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Después de cenar Robert estuvo buscando a Katie y la encontró en el jardín interior donde se habían encontrado por primera vez. Ella se encogía dentro en una fina chaqueta.

—Esa nueva residente nueva tuya es un poco inquietante —dijo él. Katie saltó y se puso la mano en el cuello—. Lo siento.

Ella agitó su mano.

—Culpa mía. Estaba distraída. ¿Estabas hablando de Janice?

—¿Así se llama?

—¿Tan nervioso te pone?

Robert se encogió de hombros.

—Se me queda mirando fijamente.

—Será por esas facciones tuyas tan bonitas —Katie no sonreía. Robert no podía decir si le estaba tomando el pelo.

—No ese tipo de mirada.

—¿De qué tipo entonces?

—Como si me conociera, aunque yo a ella no la conozco.

Katie se anudó el cordón de la chaqueta a la cintura.

—Dime qué aspecto tiene.

—Alta. Delgada. Desafortunadamente delgada. ¿Qué pasa con las mujeres que piensan…?

—Realmente no tienes que hacer esa pregunta, ¿o sí?

—Vale. Pero ella podía tener más carnes. Pelo corto y castaño oscuro. Ojos azules artificiales.

—Deben ser lentillas.

—Quizá. Hacen que su mirada sea escalofriante. No quise provocarla estudiándolos demasiado cerca, ya sabes.

—Seguro que la mayoría de las mujeres que viven aquí te ven como un espectáculo para ojos necesitados.

Robert rió.

—No me había fijado en nadie más que en ti.

Katie guardó silencio. Él había hablado demasiado. No estaba lista para corresponderle. Por supuesto que no. Ella no podía disfrutar del beneficio de no tener que pensar en nada que en un amigo perdido hacía tiempo, milagrosamente redescubierto. Él se preguntó si alguna vez ella había tomado vacaciones (y no una tarde de vez en cuando).

—Me gustaron las esculturas que me enseñaste el lunes —expresó él.

—Son bonitas, ¿verdad?

La conversación se estancó otra vez.

—¿Puedo pedirte un favor? —dijo Katie.

—Lo que sea.

—Janice necesita equinacea. No nos queda. ¿Podrías ir a Walgreens por más?

—¿Ahora?

—Una pequeña escapada podría hacerte bien.

—Lo sé. Quiero decir… no importa.

La fluidez de sus primeras conversaciones se había evaporado por razones que Robert no podía indicar con exactitud. La temprana conexión que sentía con ella parecía amenazada, y cuando alzó la mano para tocarla se contuvo.

—De acuerdo. Iré. Equinacea… eso es lo que nuestras madres solían hacernos tragar todo el tiempo, ¿cierto?

—Botella marrón, etiqueta naranja.

—¿Quieres venir? —preguntó él.

—Hay reunión de equipo a las ocho y media. Posiblemente me traerías para estar a tiempo, pero yo tengo algo que hacer primero. Gracias por el favor.

—No hay problema.

Katie salió del jardín por una puerta trasera de la propiedad. Robert estuvo a punto de preguntarle si llevaba una linterna encima. ¿Qué tendría que hacer allí fuera en la oscuridad?

En vez de eso, se marchó en dirección contraria. Rodeó varias pilas de mesas y sillas, y se detuvo en el vestíbulo que separaba el jardín del atrio de la entrada. Por el rabillo del ojo vislumbró una figura caminando hacia el final del vestíbulo, como si hubiera pasado por el punto en el que él había estado segundos atrás. Janice.

¿Había estado escuchando?

Él vaciló y ella giró la cabeza hacia él. Las sombras de la puesta de sol pasaron a través de las ventanas y encubrieron sus ojos, dibujándoles profundos y oscuros círculos, aunque Robert podía imaginar fácilmente su mirada azul. Ella continuó andando y unos pocos segundos después miró atrás.

Robert prosiguió su camino y cruzó las baldosas hacia la salida.