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Robert paró junto a la Casa de la Esperanza mientras se marchaba y regresó al ala vacía donde se había estado quedando; empaquetó sus cosas. Todo le llevó tres minutos.

Salió de su cuarto, con la bolsa de lona sobre el hombro, y se preguntó si debía regresar a ver a Katie (o Janeal, lo que fuese en realidad) después de su visita a Las Vegas. Supuso que su decisión dependería en parte de dónde le llevara Sanso.

Se preguntó si debía llamar a Janeal pero desechó la idea. ¿Exactamente cómo plantearía la cuestión de si ella y Katie eran la misma persona? Incluso aunque fuera cierto, ¿lo sabría ella?

Lo cierto era que no quería dejar a Katie. Unos pocos minutos de honestidad le bastaban para comprender que lo que realmente deseaba era que las cosas siguieran siendo como eran en ese momento, con él y Katie en su mundo independiente lleno de posibilidades y Janeal y Sanso firmemente encerrados en un compartimento separado. Un mundo completamente diferente.

En vez de eso, Katie y él habían sido absorbidos por un agujero negro de confusión justo al lado de aquellos dos. Resolver el misterio de cómo eso había llegado a suceder estaba tan extremadamente lejos que sus posibilidades que Robert no podía siquiera vislumbrar la manera de enfrentarse a ello.

Lo cual era una razón más que suficiente para marcharse y regresar a su vida y su carrera como si la semana pasada nunca hubiera tenido lugar.

No quería herir a Katie.

No podía pensar en ella como nadie más que Katie, sin importar las vueltas que eso diera por su cabeza.

Asomó la cabeza al despacho de Lucille mientras se marchaba.

—¿Podrías echarle un vistazo a Katie esta noche? —preguntó él.

—¿Qué pasa contigo? ¿No era eso lo que tú ibas a hacer?

—Tengo que encargarme de algunos asuntos.

—Esta noche no puedo, Robert. Me encargaré de ella mañana por la tarde, pero esta noche es asunto tuyo —frunció el ceño—. No habrán tenido una estúpida riña, ¿no?

—Nada de eso.

—Bien por ustedes. Si regresa de Taos peor de cómo se marchó, voy a tener que replantearme mi política de apertura de puertas cuando se trate de ti.

—Lo entiendo. ¿Recuperaste el Kia ya?

—Oh, llegará en algún momento. Rellené el informe tan pronto como llegué y me imaginé lo que había ocurrido. Si Janice aún está en Nuevo México, nuestros agentes lo encontrarán.

***

Salazar Sanso cubrió el asiento ensangrentado del Miata con una bolsa de la lavandería del hotel y después se preparó para regresar a Taos. Le había llevado pocas horas arreglar el transporte de Callista. No había sido una hazaña sencilla a plena luz del día, ni más fácil que vendarse el bíceps con los dientes y una sola mano. Pero lo había hecho.

Hizo algunos arreglos para que el cuerpo de Callista fuera enviado a casa, a México, con su jefe de operaciones (el hombre al que había nombrado jefe de operaciones en el puesto de Callista). El chaval no era nada incompetente. Nada más pedírselo Sanso, rápidamente se hizo con un tanque de diez kilos de óxido nitroso de uso médico de un doctor con el que tenían relación y lo cargaron en la parte de atrás del Miata. También le proporcionó unas latas extra de gasolina por si le hiciesen falta a Sanso. Aun así, Sanso tendría que considerar con detenimiento si hacer permanente el nombramiento o si permitir que Janeal ocupase el puesto de Callista una vez que se asegurase su compañía. Ahora que Robert estaba sin duda al día de las últimas identidades de Janeal, la mujer tendría que renunciar a su glamuroso trabajo en Nueva York.

Sin duda él le haría una oferta de empleo mucho más atractiva de lo que nadie le hubiera ofrecido nunca.

La idea de trabajar hombro con hombro junto a Janeal durante el resto de su vida le hizo brotar la primera sonrisa del día en la cara. Agarró su teléfono. Necesitaba hablar con ella.