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Mi propia y breve relación con De Gaulle fue una directa introducción a sus principios. Nuestro primer encuentro ocurrió durante la visita de Nixon a París, en marzo de 1969. En el Palacio del Eliseo, donde De Gaulle era el anfitrión de una numerosa recepción, un ayudante de campo me localizó entre la gente para decirme que el presidente de Francia deseaba hablarme. Un tanto atemorizado, me aproximé a la imponente figura. Al verme, él se apartó del grupo que lo rodeaba y, sin una palabra de saludo o de ceremonia, me espetó esta pregunta: «¿Por qué no se salen de Vietnam?» Repliqué, con cierta timidez, que una retirada unilateral dañaría la credibilidad de los Estados Unidos. De Gaulle no se dejó impresionar y me preguntó dónde ocurriría esa pérdida de credibilidad. Cuando le dije que en Oriente Medio, su altivez se volvió melancolía y observó: «¡Qué extraño! Yo creía que era precisamente en Oriente Medio donde sus enemigos estaban teniendo problemas de credibilidad.»
Al día siguiente, después de una reunión con el presidente de Francia, Nixon me pidió opinión sobre la presentación que había hecho De Gaulle de su visión de una Europa compuesta por naciones-Estado: la célebre «Europe de patries». Con verdadera temeridad, pues a De Gaulle no le gustaba discutir con ayudantes, o, mejor dicho, encontrarse siquiera en presencia de ayudantes, me atreví a preguntar cómo se proponía Francia impedir que Alemania dominara a la Europa que De Gaulle acababa de describir. Manifiestamente, De Gaulle no consideró que la pregunta mereciese una respuesta extensa. «Par la guerre» («Por medio de la guerra»), respondió tajantemente... ¡sólo seis años después de haber firmado un tratado de amistad permanente con Adenauer!
El estilo de diplomacia, altivo e intransigente, de De Gaulle estuvo dominado por su obsesiva devoción por el interés nacional de Francia. Mientras que los gobernantes de los Estados Unidos anteponían a todo la asociación, De Gaulle subrayó la responsabilidad de los Estados que debían velar por su propia seguridad. Mientras que Washington deseaba asignar una parte de la tarea general a cada miembro de la Alianza, De Gaulle creía que semejante división del trabajo relegaría a Francia a un papel secundario y destruiría su sentido de identidad:
Es intolerable que un gran Estado confíe su destino a las decisiones y la acción de otro Estado, por muy buen amigo que éste sea [...]. El país integrado pierde interés en su defensa nacional al no ser responsable de ella