933.
Esta última afirmación era bastante dudosa; sencillamente no podía ser cierto que Vietnam del Norte fuese el único país en la historia que se mostrase indiferente a cualquier cálculo de ventajas y desventajas. Desde luego, su umbral de sufrimiento era más alto que el de casi todos los demás países; sin embargo, tenía un umbral. En lo último en que Hanoi estaba interesado era en lo que pudiera obtenerse de las negociaciones, y sin embargo, la hipérbole de Cronkite tenía un gran elemento de verdad: el punto de ruptura de Hanoi era claramente superior al de los Estados Unidos.
The Wall Street Journal, hasta entonces partidario del gobierno, también cambió de bando y preguntó, en un alarde retórico, si los acontecimientos «no estaban pulverizando nuestros objetivos originales, tan dignos de elogio [...]. Si no quedara prácticamente nada de gobierno o de nación, ¿qué habrá que salvar para qué?». El Journal consideraba que «el pueblo norteamericano debería irse preparando para aceptar, si no lo ha hecho todavía, la perspectiva de que todo el esfuerzo realizado en Vietnam esté condenado a la derrota»934. El 10 de marzo, la NBC concluyó un programa especial sobre Vietnam con lo que ya estaba volviéndose un estribillo común: «Dejando de lado todos los demás argumentos, ha llegado el momento en que debemos decidir si vale la pena destruir Vietnam para salvarlo.»935 La revista Time se unió al coro el 15 de marzo: «El año de 1968 ha hecho comprender que la victoria en Vietnam —o siquiera un acuerdo favorable— simplemente puede estar fuera del alcance de la mayor potencia mundial.»936
Unos senadores importantes entraron en liza. Mansfield declaró: «Estamos donde no debiéramos estar y entablamos un tipo de guerra que no es el nuestro.»937 Fulbright planteó la pregunta sobre «la autoridad del gobierno para extender la guerra sin el consentimiento del Congreso y sin ningún debate o consideración por el Congreso»938.
Bajo el peso de tales ataques, Johnson cedió. El 31 de marzo de 1968, anunció una paralización parcial y unilateral de los bombardeos en la zona situada al norte del paralelo 20, a la que seguiría una paralización total en cuanto empezaran las negociaciones. Indicó que no se enviarían más refuerzos importantes a Vietnam, y repitió su trillada frase de que «nuestro objetivo en Vietnam del Sur nunca ha sido la aniquilación del enemigo»939. Seis semanas después de que Hanoi violara un alto el fuego formal lanzando un ataque devastador contra las instalaciones norteamericanas y matando a millares de civiles en Hue, Johnson invitó a los gobernantes de Hanoi a participar en el desarrollo económico del sureste de Asia, lo que constituía una transparente insinuación de un programa de ayuda económica. También anunció que no se presentaría a la reelección. El presidente que había enviado 500.000 hombres al sureste de Asia le dejaría el problema a su sucesor.
Esa fue una de las decisiones presidenciales más importantes del período de posguerra. Si Johnson no hubiese hecho esta dramática renuncia, podría haber luchado por la elección sobre la cuestión de Vietnam y habría obtenido un mandato popular, en un sentido u otro. Si su salud no le permitía arriesgarse a un segundo período, Johnson debió haber mantenido la presión sobre Hanoi durante el resto de su mandato, dejando así a su sucesor las mejores opciones posibles para la decisión a la que después de la elección llegaran él y el Congreso. Dada la debilidad de Hanoi después de la Ofensiva del Tet, una política de presión en 1968 casi seguramente habría proporcionado un marco adecuado para la negociación mucho mejor que el que finalmente surgió.
Pero al deseslabonar la guerra, renunciar a su candidatura y ofrecer negociaciones simultáneamente, Johnson combinó todas las desventajas. Sus potenciales sucesores compitieron en promesas de paz, pero sin definir las condiciones. Se creó así la situación que haría inevitable una desilusión pública en cuanto se empezara a negociar. Hanoi había obtenido un cese de los bombardeos a cambio de conversaciones esencialmente preliminares, y recibió la oportunidad de restaurar su infraestructura en el Sur, aunque con personal norvietnamita. No tenía ningún incentivo para ponerse de acuerdo con Johnson, y en cambio sí todas las tentaciones para repetir la misma prueba de fuerza con su sucesor.