58

Janeal estaba concentrada en la furgoneta que llevaba a Katie, sopesando la idea de que se estaba persiguiendo a sí misma.

Era una idea estúpida. Una idea descabellada. Pero lo aceptó en pocos instantes, permitiéndose sentir intriga más que repulsión o miedo. ¿Qué leyes del universo habían sido violadas para que aquella escisión tuviera lugar? ¿Cuáles eran las consecuencias a largo término de tal coexistencia?

Janeal no había bromeado con Alan cuando dijo que este mundo no necesitaba a dos como ella. Y si Katie realmente era Janeal, era de esperar que todo aquel espectáculo de servicio público no fuera más que una gran estratagema para sacarle ventaja al mundo.

Katie significaba competición. Por algo más que Robert.

Descabellado o no, Janeal creía que debía aproximarse a Katie por aquel camino, como una competencia, de ahora en adelante.

Estaba un poco preocupada de que Lucille pudiera verla por el espejo retrovisor, así que se quedó todo lo atrás que pudo, dejando dos o tres coches de distancia mientras la furgoneta se dirigía a Taos. Aquella estrategia funcionó hasta que llegaron a un pequeño pueblo de montaña y Lucille dejó la carretera principal en dirección a la zona residencial.

Dejó que la furgoneta avanzase todo lo que se atrevía a través de las grandes propiedades arboladas, aisladas unas de las otras por extensiones de varios acres delimitados con vallas de madera y estrechos senderos de gravilla. En cuanto Lucille girase, Janeal aceleraría, preocupada de perderla en cualquier otro giro antes de que el Kia lo alcanzase.

De hecho casi las pierde una vez, al final, cuando Janeal dobló una esquina hacia una calle vacía. Maldijo en voz baja, con miedo de haber llegado tan lejos sin disponer de otra manera de averiguar dónde iba Lucille. Recorrió hacia cada cruce, esperando vislumbrar la furgoneta. Janeal fue recompensada ochocientos metros más allá, cuando reconoció el recio vehículo adentrándose en un largo camino. La furgoneta dobló una curva peligrosa, frente a la casa, supuso Janeal.

Después de un par de segundos de deliberación, Janeal dirigió el Kia más allá del camino de grava a paso de tortuga. Vislumbró la furgoneta aparcada junto a la puerta delantera de una pequeña cabaña de madera. Debían haber entrado. Al otro lado de la verja un buzón de correos le decía el número de la casa. Tomó nota de la calle, dio un giro de 180 grados cuatrocientos metros más allá e hizo un mapa mental del camino de regreso a la autopista.

En una gasolinera encaramada en el borde de una concurrida carretera, Janeal aparcó y sacó su teléfono celular. Se desplazó por la lista de llamadas recibidas hasta que encontró el número que buscaba, y lo marcó.

Contestó una mujer.

—¿Quién es?

—Janeal Mikkado.

—¿Por qué llamas?

—¿Dónde está Sanso?

—Como si te fuera a dar esa información.

—Callista, te hice una promesa que intento mantener.

—Él está conmigo ahora, así que te eximo de tu inútil promesa.

—Pero él todavía tiene que cumplirme a mí su promesa.

—No me importa.

—Cuando él esté en su sano juicio para cuidar de sí mismo, estaremos de vuelta justo donde empezamos.

Callista no respondió a eso.

—¿Te ha hablado de Katie Morgon? —preguntó Janeal.

—Lo encuentra divertido. La gracia por poco le mata —lo dijo ligeramente lejos del micrófono, como si le estuviera hablando a él. Janeal se imaginó un antro tenebroso e insalubre y a un rudo barman dándole puntos a la herida de bala de Sanso con whiskey y una aguja de coser. Se lo tendría merecido.

—Katie ha abandonado la Casa de la Esperanza —dijo Janeal. La línea seguía abierta y Callista seguía callada, así que continuó—. Dile a Sanso que espero que termine lo que empezó. Tengo una dirección.

—Dámela a mí.

—Primero necesito instalarme en una habitación de hotel en Taos. Quiero que la reserves a tu nombre, porque Robert tendrá a sus amigos buscándome. ¿Cómo de lejos está Sanso de Taos?

—A un par de horas.

—¿Horas?

—No podíamos curarle las heridas precisamente en Santa Fe, ¿no crees?

—¿Cuándo estará listo para marcharse?

—Cuando él diga que lo está.

—Toma una decisión, Callista. Necesito saber dónde están yendo para estar aquí.

La mujer suspiró.

—Danos hasta mañana por la noche.

¿Mañana por la noche? Janeal tendría que proponer un plan para mantener a Robert alejado de la compañía de Katie hasta entonces. De otro modo permanecerían juntos como lapas.

Le vino una idea a la cabeza.

—Bien. Haz mi reserva para dos noches. Llámame cuando la tengas.

Janeal colgó y pensó que necesitaría sacar el Kia del camino principal. Tendría que deshacerse de él completamente, porque no les llevaría mucho a los empleados de la Casa de la Esperanza darse cuenta de que ya no estaba y a Robert tampoco le costaría mucho conectar su desaparición con ella.

Estaba pensando en la mejor manera de hacerlo sin quedarse tirada cuando el teléfono sonó. Comprobó el identificador de llamadas, que había dejado muchas llamadas en el buzón de voz durante los últimos dos días, y no reconoció el número. No contestó. Segundos más tarde fue al buzón de voz, y el teléfono sonó de nuevo. El mismo número.

Aquel mismo patrón se repitió dos veces más. Hubiera apagado el teléfono si no hubiera estado esperando la llamada de Callista. Por lo visto, quien fuera que no podía vivir sin el sonido de su voz impediría que Callista pudiera llegar en medio de tanta llamada.

La quinta vez que el número sonó, Janeal perdió la paciencia.

—¿Quién es? —increpó ella.

—Robert Lukin.

Janeal tragó saliva; esperaba a cualquiera menos a él. Calculó qué actitud esperaba él que ella tomase en la conversación. Sin saber exactamente lo que Robert sabía, estaba perdida.

—¿Quién? —dijo poco convincente.

—¿Eres Jane Johnson? —preguntó él.

Déjate llevar.

—Sí.

—Pero eres Janice Regan.

Janeal rugió para sus adentros.

—Lo siento. ¿Te conozco?

—Tú una vez me conociste, pero ya no puedo decir que te conozca. Janeal Mikkado.

Janeal se quedó sin respiración. Casi cuelga el teléfono, pero comprendió que él simplemente volvería a llamar.

—No sé lo que estás…

—No te atrevas a fingir que no sabes de lo que hablo. Mentir a tus mejores amigos acerca de quién eres es exactamente la clase de cosa que harías tú después de quince años de práctica. Eres Janeal de pleno derecho. Eres Janeal a la enésima potencia.

No podía ver otra manera de salir excepto por el camino por el que había navegado muchas, muchas veces desde que dejó la kumpanía: la ruta que la ponía al control de la situación.

—Lo siento, Robert.

—¿Por qué? ¿Por fingir? ¿Por traer a Sanso a la puerta de Katie y casi conseguir que la mataran? ¿Por escabullirte mientras tu familia se levantaba en llamas y por dejarnos pensando que estabas muerta?

Janeal cerró los ojos.

—Tampoco sabías que Katie también estaba viva.

—Katie tiene una excusa bastante buena. ¿Cuál es la tuya?

—Sanso me tenía agarrada, Robert. Mató a mi padre y me agarró y amenazó con matar a Katie si no me iba con él. Él… disparó a papá y ató a Katie a una silla y dejó que el edificio se incendiase. No tuve elección.

—Siempre tenemos elección.

Su ira se prendió.

—Bien, ¿qué habrías hecho tú?

Robert dejó caer el volumen de su voz lentamente.

—Dímelo tú.

—Él me hizo una promesa —dijo Janeal—. Sanso prometió dejarla marchar pero yo… yo nunca la vi. Callista me dijo que Katie ardió hasta la muerte.

—Nadie pensó que ella hubiera sobrevivido.

—Yo también morí, Robert. Pensé que lo había perdido todo —forzó la voz todo lo posible—. Incluido tú. Verte ayer…

—¿Cuánto tiempo estuviste con Sanso? —preguntó él.

—Dos años. Era su prisionera.

¿La creería?

—¿Cómo saliste?

Ella imaginaba que ahora él la hablaba del mismo modo que a los señores de la droga que él había derrocado. Le fastidiaba que él pudiera colocarla en la misma categoría que la gente que necesitaba una investigación completa.

—Es una historia muy larga.

Ninguno de los dos dijo nada por unos instantes.

—¿Te contó Katie cómo consiguió salir ella? —preguntó Janeal con lágrimas fingidas.

—No le gusta hablar mucho de esa noche.

Aquella información le dio a Janeal cierto alivio. Al final la ira de Robert no se derivaba de ninguna revelación sobre su culpabilidad. Se preguntó si Robert se había cuestionado la identidad de Katie del modo que ella lo había hecho.

Por supuesto que no. ¿Por qué lo haría, si ella no había hablado demasiado de aquella noche? Quizá no hablase mucho de sí misma.

Hablar de sí misma. Janeal casi se ríe de eso.

Tal vez se estuviera volviendo chiflada de verdad.

—Estoy segura de que a ti tampoco te gusta hablar de eso.

Ella sonó intencionadamente indefinida, creyendo que él le contaría tanto como quisiera.

Él no dijo nada.

—Pero tú escapaste bien —empujó ella.

—Define bien.

—Robert, esto es muy difícil para mí. Desearía haberlo sabido. Habría hecho algo. Por ti, por Katie…

—Podrías haberme encontrado si hubieras querido.

¿Aquello era una acusación? Janeal parpadeó y optó por una actitud defensiva.

—¿Cómo? ¿Cómo habría hecho eso, con la DEA poniéndote prácticamente en un programa de protección de testigos? Sanso tiene ojos… en todas partes. Si hubiera regresado a Nuevo México él me habría seguido, me habría encontrado…

—Así que en vez de eso te cambiaste el nombre y tomaste un importante puesto de trabajo en Nueva York, donde estabas a la vista de todos.

—¿Por qué estás tan enfadado conmigo?

—Tal vez porque estoy descubriendo que te marchaste sin mirar atrás. No puedo imaginar que fuera difícil para ti. Tú nunca quisiste quedarte en aquel campamento de todas maneras…

—¿Qué más podría haber hecho?

—¿Acaso no era la oportunidad perfecta para ti para salir al mundo real y tener algún hombre rico que te allanase el camino?

—Robert.

Él respiró hondo.

—¿Cuándo averiguaste sobre Katie y sobre mí?

—Cuando arrestaron a Sanso. Contacté con Brian Hoffer para que escribiese una historia…

Se calló de repente. Si Brian había explicado algo acerca de la historia a Robert, ella se habría pillado las manos.

Llenó sus carrillos de aire y después lo soltó.

Él no pareció darse cuenta.

—Me dijo que tú diste por terminada la historia —dijo Robert.

—Cuando me di cuenta de quién estábamos hablando, lo hice. Ponerte a ti y a Katie en el punto de mira así… Sanso ya os había echado el ojo, y después escapó.

Sus mentiras se prolongaban con más facilidad de lo que esperaba.

—Entonces, ¿por qué viniste? ¿Por qué no llamaste al refugio, le contaste todo a Katie y nos reunimos? Te metiste en un montón de problemas con ese atuendo tuyo. ¿Por qué?

—Tenía un vuelo programado cuando apareció la noticia de que Sanso había escapado. No era difícil adivinar que iría derecho a buscarte. Y si yo me dejaba ver como Janeal…

—¿Él te conoció como Jane?

—No. Pero mi apariencia no ha cambiado mucho. Perdí un poco de peso, gané unas cuantas arrugas.

El tono de voz de Robert se suavizó.

—Ese color de pelo es horrible.

—Funciona.

—Tal vez tendrías que haberte quedado en Nueva York. Haber esperado.

—Tenía que verte, al menos. Y a Katie —tiñó su voz de preocupación—. No puedo imaginar por lo que ha pasado.

—Es una persona impresionante.

La admiración en el tono de Robert rozó a Janeal de la manera equivocada. No podía evitar pensar que la muerte de Katie quince años atrás pudiera haber tenido el resultado más compasivo para todos.

—Ustedes tuvieron tiempo para ponerse al día.

—Un par de días.

—¿Habló de mí?

Robert dudó.

—¿Cuándo ibas a contarnos dónde estabas?

—No lo sé. No podía… Cuando vi lo que le ocurrió a Katie, no supe si podría alguna vez.

No le gustaba el camino que había tomado la conversación.

—¿Ni siquiera para advertirnos que Sanso estaba de camino?

—¿Cómo podría haberlo sabido? Tú sabías que había escapado. ¿Qué más te habría contado yo?

El suspiro de Robert la deprimió.

—Todo lo que estás diciendo… tienes que saber que parece como si estuvieras liada con Sanso. Es tan fácil de creer, después de todo lo que has hecho, que pudieras…

—Oh, Robert. No. No es verdad. Yo nunca…

—¿Dónde estás?

—Tengo que escapar. Tengo que pensar en lo que haré después. ¿Sabes dónde está Sanso?

—Aún no.

—Tomé el Kia. ¿Puedes pedirle a Lucille que me dé un día para devolverlo al refugio?

—No voy a llamarla para eso.

—Por favor. Te informaré. No puedo quedarme aquí, y no sé dónde ir mientras Sanso esté… perdido.

—No voy a hacerte una promesa.

—Por favor. Si significo algo para ti.

—Janeal…

Oh, ¡era reconfortante escucharle decir su nombre! Su corazón se llenó de una calidez que no había sentido en años. Tal vez pudiera encontrar el camino de volver a ser la persona de antes, la persona que era cuando él estaba cerca.

—Janeal, mira. Tú estás a tu aire aquí. Necesito cuidar de Katie ahora mismo. Ella es mi prioridad.

La calidez que la había llenado se congeló. No sabes lo que estás diciendo. Quizá piensas que la amas, ¡pero ella no es la chica que se disputaba tu atención cuando eran unos críos! Miró a través del parabrisas a una pareja paseando de la mano. ¿Cómo había conseguido Katie hacer funcionar su magia sobre él tan rápidamente?

El teléfono dio la señal de que estaba entrando otra llamada.

—La amas —murmuró ella.

—¿Qué? No te escucho.

Me amas a mí. Crees que quieres a Katie Morgon, pero me amas a mí. Ese trozo cicatrizado de basura soy yo, pero ella no es aquella a la que amas, Robert. ¡Si pudieras saber lo engañado que estás! Yo soy la real; ella no es más que una tramposa impostora. Una bruja deforme y mentirosa que te tiene bajo su hechizo. No tiene nada que ofrecerte. Pero yo sí. Sé lo que conlleva. Los hombres me aman: Milan, Sanso, una docena más que he conocido

—¿Janeal?

—¿Qué?

—No vas a desaparecer de nuevo, ¿verdad?

—¿Adónde iría, Robert?

El teléfono hizo de nuevo la señal.

—Lejos, a una nueva vida, un nuevo nombre, lo que sea.

Ella lo sopesó.

—Esa no es la respuesta, ¿verdad? No puedo seguir huyendo.

—Al final tus pecados te atraparán.

Ella se resintió ante su propuesta. Quizá porque era cierto.

—Te llamaré.

Colgó antes de que él dijera nada más y comprobó el número entrante. Callista.

—Sí.

—Estás en el Hostal Pueblo Vista —la voz era de Sanso—. Callista te enviará un mensaje con el número de reserva.

—¿Te encontrarás conmigo allí mañana por la noche?

—Mañana en algún momento. Estoy lleno de sorpresas. —Alguien cercano a Sanso hizo un comentario que le provocó la risa—. Mi Callista piensa que tendríamos que haberte dejado atrapar a Katie tú sola y habernos marchado al sur.

Ella era perfectamente capaz de encargarse de asuntos así con sus propias manos; no obstante, su vida sería más sencilla si otro mataba a Katie. Si lo hubiera hecho ella, Robert nunca la habría vuelto a mirar.

Por otro lado, matar a Katie sería más como un suicidio que un asesinato, ¿no? Aquella era una idea interesante. Por supuesto, Robert no lo entendería.

—Haz lo que quieras.

—Quiero mantener mis promesas.

—¿Dónde estás?

—En Las Vegas.

—¿En Nevada?

—En Nuevo México. No es tan difícil encontrar un buen cirujano, mi amor.

—Me sorprende que no recurras a uno de tu plantilla.

—Demasiado ego de mi parte. Esos pequeños centros abiertos las 24 horas son mucho más razonables.

—Y yo te doy permiso para que ejerzas tu encanto. ¿Cómo sé que no me vas a acusar?

—De la misma manera que sé que no te evaporarás en el aire.

—¿Confías en mí?

—No. No, para nada. Sólo sé que necesitas saber que Katie está muerta tanto como que una vez necesitaste un millón de dólares.

Janeal sacudió la cabeza. Se quedaría lo suficiente esta vez para alejar a Robert del daño y asegurarse de que Katie muriese. Entonces Sanso no la volvería a ver jamás.

En cuanto a ella y Robert, sólo esperaba que él se dejase convencer algún día. Tendrían tiempo.