PREGUNTÓ POR LA CALIDAD
SALIÓ de la oficina donde tenía
un trabajo insignificante y mal pagado
(ocho libras al mes incluyendo gratificaciones).
Cuando terminó los asuntos que lo habían
mantenido sumiso todo el día, salió a las siete
y caminó sin rumbo por la calle;
bello e interesante:
pareciendo estar en plenitud de sus sentidos.
El mes pasado había cumplido veintinueve años.
Caminó por las calles hacia el pobre cuarto donde vivía;
al pasar frente a una tienda donde vendían
mercancía barata para trabajadores,
vio una cara, una silueta que lo atrajo,
y entró fingiendo querer ver pañuelos de colores.
Preguntó por la calidad de los pañuelos,
y el precio, con una voz entrecortada;
casi apagada por el deseo.
Y las respuestas fueron en el mismo tono, distraídas,
en voz baja, consintiendo.
Encontraron más que decir sobre la mercancía;
su único deseo, tocarse las manos sobre los pañuelos,
el acercar sus caras, acaso sus labios;
un momentáneo contacto de sus cuerpos,
furtivo, fugaz, para que el dueño de la tienda,
que estaba sentado al fondo, no se enterara.
1930