11
Janeal no tuvo que acercarse mucho a su coche para ver que no era posible que el dinero siguiese allí. Las cuatro puertas de la vieja bestia oxidada estaban abiertas, además del maletero, cuyo contenido había sido desparramado detrás del coche, incluyendo la alfombrilla que cubría el hueco de la rueda de repuesto.
—Se lo ha llevado —dijo.
Katie permanecía detrás de ella, mirando el coche sin llegar a comprender lo que significaba aquella extraña visión.
Janeal pensó en el fajo de billetes escondido en su habitación. Cinco mil dólares. Calderilla si se comparaba con un millón. Sanso no podía haberse vuelto tan loco por algo tan pequeño.
Janeal se aproximó al coche. Alguien había destrozado tres de las ventanillas y había rajado el parabrisas. El kit de primeros auxilios también había sido esparcido. El contenido de su maleta estaba desparramado por las rocas. Pensó que alguien tuvo que haber pasado con el coche por encima de una de las cajas de artilugios de cocina. La otra caja descansaba a su lado, con los utensilios y las recetas bailando con la brisa.
¿Dónde estaba la tercera caja?
Un pensamiento cruzó la mente de Janeal al mismo tiempo que Katie abandonaba el coche para correr hacia los incendios.
—¿Dónde vas? —gritó Janeal. Persiguió a Katie, agarrando de camino su maleta vacía. Amenazaba con abrirse e intentó mantenerla cerrada mientras corría.
—Tengo que encontrar a mis padres. Caleb y Jeremy deben…
—Robert está buscándoles. —Janeal la alcanzó y le sujetó la mano, deteniéndola—. Quédate conmigo. Voy a la casa.
Una bocanada de aire caliente arrojó la masa de rizos de Katie sobre su cara. No se lo apartó. A lo lejos, el crujido de una estructura implosionando hizo que Janeal se imaginase una tienda derrumbándose entre relucientes ascuas y carbón encendido.
—No sé por qué ese dinero es tan importante para ti, Janeal.
—No se trata del din…
—Vas a la casa para encontrar el dinero.
—¡Pero no sé si está ahí!
—¿Entonces por qué vas a mirar?
—Porque… tú no lo entiendes, Katie. No tengo tiempo de explicártelo.
Katie sacudió la cabeza.
—Cuando lo encuentres quizás puedas ayudar al resto de nosotros a salvar vidas. Si es que te importa.
Katie se escapó de Janeal y echó a correr.
La maleta le pesaba en las manos. El asa le rajaba los nudillos. Katie nunca lo entendería; no podría entender lo que realmente estaba en juego allí. Janeal no tenía más tiempo para intentar convencerla.
Corrió hacia la casa de reunión.
Lo que había pasado fue que Janeal se dio cuenta, en un destello de lucidez, de que la tercera caja de utensilios fue la que su padre utilizó para llevarse el dinero cuando le cambió la rueda. Ahora, como rom baro, si no se había marchado con los demás a Río Rancho para ver el torneo de póker estaría en el campamento, tratando de minimizar los daños de los incendios causados o… seguramente, si la furia de Sanso estaba arraigada en el dinero desaparecido, estaría tratando de negociar con su enemigo.
En ningún caso estarían en la casa de reunión.
Mientras su padre y Sanso estuvieran ocupados Janeal podría ir a la casa y encontrar el dinero. Si podía hacerse con él antes que Sanso, aún sería capaz de ayudar a su padre, de pagar con ello su rescate. Jason no pudo haber tenido mucho tiempo para esconderlo concienzudamente, y ella conocía sus lugares preferidos en aquella estructura adicional que era su hogar. La búsqueda no le llevaría mucho tiempo. Con un poco de sentido común y otro poco de suerte aún podría salvarle, aún cuando la comunidad estuviera de hecho perdida.
De aquello no era ella responsable, y lo sintió como un alivio. Había hecho todo lo que Sanso le había pedido. No pudo evitar que su padre moviera el dinero.
Janeal corrió hacia la cocina, y ya había atravesado la puerta cuando vio la lata de gasolina que había dejado allí antes. Después de pensárselo dos segundos, la recogió y se la llevó a la casa con ella. Quizá la necesitase, pensó mientras salía de la cocina hacia el vestíbulo que conducía a las habitaciones de su padre. Con toda probabilidad, Sanso lo haría arder todo. Tenía que pensar más rápido que él. Rociaría la casa de reunión con gasolina, le diría que el dinero estaba dentro y le amenazaría con hacerlo saltar en llamas si no soltaba a su padre.
Esperaba encontrar primero el dinero.
Alguien gritó su nombre. Allá afuera, en la dirección del centro médico. Se quedó paralizada. La casa de reunión estaba en silencio. Su nombre le llegó de nuevo, tenue pero lo suficientemente cerca para que ella creyese que era de alguien conocido.
Alguien conocido y temido.