CANTAR DEL OCCIDENTE
OH, aletazo nocturno del alma:
íbamos, pastores antaño, orillando bosques crepusculares
y nos seguían el rojo venado, la flor verde y el agua balbuciente
humildes. Oh, el canto antiguo del grillo,
sangre floreciente en el ara
y el grito del ave solitaria sobre la verde quietud de la laguna.
Oh cruzadas y mártires ardientes
de la carne, caer de purpúreos frutos
en el jardín vespertino que un tiempo frecuentaron discípulos piadosos,
hoy guerreros que despiertan de sus heridas y sus sueños de estrellas.
Oh dulce ramo de acianos de la noche.
Oh tiempos de la paz y del dorado otoño,
cuando nosotros, monjes apacibles, pisábamos la uva purpúrea,
y brillaban en tomo él bosque y el collado.
Oh cacerías, oh castillos; paz de la tarde,
entonces el hombre meditaba la vida recta en su morada,
en callada oración luchaba por la faz viva de Dios.
Oh, la hora amarga del ocaso,
ahora que contemplamos en las aguas negras un rostro de piedra.
Pero radiosos levantan los amantes sus plateados párpados:
Un solo sexo. Se eleva el incienso de rosados almohadones
y el dulce canto de los resucitados.