69
La librería era una cortina de fuego enfrente de la única ventana de la habitación. Las ventanas de la otra habitación estaban igualmente inaccesibles porque la casa ardía de fuera a dentro.
Janeal no podía imaginar lo que aquella lata redonda y verde sobre la cama contenía. Lo que habría contenido. Esperaba que estuviese vacía.
Katie había empezado a temblar, quizá como reacción al miedo, y su tos se volvía más violenta. La conciencia de Janeal de la respuesta física a la crisis hizo que sus propias lágrimas se evaporasen. Katie había estado allí antes, casi comida viva por el egoísmo de Janeal.
El fuego era culpa de Janeal.
Las quemaduras de Katie eran la elección de Janeal.
La vida de Katie iba a salvar la de Janeal. Esta vez lo haría.
Se quitó la blusa de la cara y la ató alrededor de la de Katie para ayudarla a detener la tos.
—Vámonos —dijo Janeal sin saber adónde. Tomó la iniciativa—. Agárrate a mi tobillo.
Se desplazaron a gatas sobre la alfombra de retales en la que Katie se había arrodillado, y Janeal la arrastró con ellas. Quizá pudiera usarla para abrirse paso.
El pasillo se había convertido en un túnel ardiente, y algunos trozos del techo rugosos caían como lluvia en llamas. Su lento avance se hacía aún más lento mientras Janeal no dejaba de golpear las ascuas como si fueran mosquitos sobre su ropa. Su cabello, casi seco ahora, se prendió más de una vez.
A mitad de camino del pasillo, enfrente del cuarto de baño, Janeal confirmó que su situación era peor de lo que había pensado en un principio. El gas que había explotado en la cocina no había ardido, sino que se había convertido en una fuente continua de combustible en el extremo delantero de la casa. No podía ver el suelo ni las paredes ni el techo, solamente aquel infierno.
Janeal intento dar marcha atrás con la alfombra, pero en un cruel giro la acción solamente sirvió como ventilador, alimentando la bestia hambrienta que el oxígeno había hecho prosperar.
Se dejó caer sobre sus codos, sin respiración, tosiendo, con los ojos apenas capaces de ver más.
—¿Tan malo es? —dijo Katie.
—Veo una salida —dijo Janeal. Era mentira. Era, tal vez, la primera cosa honesta que Janeal le había dicho a Katie desde que se encontraron. Podía ver una salida, un camino a la salvación, una puerta a la libertad de Katie, y solamente estaría abierta durante unos pocos segundos.
Allí estaba aquel reloj de nuevo marcando la cuenta atrás en la cabeza de Janeal. Diez… nueve… ocho…
Aquella vez tomó una decisión diferente. Era consciente de que no había nada más que decidir, y aquello liberó a Janeal en aquel mismo instante para hacer lo único que había hecho bien en los últimos quince años.
Tener éxito.
No importaba el precio.
—Ponte de pie —le ordenó a Katie. Cuando Katie no se puso de pie Janeal tiró de ella hacia arriba. Envolvió a Katie en la alfombra de tiras como un burrito y estiró los bordes hasta sus dedos—. Sujeta esto.
Katie lo agarró cruzando los bordes sobre su pecho.
Janeal deslizó el albornoz que llevaba puesto por los hombros. Su piel llevaba bastante tiempo seca en la cara, el cuello y las piernas, que habían estado expuestas, pero la pesada tela de felpa todavía tenía un poco de humedad en ella. No mucho, pero lo suficiente.
La lanzó sobre la cabeza de Katie.
—¿Qué estás…?
—De todos modos no puedes ver. Vamos a salir por la puerta principal. Te mostraré…
Un brazo serpenteó por la puerta del baño y agarró a Janeal por el pelo.
—¿Tengo que sacarte yo de los problemas? —silbó Sanso.
Janeal gritó. Se llevó las manos al pelo mientras él empezaba a arrastrarla lejos de Katie.
—¡Janeal! —gritó Katie.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Janeal.
—Hay espacio para dos en la bañera —refunfuñó él—. Tomaremos aire de la cañería. Un truco de un bombero viejo.
—¡Katie!
—¿Dónde estás? —chilló Katie.
Janeal cayó sobre sus rodillas y sus manos, y su cabello se escapó del agarre de Sanso. Agitaba los brazos mientras él tiraba de su espalda hacia el baño, intentando hacerse demasiado ancha como para pasar a través. Se sujetó a cada lado del marco de la puerta con las yemas ardiendo.
No sentía vergüenza de su desnudez. Le parecía la forma adecuada de luchar aquella batalla en particular, desmontada hasta el núcleo de su verdadero yo.
—Katie, escúchame —gritó a través del ruido del fuego.
Sanso rugió y pateó las manos de Janeal.
—¿No entiendes lo que ocurre, mujer? —Sintió cómo los nudillos de su mano derecha se quebraron—. Estoy tratando de salvarte la vida.
No, yo estoy tratando de salvar mi vida. Y yo soy la única que puede hacerlo.
—Katie, estás entre el baño y la cocina. Tres pasos hacia delante, luego a la izquierda, después todo recto a través de la puerta principal.
—Está ardiendo —dijo ella con el miedo temblándole en la voz.
—Sí. Tendrás que deshacerte de todo eso en el mismo instante en que estés fuera.
La mano izquierda de Janeal se estaba soltando. Sanso había liberado su pelo y tiraba de sus axilas. Ella creía que él ya la habría derrotado si no hubiera estado atontado por el humo.
La furia de él estaba a todo vapor, de todas maneras, y le gritó:
—¿Vendrías más rápido si la mato a ella primero?
—¿Me escuchas? —le repitió Janeal a Katie—. Deshazte de ello.
—¿Y qué pasa contigo?
Janeal vio el fuego danzando enfrente de ellos, un niño alterado y diabólico anticipándose a la oportunidad de arrancarle las alas y las patas a un insecto. Ella se soltó del marco de la puerta y su cuerpo cayó de espaldas sobre Sanso, que se vino abajo. Golpeó un toallero en la pared de enfrente y cayó, rebotando la cabeza en la taza del inodoro.
—¡Janeal! —gritó Katie.
—Iré detrás de ti —gritó Janeal gateando sobre sus rodillas. No lo haría, por supuesto. Así era como lo había planeado en primer lugar, sabiendo que las llamas inmovilizarían su cuerpo desprotegido antes de que cruzara el umbral. Pero esperaba que Katie pudiera salir finalmente.
Sanso estaba aturdido pero no se había desmayado. Empezó a levantarse.
—¿Qué vas a…?
—¡Vete! ¡Vete ahora!
Janeal agarró el pomo y cerró la puerta de golpe, separándose de Sanso. Separando a Sanso de Katie. El metal caliente le quemó las palmas. Puso un pie en cada extremo del marco y se inclinó hacia atrás como un escalador descendiendo una pared vertical.
Katie aún estaba allí.
—¡Vete! —gritó Janeal.
Katie desapareció dentro del humo.
Al otro lado de la puerta Sanso zarandeaba el pomo.
—¡Janeal Mikkado! —bramaba. La puerta se sacudía bajo su marco—. No desperdicies tu vida.
Oh, no lo haría. Nunca más. Podía contar con que Sanso desperdiciara la suya, sin embargo. Gastaría su último aliento intentado colar sus mentiras y olvidándose de aquella cañería del baño hasta que fuera demasiado tarde. De hecho, continuaba tirando de la puerta.
Janeal había cerrado los ojos ante la oscuridad que se espesaba. Cada vez era más difícil respirar. Tal vez no fuera lo suficientemente fuerte para mantener a aquel demonio de hombre atrapado.
La puerta, la puerta, la puerta. Céntrate en la puerta en vez de en el dolor. El dolor pasará. Arderá hasta que todo lo que quede sea lo único que importa: la mejor parte de ti, la única parte de ti misma que merece ser salvada.
La mejor parte.
La única parte.
El resto, los residuos, todo se consumirá en llamas.