49
La preparación de la cena era un desastre inminente. En la cocina Janeal apenas podía aferrarse a su cuchillo mientras cortaba zanahorias y pimientos morrones. Sus manos temblaban mientras Katie (aún debería pensar en ella como Katie) trabajaba junto a ella, en silencio y concentrada.
O en silencio y distraída. Tres veces Katie dejó caer las patatas que pelaba.
Una imagen recorrió la mente de Janeal: ella, levantando el tembloroso cuchillo y hundiéndolo en la espalda de Katie. Ahogó un grito ante la visión de Katie girándose para mirarla.
Katie dudó si hablar y decidió concentrarse de nuevo en las patatas. Janeal se preguntaba qué era lo que ella sospechaba de su charla de antes, si no era la psicótica posibilidad de que ambas estuvieran en un comedor de beneficencia mirándose la una a la otra como si estuvieran frente a un espejo.
Cuanto más pensaba Janeal en aquella imposibilidad, más se cerraba la cocina en torno a ella, oprimiéndola con otros detalles. Katie se había quedado cerca de ella en la entrada y había mirado a Janeal a los ojos: Katie nunca había sido tan alta y no habría crecido siete u ocho centímetros desde su decimoctavo cumpleaños. Janeal, que ahora no llevaba sus altos tacones habituales, no había pensado en eso hasta aquel momento. Ambas llevaban zapatillas de suela lisa. A primera vista Janeal había achacado la figura esbelta de Katie al frugal estilo de vida en la casa, o al trauma. La propia Janeal estaba más delgada de lo que había sido de adolescente. Había atribuido la tez más clara de Katie a las heridas, a quince años de vida en el interior de una casa y quizá a un sistema inmune dañado. No era un cambio de tono de piel muy espectacular, pero era suficiente.
Suficiente para encajar con el color canela multirracial de Janeal.
¿Se había dado cuenta Robert de esos cambios? ¿Sospechó que Katie no era para nada Katie, pero…?
El cuchillo de Janeal se cernía sobre una pila de vegetales mientras estudiaba a Katie. El anillo seguía brillando como si fuera un vaso de cristal lleno de vino y Janeal fuera una alcohólica anhelante de una copa.
Tan sólo digamos, en beneficio de dejar a esta ridícula idea seguir su curso, que tú y yo somos la misma. Digamos sólo que yo estoy aquí mirándome a mí misma, hablándome a mí misma. ¿Qué significado tiene?
Significaría que Janeal necesitaba examinarse en un centro de tratamiento completamente diferente.
Robert llegó entonces y fue derecho hasta Katie. No saludó a nadie más. Janeal se giró. ¿Qué pasaría si él se la quedaba mirando?
Aunque el objetivo de Janeal había sido pasar completamente desapercibida, no había anticipado el dolor que conllevaba acercarse lo suficiente como para tocarle y tener que mantener la distancia. No era capaz de evitar mirarle fijamente, mirarle y recordar.
Él se acercó al oído de Katie. Tocó su espalda. Janeal picaba vegetales apenas a unos centímetros de los dos y sintió la estocada de las antiguas emociones rebanando de cuajo el centro de su esternón.
Robert le pertenecía. Le pertenecía desde que tenían doce y catorce años y habían ido juntos de excursión a aquella colina roja por primera vez, mano con mano, mientras Katie quedaba rezagada.
¿Cuándo les había separado Katie como una yema a una clara de huevo?
Había ocurrido largo tiempo atrás, se forzó Janeal a admitir, mucho antes del arresto de Sanso o la destrucción de la kumpanía de su padre. De momento, la realidad de su separación le hizo más fácil a Janeal marcharse como lo hizo. Por supuesto, ella entonces pensaba que Robert y Katie habían muerto.
Katie estaba muerta, ¿no?
El cuchillo de Janeal bajó hasta su dedo como si fuera un tallo de apio, pero no se dio cuenta hasta que alguien gritó y se precipitó hacia ella con un trapo de cocina. Entonces Robert la miró. Lo siento mucho, dijo Janeal con sus ojos mientras la persona apresaba la mano en el trapo y obligaba a Janeal a aplicar presión. Pensé que estaban muertos.
No tenía sentido tratar de justificarse, sin embargo, porque ella sabía que le habría dejado de todas formas. Ella sostuvo su mirada demasiado tiempo, y él se apartó.
Otra residente se acercó deprisa con un botiquín de primeros auxilios. Janeal se preguntó que si las tornas hubieran sido diferentes y Robert la hubiera descubierto primero, ¿hubiera ido corriendo a su lado tan rápido?
Sí. Le gustaba creer que sí lo hubiera hecho.
Robert era la razón real de que su amor por Milan Finch no fuera amor en absoluto. Porque tuvo que compararlo con Robert.
¿Su plan de encontrar y enterrar lo que fuera que Katie le había contado a Robert acerca del dinero era inútil o esencial a esas alturas? Mientras su compañera cocinera examinaba la herida de cuchillo y comentaba que no necesitaba puntos de sutura, Janeal jugueteó con la idea de decirle a Robert quién era. Podía obligarle a elegir entre Janeal y Katie. Podía enfrentarle con la verdad de que Katie era una impostora.
Katie y Robert hablaron en voz baja cerca de los fuegos y Janeal decidió que no podía afrontar el riesgo de perder a Robert otra vez. Había perdido a Robert a Katie quince años atrás, y él nunca regresaría a su lado mientras Katie siguiera interponiéndose.