LA SANGRE Y LA LUNA

I

SEA bendito este lugar

y aún más bendita la torre;

un poder surgió de la raza,

poder sangriento y arrogante,

para expresarla y dirigirla,

se elevó como estas paredes

desde las cabañas transitadas

por la tormenta... con escarnio

erigí un poderoso emblema,

y lo canto verso por verso

con el escarnio de la época

medio muerta sobre la cuna.

II

Alejandría fue un faro, y Babilonia

una imagen de los cielos móviles,

una bitácora del trayecto del sol y de la luna;

Shelley tuvo sus torres

a las que algunas vez nombró poderes coronados del pensamiento.

Declaro esta torre mi símbolo;

declaro la escalera de caracol

—con sus vueltas y su rueda de noria—

mi escalera ancestral;

y que Goldsmith y el Deán, Berkeley y Burke por allí viajaron.

Swift golpea en su pecho ciego con sibilina furia y frenesí

porque el corazón en su pecho empapado de sangre lo arrastró hasta la especie,

Goldsmith sorbía deliberadamente del tarro de miel de su mente,

y Burke, el de frente más altiva, demostró que el Estado es un árbol,

que el invencible laberinto de las aves, siglo tras siglo,

sólo arroja muertas hojas en la igualdad matemática;

y Berkeley, elegido de Dios, demostró que todo es sueño,

que el pragmático cerdo ridículo del mundo, su lechigada que parece tan sólida,

debe desvanecerse en un instante si tan sólo la mente cambia de tema;

Saeva Indignatio y el salario del labriego,

la fuerza que otorga a nuestra sangre y estado la magnanimidad de su propio deseo;

todo cuanto no es Dios se consume en el fuego intelectual.

III

La pureza de la límpida luna

arrojó su alada saeta sobre la tierra.

Después de siete siglos aún es pura,

no legó mancha la sangre de la inocencia.

Allí, en la tierra saturada de sangre,

se irguieron soldado, asesino y verdugo,

ya por la diaria pitanza, el terror ciego,

o por el odio abstracto, y vertieron sangre

mas allí arrojar no pudieron ni una gota.

¡Olor de sangre en la escalera ancestral!

Y quienes ninguna vertimos, nos congregamos

clamando por la luna en embriagado frenesí.

IV

Cuelga de la polvorienta ventana destellante,

y parece colgar rayos de luna de los cielos

—mariposas, ninfas-de-los-bosques y vanessas—

una pareja de polillas nocturnas en el alero.

¿Cada nación moderna, como la torre,

está medio muerta sobre la cima?

No importa qué digo pues la sabiduría

pertenece a los muertos y es incompatible

con la vida; el poder, como todo cuanto tiene la mancha de la sangre,

pertenece a los vivos; pero ninguna mancha

alcanza la faz de la luna

cuando atisbo la gloria desde una nube.

Cinco poetas contemporáneos
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