AL JOVEN ELIS
ELIS, cuando el mirlo en el negro bosque reclama,
ese es tu ocaso,
tus labios beben la frescura de la fuente azul entre las rocas.
Deja ya si tu frente sangra dulcemente
inmemoriales leyendas
y el oscuro presagio del vuelo de los pájaros.
Tú empero caminas con blandos pasos hacia la noche
que pende cargada de purpúreos racimos,
y bellamente mueves en el azul los brazos.
Un zarzal resuena
donde están tus ojos lunados,
oh, cuánto tiempo, Elis, que estás muerto.
Tu cuerpo es un jacinto
en el que hunde un monje sus dedos de cera;
una gruta negra es nuestro silencio,
de la que sale a veces un manso animal
y lentamente baja los pesados párpados,
sobre tus sienes gotea rocío negro.
Ultimo oro de los luceros que se extinguen.