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Robert caminaba frente a la ventana, sintiéndose como si la mañana se hubiera alargado durante varios días. No estaba seguro de qué hora era. El tiempo se había parado y el mundo ya no tenía sentido. La mujer a la que amaba le había contado una historia en la que no podía creer por mucho que lo intentase.
Katie estaba frente a Robert en el sofá, sin hablar. Después de explicarle su reacción a la revelación acerca de Janeal, ella estaba quieta y parecía esperar la respuesta de Robert.
La seca brisa de la montaña arañaba la garganta de Robert. No había suficiente oxígeno para ayudar a que su cerebro le diera sentido a lo que ella acababa de afirmar.
¿Qué esperaba que hiciese? ¿Creerse toda aquella incomprensible explicación y seguir con su vida como si no fuera nada extraordinario? ¿Acusarla de mentirosa y pedirle que probase sus argumentos?
Aquellas eran solamente dos de las posibilidades. Y no estaba seguro de que su respuesta importase.
El teléfono de Robert sonó. Él lo ignoró.
Después de unos cuantos minutos de silenciosas y meditabundas miradas a la mujer del sofá, limitó lo que realmente importaba a dos cosas:
La identidad de la mujer de la que se había enamorado aquella semana.
Y si aún podía amarla en el caso de que su historia fuera verdad. O mentira.
—Tú no eres Katie —dijo él por cuarta o quinta vez.
Ella negó con la cabeza con paciencia como si él solamente lo hubiera preguntado una vez.
—Katie murió.
—¿Entonces quién eres tú?
—Janeal.
—Y entonces… ¿la otra mujer?
—Janeal.
—¿Ves el problema que tengo con esto?
—Es una cuestión complicada, lo entiendo.
—Es algo inimaginable. Físicamente imposible. ¿Cómo pasó?
—No lo sé.
—¿Cuándo pasó? Y no me digas que durante el incendio. Quiero saber el momento preciso. Porque no puedo creer que… bueno, no puedo creerme nada, pero no entiendo cómo tú pudiste… abandonar tu cuerpo, o lo que sea que tú le llamas, sin ser consciente de lo que estaba sucediendo.
Katie asintió.
—Tuvo que pasar cuando…
—¿Me estás diciendo que no sabes el momento preciso?
—¿Preciso? No. Pero sentí que algo… sobrenatural ocurría. En el momento en que decidí ayudar a Katie.
Robert no podía contenerse. Soltó una risa burlona.
Ella continuó.
—No puedo explicar por qué fue una decisión tan difícil de tomar, pero la tensión mental…
—La tensión mental es una explicación mucho más razonable de por qué crees que eres Janeal. He tenido experiencias con supervivientes que se sienten culpables…
—No se trata de eso. Y no puedo explicar por qué somos dos las que estamos reclamando ser Janeal. O por qué he simpatizado con alguien que supuestamente me abandonó en mi lecho de muerte.
Robert no tenía réplica para eso.
—Han pasado cosas más difíciles de creer que ésta —dijo ella.
—¿Como qué?
—¿Cómo se abrió el Mar Rojo? ¿Cómo quedó paralizado el sol?
—Historias.
—Verdad.
—Para ti quizá.
Katie suspiró.
—No puedo habérmelo inventado. ¿Por qué me lo inventaría?
—¿Por qué has fingido ser Katie?
—Porque estaba avergonzada de quién había sido, de la parte de mí que no quiso salvarla. Únicamente intenté vivir de la manera en que sabemos que Katie hubiera vivido. Fue un intento de mantener su bondad con vida.
La bondad de Katie era de lo que Robert se había enamorado, de hecho, tanto entonces como ahora.
—Por favor, perdóname por no contártelo en un primer momento —dijo ella—. No sabía cómo hacerlo.
Si ella le hubiera contado la verdad entonces, ¿habría cambiado la naturaleza de la historia salvaje que le estaba contando ahora? No estaba seguro de cuál podía ser la peor ofensa: ocultar la verdad o inventarse una fantástica mentira.
Su teléfono volvió a sonar con la misma furia que la primera vez.
—Creo que eres Katie pero que no quieres admitirlo —dijo él—. Sospecho el por qué.
—Aparte del hecho de que he estado utilizando su nombre los últimos quince años, no tiene sentido.
—Te pareces a Katie.
—¿Cuánto? Piénsalo por un momento, Robert. El cabello es fácil de copiar. Mis ojos podrían ser de cualquier color. El tono de mi piel está dañado. Soy más alta de lo que era Katie. Tú ves lo que quieres ver.
Robert se dio la vuelta y la examinó. Se apoyó contra el alféizar de la ventana y cruzó los tobillos y los brazos. ¿Hasta dónde había observado su cara todos aquellos días? Había hecho suposiciones basándose en su cabello, en su forma de hablar, en sus gestos. Sus ojos habían apuntado a su corazón.
Ella le enseñó el tatuaje derretido en su tobillo.
—Te enseñé esto la mañana de la masacre —le recordó ella—. Janice tiene uno igual. Sólo que el de ella no tiene cicatrices.
Robert se deslizó la mano por el cabello. Había demasiadas cosas que no podía explicar.
—¿Estarías dispuesta a hacerte un análisis de ADN y compararlo con el de Janeal?
Ella asintió.
—¿Crees que ella accederá?
Un test satisfaría su necesidad más apremiante (saber si aquellas dos mujeres eran la misma persona en realidad), pero no existía ciencia capaz de explicarle si su amor era suficientemente resistente a los resultados. Necesitaba tiempo para procesar aquella extraña historia y deseó haberlo sabido antes de haber sugerido la idea de quedarse aquí en Nuevo México.
Cuando el teléfono de Robert sonó la tercera vez cruzó la habitación y lo levantó de la mesa. Harlan Woodman.
—Lukin.
—Robert, tenemos una pista de Sanso. Alguien le ha visto en la I-25 en Las Vegas, y la policía local ha confirmado su descripción en un centro de urgencias. Podrían usar tu experiencia siguiéndole el rastro.
—¿Hace cuánto tiempo?
—Un par de horas.
Robert se golpeó con un muro de agotamiento. Estaba cansado de perseguir a aquel hombre y no le importaba si nunca más volvía a escuchar el nombre de Sanso.
—Deja que me ponga en camino y te devuelvo la llamada —dijo.
Colocó el teléfono en la funda de su cinturón y comenzó a recoger las pocas cosas que había traído consigo. Katie estaba en sintonía con la ventana, pero con el oído pendiente en dirección a los movimientos de Robert.
—Tengo que acercarme a Las Vegas. Eso está… ¿a dos horas de viaje de aquí?
Katie asintió.
—¿Estarás bien aquí sola?
Ella inclinó ligeramente la cara y él vio que estaba llorando.
No podía hacer nada al respecto.
Caminó hacia la entrada detrás del sofá, salió al pasillo que conducía a la parte delantera y se paró.
—Si alguien me hubiera dicho hace una semana que no había sido el único superviviente de la masacre, le hubiera cantado las cuarenta.
Katie bajó la cabeza.
—Ahora estoy aquí de pie y resulta que somos tres. Y hay dos de ti. Hay una parte de mí que piensa que debo estar alucinando. Tal vez yo mismo me lo he inventado todo después de arrestar a Sanso porque meterle en la cárcel no era realmente lo que siempre me esforcé por conseguir. Quizá deseaba algo completamente diferente. Un resultado diferente. Amigos y amantes que resucitaran de la muerte.
Estaba a punto de dejar a un lado una esperanza de carne y hueso o un deseo maldito. No estaba seguro de cuál de los dos.