57

Al amanecer, Janeal se hizo un ovillo en posición fetal en su camastro, agarrándose los lados de la cabeza, con la cara contra la pared. Parecía que su cerebro estuviera a punto de echar a arder, y no tenía sus pastillas. Robert era un oportunista; le había visto registrando sus cosas y llevándose el bote de pastillas mientras permanecía al otro lado de la ventana. ¿Cuánto tiempo le llevaría ahora averiguar quién era Jane Johnson?

Lo que había pasado la noche anterior estaba tan lejos de lo que había previsto que no podía pensar con claridad. No pudo dormir. Era un zombi andante. Su estómago vacío se le revolvía con sólo pensar en comida. Pero su confusión solamente era temporal. Pronto tendría otro plan.

Sanso había echado abajo su puerta y se había lanzado a través de la ventana abierta, aterrizando a los pies de ella en el mismo momento en que las sirenas iluminaban el camino principal con luces chillonas. No esperó a preguntarle qué iba a hacer; aquel desastre lo tendría que arreglar él solo. Ella corrió hacia la puerta de la terraza del jardín y simuló venir de la biblioteca mientras la casa entera se iluminaba de oficiales y de mujeres asustadas.

Robert se puso en el centro de la actividad. Insistió en estar presente en cada entrevista y también en que Katie no abandonara su lado. Dio permiso para que la policía local hiciera su trabajo mientras él mantuviera su dedo en el pastel como parte autorizada y relevante.

Había mirado fijamente a Janeal durante toda su entrevista de diez minutos. Ella intentaba mantener la cabeza baja y la mirada ausente. Perdió la concentración muchas veces, perdiendo palabras, perdiendo la seguridad y con la única esperanza de dar la impresión de estar traumatizada.

Para Robert, no obstante, creía que daba la impresión de haber hecho una revelación. Sus ojos taladraban el cráneo de ella como rayos láser, haciendo arder su más reciente e inflexible dolor. Sabía que no era Janice, pero aún así no le hizo ni una simple pregunta. ¿Estaba protegiéndola?

Ella podría marcharse ahora, mientras el caos de la tarde se disipaba con el amanecer. Pero si se iba tendría que desaparecer completamente, como la primera vez hacía quince años. Jane Johnson tendría que desaparecer y Janeal Mikkado empezaría una nueva vida otra vez como otra mujer.

¡Después de todo lo que había logrado!

Mientras se intensificaba el dolor de cabeza de Janeal, su odio hacía Katie crecía. El sentimiento de furia que brotaba de Janeal era inesperado e inexplicable. La mujer que se suponía que había muerto en aquel incendio había vivido para devolvérselo todo: los recuerdos de Janeal, el amor verdadero de Janeal, la vida cuidadosamente construida de Janeal.

Katie Morgon tendría que haber estado dos veces muerta ahora.

Escuchó mujeres hablando en voz baja en el pasillo. El desayuno habría terminado ya. El escenario se había despejado hacía dos horas. Janeal se levantó, se sobrepuso a un acceso de náuseas y presionó la oreja contra la puerta. Se pararon justo al otro lado de su cuarto, seguramente porque ocupaban las dos cajas de zapatos de ambos lados.

—… fuera de aquí —dijo una.

—¿Por qué?

—Para evitar que tuviera una crisis nerviosa, supongo. O tal vez porque están preocupados de que alguien tome represalias y vuelva por ella.

—¿Así que van a esconderla?

—Creo que quieren tener un poco de paz. Sé que no querría ver esa mancha de sangre justo en mi puerta.

—Ella es ciega, ¿recuerdas?

—Todavía.

—No puedo creer que casi haya matado a alguien.

—Bueno, es una suerte para ti que lo haya ahuyentado. ¿Quién sabe a cuántas de nosotras, asustadas, hubiera eliminado?

—¿Por qué quieren eliminarla a ella?

—¿Por alguna especie de alto secreto? ¿Cómo voy a saberlo?

Janeal apartó la oreja. Katie se estaba marchando. Y Robert seguramente iría con ella. ¿Quién sabe a dónde habría ido Sanso? Si encontraba a Katie antes que ella, también mataría a Robert. Tenía que moverse con rapidez.

Tan deprisa como pudo bajo el peso de aquel escandaloso dolor de cabeza.

Maldijo a Robert por haberse llevado su auxilio.

En treinta segundos cargó el bolso de mano con sus pocas cosas y salió de la habitación en dirección a la primera clase de la mañana a la que suponía que iba a asistir, y que estaba tres puertas más allá del despacho de Lucille.

Que resultó estar vacío cuando pasó. Paró, se inclinó a través de la entrada y comprobó los ganchos para llaves sobre la librería.

Sólo colgaba una llave bajo la etiqueta Kia.

Janeal la levantó suavemente y la dejó caer en su bolso. Después de que Katie se marchase, ella la seguiría.

***

El sol de la mañana sobrepasaba todavía lo alto de los árboles cuando Robert intentó ayudar a Katie a abrocharse el cinturón en la furgoneta de la Casa de la Esperanza, cerrando después la puerta del copiloto. Ella le arrebató la hebilla de las manos y la abrochó mientras discutía.

—Es innecesario que me saques volando de aquí como si fuera una damisela en apuros.

—Te dije que daría coces —dijo Lucille desde el asiento del conductor.

—Tiene sentido sacarte de aquí —dijo Robert—. No te lo tomes como algo personal. Haría lo que fuera para proteger a cualquiera en tus zapatos.

—¿Y qué pasa si no soy yo la que necesita protección? Él podría haber venido por ti, o por…

—Sanso salió de tu apartamento. Dejó una cuerda al otro lado de la puerta. Te habría asfixiado.

—No podía saber que esa era mi habitación.

Robert cerró la puerta de la furgoneta y se asomó por la ventana abierta.

—Discutiremos más tarde lo que estaba dispuesto a hacer, ¿vale?

Katie frunció el ceño y continuó haciendo girar el anillo de diamantes en su mano como había hecho las últimas horas.

Lucille agarraba el volante con la mirada más suave que Robert le había visto en aquella semana.

—Mis chicos estarán aquí en una hora —le dijo a Lucille—. Necesito ponerles al día en la investigación y después bajaré.

Alargó la mano para meter el pelo de Katie detrás de su oreja, esperando que fuera un gesto reconfortante. Ella se apartó y Robert encontró su irritación encantadora. Era una mujer fuerte.

—Gracias por lo que hiciste anoche.

Él tenía mucho que agradecer ahora que había terminado y había salido ileso.

Ella bajó los ojos y asintió con disimulo.

Lucille se estiró sobre Katie y le dio a Robert un trozo de papel.

—Aquí está la dirección —dijo ella—. No me la llevaría si no pensara que es el mejor lugar para que se quede.

—¿Descansará?

—Descansaré. No hace falta que hablen de mí como si no estuviera.

—Envío a un oficial para que les siga y acampe hasta que yo llegue. No quiero a Katie en ningún lugar cercano a éste.

La expresión de Lucille se endureció.

—Lukin, si has expuesto a mis chicas a un peligro mayor que el que ya han experimentado…

—Te entregaré mi pellejo yo mismo. Trata de no preocuparte, Lucille. Un refugio es el último lugar del mundo en el que le gustaría estar a la mayoría de la gente. Su punto de mira no estará en ustedes.

Robert se giró a Katie.

—Intenta dormir. Vendré lo más pronto que pueda.

Ella asintió y él se apartó de la furgoneta y se inclinó sobre el capó del Kia mientras Lucille arrancaba.

De vuelta en la casa, tomó el primer pasillo, que conducía a la habitación de Janice, y sacó su teléfono móvil. También sacó del bolsillo de su chaqueta el bote de medicinas de Jane Johnson. Se había roto durante su pelea con Sanso y la tapa ya no se ajustaba bien. Pero la etiqueta de la farmacia seguía intacta.

Deseoso de enfrentarse a Janice ahora que la policía local había vuelto a su distrito, llamó a Harlan. Necesitaba más información de esa mujer.

Sanso dijo que era un viejo amor. Aquel era un acertijo que le costaría desentrañar teniendo en cuenta que no había reconocido a Janice. Había salido apenas con media docena de mujeres en los últimos quince años. No se parecía en nada a ninguna de ellas.

Aunque…

Le encontraba algunas similitudes con Janeal Mikkado. Pero podía ser que su mente le estuviera jugando una mala pasada, ¿no? Había sido arrojado de forma violenta a su pasado desde el arresto de Sanso. Quizá aquel era otro de los juegos de Sanso, un truco rastrero y sucio.

—¿Algo que nos dirija a Jane Johnson ya?

—Nuestros chicos de allá afuera me contaron que la dirección que utilizó para alquilar el coche resultó ser falsa, y la tarjeta de crédito está remitida a un apartado de correos en Manhattan. Pero tu amable vecino el farmacéutico ha sido de más ayuda.

Robert golpeó el bote con el dedo, haciendo sonar las píldoras.

—La medicina es para migrañas crónicas. Nuestros chicos de Nueva York fueron a su dirección, un pretencioso apartamento en Broadway, pero nadie contestó. El vecino dijo que la Jane Johnson que vive allí trabaja para la revista All Angles. ¿Alguna vez la has leído?

La mente de Robert ya había abandonado la conversación y había ido a la búsqueda de algo de Brian Hoffer había dicho durante el viaje a la casa. Algo acerca de una publicación que estaba interesada en Katie.

—No creo que la orden de registro cubra una búsqueda en su casa.

—Para nada, de ninguna manera.

—¿Has investigado las oficinas de la revista?

—Sí. Ella es uno de los peces gordos. Su asistente personal dice que está de baja médica. Fuimos a Bethesda para buscar alguna prueba o tratamiento médico, o algo. Estamos buscando.

Bethesda, ni hablar.

—¿Tienes una descripción física?

—Alrededor del metro setenta y cinco, unos sesenta kilos, treinta y dos años. Pelo castaño rojizo, ojos color marrón oscuro. ¿Crees que podría ser tu residente misteriosa?

—El peso y la altura encajan, pero no mucho más. Janice parece mayor.

—Te mandaré una foto a tu teléfono.

—Lo esperaré.

Robert colgó el teléfono y continuó por el pasillo. Era hora de que Janice le explicara unas cuantas cosas.

La puerta estaba abierta cuando llegó. La habitación estaba vacía, no sólo de ella, sino también de sus pocas cosas. Vio que la sábana bajera del colchón estaba descolocada y levantó la esquina de la cama. Un borde desgarrado y un poco del relleno suelto sugerían que habían sacado algo de allí.

Los pantalones que colgaban del lavabo se habían esfumado.

Robert se dirigió a las habitaciones donde tenían lugar las sesiones de la mañana. Pasó junto a Frankie, que llevaba un manojo de ropa de lino bajo el brazo, y le preguntó si había visto a Janice. Negó con la cabeza.

Aula número 1: ninguna Janice.

Tampoco estaba en la biblioteca, donde tenían lugar los otros encuentros.

Robert comprobó la terraza, los baños, la oficina de Katie y de Lucille, y después echó un vistazo por la ventana que daba al aparcamiento. El Kia había desaparecido.

¿Quién lo estaba conduciendo?

Solamente el personal estaba autorizado a conducir los coches comunitarios, y los cinco…

Su teléfono chirrió para alertarle de la llegada de una fotografía. Casi seguro de que el Kia estaba en posesión de Jane Johnson, Robert corrió hacia su camioneta, obligó a las llaves a hacer contacto e hizo girar el camión en un arco inverso que le colocó en el polvoriento camino de bajada de la montaña.

Sujetando su móvil en lo alto del volante, Robert buscó en el menú las opciones para recuperar una nueva foto. Un reloj giratorio indicaba que se estaba cargando. Sus ojos vacilaron hacia la carretera y después volvió a mirar al teléfono.

La pantalla de dos pulgadas no estaba diseñada para imágenes en alta resolución, pero la cara que apareció allí podría haber sido un fax o un sello de correos y la habría reconocido igual. Robert pisó el freno para evitar darse un golpe al final de la curva, después se apartó y paró.

Janeal Mikkado era más hermosa a los treinta y tantos de lo que nunca fue de adolescente, con aquel impresionante cabello rojizo, cayéndole hasta los hombros en la foto. Tenía unos sonrientes ojos marrones, labios carnosos, pómulos amplios. Robert la miró hasta que el modo de ahorro de energía del teléfono apagó la fotografía.

Apretó para que volviese.

¿Cómo había sobrevivido también? ¿Por qué no había tratado de encontrarle?

¿Por qué había cambiado de nombre? Janeal era Jane Johnson…

… quien era Janice.

Que estaba conectada con Salazar Sanso, cosa que él no había podido entender hasta ahora.

Ella los había traicionado a todos. Y lo haría de nuevo para preservar aquel trato que había hecho con el demonio.

Robert dejó que su teléfono se apagara mientras su ira aumentaba. Regresó a la carretera. Ahora veía la similitud entre Janice y la adolescente que había ardido hacía mucho tiempo en su propia mente. Si Janice hubiera sonreído al menos una vez, sus ojos azules artificiales y su apagado color de pelo hubieran aparentado ser el disfraz de Halloween que eran.

Quería llorar y gritar a la vez. Se encontró sin ser capaz de nada más que apretar su teléfono y el volante hasta la extenuación. La camioneta bajó por el camino polvoriento a una velocidad arriesgada.

Abrió el teléfono de nuevo y presionó el número de móvil de Katie, pero no contestó. Dados los sucesos de la noche anterior, Katie probablemente nunca recuperó el teléfono de su cuarto, y Lucille no llevaba ninguno. Las mujeres se habían marchado hacía menos de diez minutos. Comprobó el mapa de Google que Lucille le había impreso. Decía que su destino estaba a veinticuatro minutos de distancia. Aceleró y miró a su teléfono inútil.

Llamó a Harlan de nuevo.

—¿Qué puedes hacer para conseguirme el teléfono móvil de Jane Johnson? —le preguntó.

Harlan no tenía una respuesta rápida.

—¿Alguien del FBI? —insistió Robert.

—Veré lo que puedo hacer —dijo Harlan.

—Tienes diez minutos.

—¡Oye! Que estás hablando con tu superior, amigo —y Harlan se rió a carcajadas. Robert no podía reírse con él—. Entonces no dejes que te entretenga.

Cuando llegó a la Autopista 68 giró en dirección norte hacia Taos, excediendo el límite de velocidad al menos en cuarenta kilómetros por hora. Si tenía suerte la patrulla de tráfico estaría en cualquier otro lugar hoy.

Esperaba y esperaba que Lucille fuera una fiel cumplidora de la ley y que Janeal las estuviera siguiendo a una distancia que a él le ayudase a encontrarla antes de que atrapara a Katie. Estaba suficientemente claro que Janeal la estaba persiguiendo. La única pregunta que no podía resolver era el porqué.

Esperó a que sonase su teléfono, dudando de que Harlan fuera capaz de ponerle en contacto con Janeal a tiempo.