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A eso de un kilómetro y medio de la cabaña, Robert empezó a ver a personas de pie en sus patios en la oscuridad. Una pareja acá, una familia allá, un grupo de adolescentes, todos mirando en la misma dirección. Finalmente se dio cuenta de lo que estaban mirando: un resplandor naranja que latía en rojo y amarillo.

Cuando comprendió que la fuente de luz era probablemente un incendio, y que no se movía de la dirección hacia la que él se dirigía, Robert pisó el acelerador. Entonces, cuando tuvo claro que el fuego era su punto de destino, llamó al 911 y les informó de que no sólo había un incendio, sino también un pirómano al que atrapar. Janeal había llegado a unos límites que estaban fuera de la decencia. Iría a la cárcel por eso. Para siempre. Él no se presentaría demasiado tarde para su captura.

Se negó a pensar que ya era demasiado tarde para Katie.

Su camioneta se deslizó por la grava mientras frenaba tan cerca del infierno como se atrevía. No había ninguna señal de ninguna mujer en el…

¡Boom! Una explosión sacudió su vehículo y reventó la ventana, arrojando trozos del cristal irrompible hacia Robert. Levantó las manos para protegerse la cara, y entonces, mientras dejaba caer los brazos y la mandíbula, vio una sombra negra alzarse sobre la mitad occidental de la casa.

***

Tal vez sólo hubieran pasado dos minutos desde que Janeal saliera del baño. En aquel parpadeo de tiempo el exterior de la casa se había convertido en un sol abrasador y el interior en una negra trampa de humo.

La explosión lo cambió todo.

Janeal estaba en el primero de los tres dormitorios cuando ocurrió, sacudiendo la casa y arrojándola sobre la cama. Una ráfaga de fuego recorrió la entrada, el aliento de un demonio, empujando su cabeza hacia la habitación durante un instante terrorífico antes de ser absorbida de nuevo. Janeal se cubrió la cabeza y gruñó.

Una llamarada saltó de la pared al edredón.

Janeal rodó, dejándose caer sobre su barriga en un intento de permanecer debajo del humo, y después se arrastró hacia la puerta. Miró en dirección a la cocina pero no podía ver nada al final de la entrada. Las llamas se movían hacia fuera, hacia ella.

¿Dónde estaba Katie? No respondió en la segunda habitación.

Por encima del humo Janeal vio un destello naranja en el techo. O en lo que había sido el techo. Un marco de fotos en el pasillo se encendió y empezó a desaparecer como si estuviera siendo comido por el ácido.

***

Katie se despertó con el estruendo, y después escuchó a alguien gritar. ¡Iiiiiii! ¡Iiiiiiii! Después más claro: ¡Eeeee… iiiiiii! Y al final las largas vocales se convirtieron en un nombre. Su nombre. ¡Kaaatieee!

Necesitaba aire en los pulmones e inspiró con fuerza. Pero no había aire, sólo humo. A la tos que la sacudió después le siguió un dolor en la cabeza. Katie trató de sentarse pero el mareo la obligó a volver al suelo.

¿Dónde estaba?

En la casa de la señora Weinstein. La salita… no, la habitación de invitados. Un intenso calor en el lado derecho de su cuerpo forzó a Katie a rodar sobre su barriga, lejos de aquello. La librería. En llamas.

¿Janeal? —dijo. Las palabras raspaban contra su garganta—. Janeal, los libros están ardiendo.

—¡Katie!

—Janeal. Los libros.

Jadeando y en lágrimas, alguien se arrojó al suelo junto a ella.

—¿Katie?

—¿Por qué están ardiendo los libros?

—¿Por qué hay una lata de gasolina sobre tu cama?

—¿Qué?

Katie intentó encontrar la conexión entre aquellas dos cosas mientras Janeal agarraba sus muñecas y tiraba de ella hacia arriba.

—¡Arrástrate!

—Estoy mareada.

—¡Katie, necesito que te arrastres! —empujó a Katie entre los omoplatos—. ¡No puedo llevarte a cuestas! ¡La casa entera está ardiendo!

La cabeza de Katie se aclaró hasta tal punto que encontró la fuerzas para mover las piernas. Cuando Janeal le empujó de nuevo la espalda y deslizó una mano alrededor de su muñeca para hacer de apoyo, Katie estaba a cuatro patas.

—¿Por dónde salimos? —dijo.

Janeal empezó a sollozar. Empujó a Katie hacia ella y la atrapó en un abrazo, presionando su húmeda mejilla contra la seca piel de Katie.

—No lo sé —dijo—. Algo ha explotado allá afuera.

Las tuberías del gas de la cocina y de la lavandería, pensó Katie.

—No podemos regresar por ese lado.

Por delante o por las puertas traseras, se dio cuenta Katie.

—No sé si hay otra salida.