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Robert corrió agazapado. El campamento no era muy extenso y no podía llevarle mucho llegar hasta el garaje. El mayor problema era que en aquel momento los hombres de Sanso estaban buscando a otros como él, escondidos, con la atención lejos de la matanza y el fuego.

Robert calculaba que Sanso no tendría menos de cuarenta hombres armados con él, y que habrían aparcado sus vehículos en el perímetro del campamento. Aunque en la kumpanía había más de cien personas, casi dos tercios del grupo estaba formado por mujeres y niños. En su conjunto, la comunidad estaba menos organizada y menos armada (eran más pacíficos, en otras palabras) que aquel grupo de gajé criminales.

—¡Janeal! —gritó alguien. Sanso, pensó Robert—. ¡Janeal Mikkado! Tienes algo que me pertenece. ¡Así que yo he tomado algo que te pertenece a ti!

Un disparo escupió guijarros a la pierna de Robert, enganchándose después a la gruesa suela de sus botas de trabajo, causando que se le retorcieran hacia abajo el tobillo y la rodilla. Cayó y rodó, y sintió cómo los fragmentos de cristal que aún tenía asidos del cabello le arañaban el cráneo.

La inercia que le empujaba cesó de golpe cuando su columna topó con la viga de soporte de una tienda. Se le fue la respiración y le llevó unos cuantos segundos hacerla volver. Cuando lo hizo el dolor le atravesó la pierna izquierda y el tobillo.

—¡Janeal Mikkado, tráeme lo que quiero para que tu padre viva!

Robert examinó rápidamente su zapato preguntándose si había sido herido. Una bala de pequeño calibre se le había clavado en la suela de goma, tan caliente que había derretido los materiales evitando así que Robert pudiera extraerla para echar un vistazo más de cerca.

Robert se agazapó otra vez con los dientes apretados por el dolor, y se deslizó por el suelo de madera de la tienda hasta el extremo opuesto, lo que le dio una panorámica del pasillo que se dirigía a la casa de reunión. Las siluetas de dos pistoleros se movían adelante y atrás enfrente de las escaleras, parando cuando vieron a Sanso aproximarse mientras guiaba al cojo rom baro.

—¡Jason!

Los ojos de Robert se desviaron hacia donde provenía la voz. Pertenecía a un hombre que corría por aquel espacio abierto hacia su líder, agitando los brazos y llorando. Robert reconoció inmediatamente al padre de Katie.

—Jason, ¿qué está pasando? ¡Mi Crystal, mis chicos, mi Katie!

Jason trastabilló y Sanso no hizo nada para evitar que se cayese. El padre de Katie gruñó y alcanzó a Jason cuando un disparo partió la noche en dos. El hombre se desmoronó.

Robert dio un grito ahogado.

Una mujer gritó y después dijo «¡Padre!»

Katie.

Katie salió corriendo bajo la luz parpadeante hacia la inmóvil figura. Jason se inclinó sobre sus rodillas tratando de alcanzarla, como rogándole que parase y se apartase.

Robert estaba seguro de que Katie no era consciente de nada más que del horror de lo que había sucedido. Él salió de su escondite para pararla y se encontró de repente erguido en el pasillo entre dos tiendas antes de darse cuenta de lo que había hecho.

—¡Katie, no! —gritó. Una de las oscuras figuras que estaban frente a la casa de reunión levantó su arma.

—¡No! —gritó Robert, una palabra apropiada para todo el mundo al mismo tiempo.

Katie se desplomó sobre su padre cubriendo su espalda como una manta.

El hombre que apuntaba con su arma no disparó y Robert vio entonces que la mano levantada de Sanso se lo había impedido.

El traficante se inclinó sobre la chica llorosa y le agarró la larga cabellera con un puño. Robert dio un paso adelante sin querer. Sanso forzó la cara de Katie a inclinarse hacia él. Ella tenía los ojos muy cerrados y la boca abierta en un lamento.

Sanso le golpeó en la sien.

—Cállate para que pueda verte bien.

Katie cerró la boca pero no abrió los ojos. Seguía llorando tan fuerte que Robert podía oírla.

—Sí, creo que te reconozco —dijo Sanso—. De una foto. Con tu amiga Janeal. ¿Es una buena amiga?

Los hombros de Katie se agitaban.

—Una buena amiga según mis fuentes. Tal vez puedas serme de ayuda. Ponte de pie, vamos. Ponte de pie.

Sanso levantó a Katie por el pelo que aún agarraba en su puño. Katie puso las manos allí también y agarraba los nudillos de él mientras se levantaba sobre sus rodillas y después sobre sus tobillos temblorosos. No abrió los ojos en ningún momento.

—Sí —dijo Sanso. Soltó su cabello como si lo lanzase. Ella se encorvó bajo la fuerza de su empujón y cayó sobre una de sus rodillas—. Sí, ayuda a tu rom baro a levantarse y caminar, ya que es demasiado débil para hacerlo él sólo. Después me ayudarás a mí.

Robert corrió hacia la tienda más cercana protegiéndose detrás del breve aleteo de pasos. Katie deslizó una mano bajo el brazo de Jason para ayudarle a levantarse, pero Robert pudo ver que ella no tenía fuerza. Jason se levantó solo ayudándose de su mano libre.

Robert les podría seguir tan de cerca como le fuera posible, ayudaría cuando no estuviera expuesto, o…

Sonó un crack en la parte de atrás de su cráneo y sintió cómo un trozo de cristal se le clavaba en la piel detrás de su oreja derecha, hincado por algún objeto contundente.

El mundo giró, y sólo se vio capaz de tener un último pensamiento.

¿Dónde estaba Janeal?