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Pero Hamilton representaba a una minúscula minoría. La abrumadora mayoría de los dirigentes norteamericanos estaba tan convencida entonces como lo está hoy de que los Estados Unidos tienen la responsabilidad especial de difundir sus valores como contribución a la paz mundial. Entonces, como ahora, los desacuerdos se relacionaban con el método. ¿Debían los Estados Unidos promover activamente la difusión de las instituciones libres como objetivo principal de su política exterior? ¿O debían confiar en la repercusión de su ejemplo?
La opinión predominante en los primeros días de la República de los Estados Unidos de América era que lo mejor que podía hacer Norteamérica para servir a la democracia era practicar sus virtudes en su propio país. En palabras de Thomas Jefferson, «un gobierno republicano justo y sólido» en los Estados Unidos sería «el duradero monumento y ejemplo» para todos los pueblos del mundo9. Un año después, Jefferson volvió al tema de que, en efecto, los Estados Unidos estaban «actuando en nombre de toda la humanidad»:
[...] esas circunstancias negadas a otros, pero concedidas a nosotros, nos imponen el deber de probar cuál es el grado de libertad y de autogobierno que una sociedad puede aventurarse a permitir a sus miembros en lo individual