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Al final, los investigadores no encontraron ningún rastro de Janeal Mikkado o de Salazar Sanso. Solamente cenizas (en todas partes cenizas), y a un metro del esqueleto fundido de una bañera, un montón de seis pequeños diamantes incrustado en un charco de oro.
Dos meses después del incendio Katie pudo devolver la masa refundida a sus dedos. Robert y ella estaban sentados en unas sillas acolchadas de mimbre en la terraza del jardín de la Casa de la Esperanza, con las piernas extendidas sobre un reposapiés. Sus tobillos vendados casi habían cicatrizado.
Robert había aparecido aquel fin de semana con los resultados del test de ADN que confirmaban que la saliva de Katie coincidía con las muestras tomadas del apartamento de Jane Johnson.
—¿Sabes lo que significa eso? —dijo Robert.
—¿Que al final crees que hubiera dos de mí?
—Supongo que tengo que hacerlo. Aún es complicado, sin embargo.
—Te irás haciendo a la idea.
—Pero no era eso lo que iba a decir. Prueba de nuevo.
—¿Significa que he sido despedida de mi carrera en Nueva York por haberme ausentado sin permiso?
—No. Significa que el valor de la herencia de Jane Johnson te va a ser transferida.
—¿Cómo va a ser eso si creen que Jane es una persona desaparecida?
—No está desaparecida. Sufrió un trágico accidente y ha tomado una nueva vida ayudando a los demás.
Katie abrió la boca.
—Necesitaré un abogado de mucho talento para explicarle eso a un jurado.
—Ya lo hizo uno. La prueba era más que convincente.
—Entonces, ¿cuánto valgo?
—Lo suficiente para abrir un centro de rehabilitación en cada estado si tú quieres.
Ella suspiró asombrada.
—Suficiente para devolverle a la DEA su millón, entonces.
Robert se rió.
—Eso sería lo más justo.
—¿Cuándo dijo Harlan que quería que regresases? —preguntó Katie.
—Hoy.
—Pero estás aquí.
—Hay una chica con la que prometí encontrarme. La nieta de alguien que me ayudó a encontrarte. Lo arreglé con Lucille para proporcionarle una habitación en la casa.
—¿Y ella accedió a traer a alguien a la propiedad que no estuviera acompañada por la policía?
—Parece ser que se le ha pegado algo de tu dulce corazón —dijo Robert.
—¿Y también se te ha pegado a ti? ¿O fue El Paso quien ganó la batalla por tu corazón?
—Oh, no. Tú ganaste esa batalla el primer día que te vi aquí. En realidad, estaba pensando que El Paso quizá necesite una Casa de la Esperanza propia.
Katie reposó su cabeza contra el respaldo de la silla y sonrió.
—Estaba pensando en cambiarme el nombre de nuevo a Janeal —dijo ella.
—Estás jugando conmigo.
—Lo digo en serio.
—Dime por qué.
Abrió su boca en un gesto de exagerada incredulidad.
—Porque esa es quien realmente soy.
—La mejor mitad de ella.
—La mitad que sobrevivió.
Robert asintió y tomó su mano, apretándola entre las suyas.
—La mitad que amé desde el principio.