de ésos que necesitan afeitarse de nuevo al atardecer para tener la cara limpia. No tardó mucho en aparecer. Debía venir directamente del trabajo pues, pese al calor, portaba en la mano una elegante americana azul marino, a juego con el pantalón. La camisa era de un tono rosa muy pálido, casi blanca, y no llevaba corbata. Miró hacia los lados, tratando de divisar a Lorenzo, pero era harto complicado que lo localizase con la descripción tan escueta que le había dado éste y la cantidad de gente que transitaba por el lugar. Se sentó en la esquina de uno de los pocos bancos vacíos, cruzó una pierna sobre la otra y miró el reloj. Lorenzo se acercó con cautela. Sus ojos se cruzaron justo antes de que se sentase del otro lado del banco.
—¿Recibiste la nota? —preguntó el detective aparentando indiferencia, la vista puesta en un pandilla de adolescentes agrupados en torno al banco de enfrente.
—¿Cuántos años tienes? —replicó Esteban, la voz ronca, la mirada perdida.
—Los suficientes como para saber que no son trigo limpio.
—¿Quiénes?
Aún no lo sé. Para eso estoy aquí, para que me ayudes a averiguarlo.
—Creo que te has equivocado de persona.
—Felipe Pastor también está contigo, cree que puedes tener razón. Luis Carrera... bueno, él es de otra manera, con su familia, su mujer, sus hijos, cuidando de su padre... Es otra historia.
—Veo que has hecho los deberes. —Una ligera pausa. Ambos continuaban hablando al aire, sin mirarse. La escena sería muy de película para un observador externo, pero nadie les prestaba la menor atención. Al grupo de adolescentes se sumaron un par de miembros más y todos se marcharon en dirección a El Muro—. Que sepas cosas sobre mis compañeros de trabajo no prueba nada. ¿Quién eres y qué quieres?
—¿Sinceramente?
Se giraron al unísono y, por primera vez, se miraron cara a cara.
—Sí, sinceramente.
—Soy detective. Ricardo me contrató porque temía por su vida.
—No hiciste muy bien tu trabajo que digamos.
—No hace falta que me lo restriegues, soy consciente de ello. El caso es que odio dejar las cosas a medias. Te podré parecer un niñato, pero tengo experiencia... aunque nunca me había encontrado un caso tan complejo como éste. ¿Suicidio? ¡Venga ya! Todos sabemos que Ricardo nunca hubiese cometido semejante estupidez.
—¿Conoces a Isabel?
—No es ella la que me preocupa. Son más bien... las otras.
—Y ahora esperarás que yo diga algo.
—Conozco a dos. Patricia y Diana. ¿Las conoces tú?
—Joder, el niñato ha estudiado bastante bien el terreno.
—Lo tomaré como un cumplido.
—¿Has hablado con Patricia?
Lorenzo anotó mentalmente que la había mencionado primero a ella.
—Sólo por teléfono. Se negó a entrevistarse conmigo.
—Normal. Es una arpía...
—¿Crees que puede estar implicada?
—Yo no la tacharía de tu lista de sospechosos.
—¿Y a Diana?
—Por el nombre no la conozco aunque... ¿de dónde es?
—No es asturiana ni vive aquí, si es lo que preguntas.
—Ah, entonces puede que sea ésa. Sé que últimamente estaba algo encoñado de una de fuera.
—¿Cómo sabes tantas cosas?
—¿Y tú?
Una mujer de avanzada edad, bastón en mano, se sentó justo al lado del detective. Esteban hizo un claro gesto de seguir adelante con la conversación.
—Es mi trabajo, ya te lo he dicho.
—Era mi compañero. Lo apreciaba pero, reconozcámoslo, tenía sus defectos.
—¿Sí...?
—Todo el mundo te habrá dicho que era muy bueno en su profesión —Lorenzo declinó interrumpirle, ahora que parecía haberse soltado a hablar—, y es cierto, pero también tenía sus manías, algunos detalles que podían irritarte un poco. Le gustaba ser el primero en todo, conseguir los mejores acuerdos, firmar los mejores contratos, obtener las mejores comisiones, y folla... —la señora mayor no parecía estar muy pendiente de la conversación, pero Esteban suavizó ligeramente el verbo igualmente— ... tirarse a las tías más buenas. Y, si para alguna de todas estas cosas, tenía que pisarte, te pisaba. Sin el más mínimo escrúpulo de conciencia, ¿me sigues? —Lorenzo asintió con la cabeza—. No a todo el mundo le caía bien.
—¿Tenía enemigos?
—¿Hay alguien que no los tenga?
—¿Alguien le había declarado la guerra?
—No funciona así el mundo, pipiolo. Si me caes mal, no voy y te digo, delante de cien testigos, que sepas que eres un hijo de tal y que te voy a despeñar de un puente.
—Evidentemente.
—Pues, evidentemente, nadie le había declarado la guerra.
—¿Quién ha ocupado su puesto ahora?
—De momento, su jefe, Luis, se encarga del tema. Pero van a contratar a alguien de fuera. Están buscando a algún candidato con suficiente experiencia en un puesto similar. Ya han hecho varias entrevistas.
«Descartado, por tanto, el móvil de la promoción interna», pensó Lorenzo.
—¿Se te ocurre alguien que pueda haberlo hecho?
—Si yo fuese él, el tío que le quiere muerto quiero decir, procuraría estar lo más limpio posible. Me lavaría las manos, dejaría que fuesen otros los que se ensuciasen.
—¿Me estás hablando de contratar un sicario? ¿En serio?
—Ocurre más de lo que te imaginas. ¿No lees la prensa?
—¿Y acaso puedes fiarte de lo que publiquen los medios?
Touché. Pero escuchas aquí y allá, lees, te informas, sacas factor común y extraes tus propias conclusiones.
Palabrería y mucha paranoia, pero nada concreto. Lorenzo sentía que no avanzaba. No hacia donde él quería.
—¿La idea del matón iba en serio, entonces? —retomó.
—Como ya te he dicho, pasa más veces de lo que te imaginas.
—Tal vez en las grandes ciudades, en Madrid, en Barcelona, en Valencia... pero ¿aquí en Gijón?
—Ha sido un placer hablar contigo. —El economista se levantó.
—Lo mismo digo. —Lorenzo dudó en si tenderle la mano o no. No quería parecer maleducado pero tampoco un pardillo. Esteban se lo puso fácil, al alejarse rápidamente, no sin antes advertirle—: Yo que tú vigilaría sus líos de faldas. Puede que por ahí encuentres algo.
Lorenzo Blanco y los crí­menes inoportunos
titlepage.xhtml
index_split_000.xhtml
index_split_001.xhtml
index_split_002.xhtml
index_split_003.xhtml
index_split_004.xhtml
index_split_005.xhtml
index_split_006.xhtml
index_split_007.xhtml
index_split_008.xhtml
index_split_009.xhtml
index_split_010.xhtml
index_split_011.xhtml
index_split_012.xhtml
index_split_013.xhtml
index_split_014.xhtml
index_split_015.xhtml
index_split_016.xhtml
index_split_017.xhtml
index_split_018.xhtml
index_split_019.xhtml
index_split_020.xhtml
index_split_021.xhtml
index_split_022.xhtml
index_split_023.xhtml
index_split_024.xhtml
index_split_025.xhtml
index_split_026.xhtml
index_split_027.xhtml
index_split_028.xhtml
index_split_029.xhtml
index_split_030.xhtml
index_split_031.xhtml
index_split_032.xhtml
index_split_033.xhtml
index_split_034.xhtml
index_split_035.xhtml
index_split_036.xhtml
index_split_037.xhtml
index_split_038.xhtml
index_split_039.xhtml
index_split_040.xhtml
index_split_041.xhtml
index_split_042.xhtml
index_split_043.xhtml
index_split_044.xhtml
index_split_045.xhtml
index_split_046.xhtml
index_split_047.xhtml
index_split_048.xhtml
index_split_049.xhtml
index_split_050.xhtml
index_split_051.xhtml
index_split_052.xhtml
index_split_053.xhtml
index_split_054.xhtml
index_split_055.xhtml
index_split_056.xhtml
index_split_057.xhtml
index_split_058.xhtml
index_split_059.xhtml
index_split_060.xhtml
index_split_061.xhtml
index_split_062.xhtml
index_split_063.xhtml
index_split_064.xhtml
index_split_065.xhtml
index_split_066.xhtml
index_split_067.xhtml
index_split_068.xhtml
index_split_069.xhtml
index_split_070.xhtml
index_split_071.xhtml
index_split_072.xhtml
index_split_073.xhtml
index_split_074.xhtml