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A las 19:45, mientras el sol bajaba sobre las montañas Sangre de Cristo a su izquierda, Robert recibió una llamada desde el teléfono fijo de la Casa de la Esperanza.

—¿Tan pronto me echas de menos? —le dijo amablemente esperando a Lucille.

—Encontraron el Kia —dijo ella bruscamente.

—Eso está bi…

—Lo encontraron a medio kilómetro de la cabaña, Robert.

La mente de Robert empezó a planear en busca de explicaciones. En realidad Janeal no le dijo nunca dónde había ido. Él había asumido…

—No hay rastro de Janice, sin embargo —reclamó Lucille.

—Llama a Katie.

—Lo hice. Dijo que está bien, que todo está bien.

—¿Está Janice con ella?

—Katie dijo que no, pero Robert…

—Lo sé. Estoy de acuerdo. Ya estoy de vuelta.

Robert salió de la I-25 por la siguiente salida e hizo un cambio de sentido para regresar camino del sur. Se recriminó haberse marchado. Le llevaría una hora regresar.

***

Eran casi las ocho y media cuando Janeal decidió darse una ducha mientras Katie iba a ver si tenía una muda de ropa que ofrecerle. Pero primero Katie iría en busca de algo para comer. A pesar del estrés emocional de aquel día, podía sentir el hambre devorando el interior de su estómago mientras notaba cómo descendía el nivel de azúcar en su sangre. Sentía la cabeza ligera y tambaleante cuando se puso en pie.

Abrió una puerta del armario y escuchó a Janeal encendiendo el ventilador de baño mientras ella buscaba algo insípido y seco. Galletas saladas o tortas de arroz estaría bien.

Encontró cacahuetes. No era exactamente lo que esperaba que le subiera rápidamente el azúcar en la sangre, pero eran proteínas decentes. Se arrojó un par de ellos en la boca pensando en llamar a Robert.

Un delicado pop, un suave siseo y un ligero golpe se escucharon en la parte de atrás de la casa. Giró la cabeza hacia el sonido. Sus oídos recogieron algo que sonaba como una ventana cerrándose.

Empezó a correr el agua en la ducha, cubriendo el sonido. Katie caminó hacia la entrada para investigar.

Katie no había pretendido engañar a Lucille cuando llamó. Era verdad que Janice no estaba allí: Janice no volvería a ser vista nunca, creía Katie; pero Lucille no era de las que se creerían el tipo de historia que Katie y Janeal tenían para contar. Tendría que resolver aquello.

Katie imaginó la posibilidad de que Robert no regresase. No le culparía por ello. ¿Cómo hubiera reaccionado cualquier hombre ante su historia de que eran… qué? ¿Una persona dividida en dos como si lo hubiera hecho el mismo Salomón? ¿Quién no huiría ante esa clase de horror?

El perfume de la gasolina pasó sobre ella, llevándola a detenerse enfrente de las habitaciones en la parte de atrás de la casa. ¿O era gas natural? Regresó a la cocina y comprobó los quemadores. Todo estaba apagado. Se paró enfrente de la chimenea de la salita de estar pero no olió nada inusual allí. Anduvo por toda la casa, terminando en la lavandería detrás de la cocina, hasta que se convenció de que todo estaba en orden.

A veces su cerebro le hacía esas cosas. Podía pensar en un camión zumbando por la autopista y podía generar el olor de su gasolina como si lo fuera siguiendo con una bicicleta.

Katie decidió volver a su habitación y ver lo que tenía de ropa para ofrecerle a Janeal. Katie no tenía idea de lo que Lucille le había empacado ayer a toda prisa.

Había estado en aquella habitación muchas veces, como tantas mujeres de la Casa de la Esperanza, y conocía muy bien la distribución. Era pequeña, más que su pequeño cuarto en la Casa de la Esperanza, pero perfectamente suficiente para una escapada de descanso. Cuatro pasos hacia las once en punto la ponían en la cama, en la pared izquierda, bajo la ventana. Una estantería que servía como mesilla de noche lindaba con la cama. La silla estaba a dos pasos hacia la izquierda, a las nueve en punto, entre la estantería y la puerta. El armario: tres pasos adelante sobre la pared derecha, a los pies de la cama.

El aire de la habitación olía dulce, placentero. Pesado. Katie se preguntó por qué no se había dado cuenta cuando se echó a dormir allí antes. A veces el cansancio le tomaba ventaja a los sentidos.

Se dirigió a su bolsa de viaje encima de la silla y se inclinó sobre ella para rebuscar en su contenido. Un par de pantalones vaqueros limpios y de algodón de color crema, calcetines, tres camisetas. Un libro en braille que estaba leyendo. Lucille había empaquetado todo aquello para ella. Mucha gente encontraba a Lucille insensible e irreflexiva, pero le prestaba atención a detalles como aquel. No todo eran bordes afilados en ella.

Katie se sintió mareada y se arrodillo frente a la silla. El dulce aroma de la habitación parecía casi aplastante.

Buscó los pantalones vaqueros y su camiseta de algodón más cómoda y las sacó de la bolsa para dárselo a Janeal. Debía estar más hambrienta de lo que se había percatado.

Sujetando la ropa sobre su regazo, Katie echó la cabeza hacia delante para descansarla sobre el cojín de la silla. Cerró los ojos un minuto.