OROFERNES10
EL perfil grabado en la moneda de cuatro dracmas
y que parece sonreír, es el bello rostro de Orofernes,
hijo de Ariarate.
Cuando niño lo desterraron de Capadocia,
le sacaron de su ancestral palacio,
enviándolo a crecer en Jonia
para ser olvidado entre extraños.
¡Oh! las exquisitas noches jónicas,
cuando sin temor, a la manera griega,
llegó a conocer la sensualidad.
Su alma asiática, sus modales e idioma, clásicos;
cubierto con trajes griegos, turquesas,
perfumado su cuerpo con aceite de jazmín,
era el más bello, el más perfecto
de todos los jóvenes.
Más tarde, cuando los sirios se apoderaron de Capadocia
y lo hicieron rey, usó su puesto para obtener placer,
de tal manera que gozaba cada día en diferente forma;
juntaba con avaricia oro y plata,
gozaba presumiendo la brillantez
de la riquezas que aumentaban ante él.
No le importó el país ni gobernarlo,
nunca se enteró de lo que pasaba alrededor;
los capadocios pronto lo destituyeron, y vivió en Siria,
en el palacio de Demetrio, gozando y disfrutando.
Un día, raros pensamientos
interrumpieron su monotonía; se enteró
que por su madre descendía de Antíoco,
y por la vieja tratónice,
que pertenecía a la realeza siria,
y que casi era un seleucida.
Por un rato salió de su letargo y embriaguez,
e inepto, intrigó a medias,
trató de hacer algo, planear algo;
pero falló miserablemente, y cayó en el olvido.
Su fin debe haberse escrito y perdido;
o quizá la historia lo olvidó, y justamente,
pues no vale la pena recordarlo.
El que está aquí, en la moneda,
dejó algo de su encanto juvenil,
la luz de su belleza;
el bello recuerdo de un joven jónico.
Es Orofemes, hijo de Ariarate.