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Robert trató de llamar a la Casa de la Esperanza repetidas veces en el trayecto a la montaña, pero nadie contestó. Recordó que Katie había dicho que tenía una reunión de equipo y esperaba que eso (y no algo desagradable) fuera la razón de la ausencia de respuesta.

Dejó el camino pavimentado y tomó el polvoriento camino que llevaba a la entrada de la casa a las 21:17, después de haber excedido unos cuantos límites de velocidad. A unos cuatrocientos cincuenta metros vio entre los árboles la casa, alumbrada como siempre por las luces del porche y las lámparas de las oficinas y las habitaciones.

Sólo entonces admitió haber pensado que la casa podía estar ardiendo.

Había cuatro coches en el aparcamiento sin pavimentar, dos de los cuales eran la furgoneta de la comunidad y el Kia, y otros dos los vehículos propiedad de las residentes que tenían trabajos en Santa Fe.

Puede que Sanso aún no hubiera llegado.

Puede que la mente de Robert hubiera hecho conexiones que realmente no existían.

Fue frenando mientras se aproximaba y tomó la última curva antes del aparcamiento. Sus luces delanteras captaron algo reflectante en el lado opuesto de la carretera, y retrocedió hasta volver a deslumbrarlo.

Un descapotable, aparcado entre dos pinos, de arriba abajo.

Un Mazda Miata, allí, escondido.

En un destello de memoria Robert recordó haberse cruzado con un coche como aquel en su camino de descenso hacia Santa Fe. No pudo recordar al conductor.

Robert miró a la casa otra vez y dedujo que Sanso estaba allí, jugando a un juego sigiloso esta vez en lugar de actuar como en la fantasía de un pirómano. Esperando, sin duda, el regreso de Robert. Lo cual quería decir que Sanso prefería quizá rehenes antes que muertos. Algo deseable.

¿Era Janice uno de los lacayos de Sanso? ¿Había encontrado a Robert aquí y se lo había dicho al señor de la droga? ¿Cómo? ¿Y cuál era su conexión con el coche de Jane Johnson? Robert no tenía tiempo de probar ninguna de aquellas cosas, pero la sensación de que Janice conocía a Robert y que él debía conocerla continuó corroyéndole.

Robert apagó las luces y el motor y decidió dejar la camioneta justo donde estaba, bloqueando la salida de Sanso. Recuperó su pistola de debajo del asiento y salió de la cabina; entonces recogió un chaleco antibalas de la caja de herramientas desparramada por el maletero.

Hizo un repaso rápido al descapotable y no encontró nada que atara el coche a Sanso. Pero las llaves pendían del contacto del descapotable, y se las llevó.

Sus botas de senderismo levantaban poco ruido en el camino secundario rojo y polvoriento mientras se aproximaba al largo porche de la casa. Se subió al poyete de cemento y miró por cada ventana que pasaba, con el arma arriba y apuntando, tratando de recoger tanta información como pudiese. La mayoría de las cortinas habían sido corridas. La oficina que él creía que era de Lucille se encontraba encendida pero vacía. No había signos de Sanso o del equipo en ninguna de las habitaciones delanteras.

Robert empezó a trazar una estrategia en su cabeza. Decidió buscar primero a Katie, esperando que Janice no tuviera una relación con ella que pudiera explicar por qué Sanso había venido aquí de entre todos los lugares. Afianzar la seguridad de Katie, y entonces encontrar la habitación de Janice.

Se deslizó a través de la entrada de la puerta principal y trató de escuchar voces que indicaran una reunión. Al no escuchar nada, cruzó el atrio y el vestíbulo adyacente, hacia el jardín interior. Dos lámparas de mesa habían sido quitadas, y vio entreabierta la puerta trasera. Se preguntó si Katie había regresado.

De nuevo en el vestíbulo, atrapó un sonido en dirección a la cocina. Quizá alguien estaba poniendo los vasos sobre la encimera. Entró por detrás, bajo la placa acerca de la protección de Dios de los enemigos, y juzgó a tenor de las voces que si estaban en algún peligro, aún no lo sabían.

Las cinco mujeres del equipo, incluida Katie, estaban reunidas en taburetes alrededor de la isla de la cocina, sorbiendo café y garabateando en cuadernos, hablando agradablemente y en voz baja. Lucille saltó al verle, casi golpeó el respaldo de su taburete.

Se recuperó rápidamente.

—Si nos das unos minutos más acabamos y podrás…

Otra de las mujeres ahogó un grito al ver el arma de Robert. Katie se puso en pie y dijo: «¿Qué es esto?». Robert pensó que se había puesto pálida.

—Tienen un intruso en los alrededores —dijo a Lucille. Dos de las mujeres comenzaron a murmurar.

—Una de nuestras chicas probablemente trajo a alguien a casa —dijo la que él pensaba que se llamaba Frankie. Se puso en pie y tomó un sorbo más de café—. Averiguaré quién.

Robert alzó una mano para detener a Frankie a la vez que Lucille dijo:

—Sea quien sea, seguro que una pistola no es necesaria, Lukin.

Él la ignoró.

—Katie, necesito que expliques a tus colegas quién es Salazar Sanso. —Ella se llevó la mano a la boca—. Y luego las quiero a todas fuera. Lleven una linterna. Empiecen a caminar por la carretera y quédense allí hasta que vaya por ustedes.

Alguien dijo:

—Las residentes…

—Por ahora están seguras en sus habitaciones.

—Una de nosotras tiene que estar con ellas —dijo Katie.

—Váyanse todas. Y mejor para ti que seas la primera en cruzar esa puerta, Katie.

Robert no dejó lugar para argumentos, pero no sabía si debía hacerlo realmente.

—Dime dónde está la habitación de Janice.

—¿Qué?

—La mujer que llegó hoy. Creo que puede estar relacionada con Sanso. O conmigo.

—Está al final de mi sección. Habitación 28.

—Creo que Janice está usando algún alias. Que va por ahí con el nombre de Jane Johnson y que de algún modo yo debería saber quién es. ¿Has oído alguna vez de una tal Jane Johnson?

Katie negó con la cabeza.

—Ve con ellas y yo iré por ustedes. ¿Cuántas mujeres hay aquí esta noche?

—Diecinueve —dijo Lucille.

—¿Cuántas en tu pasillo, Katie?

—Seis.

—Vale. El sheriff está en camino. Vamos.

Corrió hacia el ala de Katie sin esperar a que obedecieran, deseando que tuvieran un fuerte sentido de autoprotección para hacer lo que les había dicho.

***

Salazar Sanso. Durante quince años ella se había escondido de él tras la identidad de una mujer de la que no podía preocuparse. ¿Cómo la había encontrado? ¿Por qué estaba allí, pisando los talones de Robert y Janice? No había posibilidad de que conociera su verdadera identidad.

A no ser que… Sanso no estuviera allí por ella. Él estaba aquí por Janice. Por Janeal Mikkado. La única Janeal Mikkado que él conocía.

La presencia de Sanso trajo el factor decisivo que Katie necesitaba, la confirmación de que había dos Janeal Mikkado en el mundo a la vez. Como ocurrió la noche del incendio, en el momento en que eligió salvar la vida de Katie, toda su indecisión se desvaneció.

Ahora mismo lo único que no podía entender era por qué el drama estaba desplegándose en su simple y pequeña casa del desierto, donde ella había obtenido finalmente un propósito para su renacida vida.

Prácticamente Frankie estaba gritándole:

—He dicho que quién es ese hombre de quien está despotricando.

Katie se volvió lentamente hacia la voz de Frankie.

—Es un traficante.

—¿Y cuál es tu relación con él? —preguntó Lucille.

Ninguna respuesta era lo suficientemente breve para el tiempo que les quedaba.

—No tengo relación con él. Tenemos que sacar a las mujeres.

—Wendy y Trish ya han ido por ellas.

—Necesito mi móvil —dijo Katie. Salió por la puerta de la cocina.

—Katie —protestó Lucille.

—Soy la única que tiene uno —dijo Katie sin mirar atrás—. Te dije que algún día lo necesitaríamos.

En este momento a Katie no le importaba tener razón. Estaba más interesada en la llegada de Sanso y en por qué Robert pensaba que él estaba allí. ¿Cómo iba a explicar todo esto cuando apenas lo entendía ella misma?

¿Había alguna explicación razonable para lo que le había ocurrido? No. Sólo funcionaba lo espiritual. Una batalla de proporciones planetarias y paranormales.

Una batalla entre la luz y la oscuridad por un corazón.

Ahora, mientras corría hacia su habitación, la pena de perder a la Katie real la inundó nuevamente, porque ahora temía que era probable que perdiera a Janice también. La otra Janeal, su gemela mística, quien había escuchado las mentiras de Sanso una y otra vez hasta que se volvieron verdad y él se transformó en su maestro.

Janice, no Katie, era la única que necesitaba salvación ahora. Después de encontrar su teléfono encontraría su otro yo.