875.
Ante todo, esa guerra haría desvanecerse el gran sueño del viejo guerrero en su último año en el cargo: organizar una cumbre con los sucesores de Stalin, «planeada para mostrar claramente a los rusos todas las implicaciones de la fuerza de Occidente, y convencerlos de la locura de la guerra»876 (véase el capítulo veinte).
Por entonces había pasado tanto tiempo que, cualquiera que fuese la decisión de Gran Bretaña, la Acción Unida ya no podía salvar a Dien Bien Phu, que cayó el 7 de mayo, mientras los diplomáticos estaban discutiendo sobre Indochina en Ginebra. Como a menudo ocurre cuando se invoca la seguridad colectiva, la Acción Unida había resultado un buen pretexto para no hacer nada.
El debate por la intervención en Dien Bien Phu mostró, ante todo, la confusión que empezaba a surgir en la política sobre Vietnam y la creciente dificultad de reconciliar el análisis geopolítico con la doctrina estratégica y la convicción moral. Si fuera cierto que una victoria comunista en Indochina haría que las piezas de dominó cayeran, desde Japón hasta Indonesia, como predijo Eisenhower en su carta a Churchill y en una conferencia de prensa del 7 de abril, los Estados Unidos tendrían que trazar un límite, cualquiera que fuese la reacción de otros países, sobre todo porque la contribución militar de los potenciales participantes en la Acción Unida habría sido casi exclusivamente simbólica. Aunque era preferible la acción colectiva, sin duda no era requisito indispensable para la defensa del equilibrio global, si esto era, en realidad, lo que estaba en juego. Por otra parte, casi al mismo tiempo que el gobierno norteamericano estaba intentando organizar la acción colectiva, ya había cambiado su doctrina militar por la de «represalia masiva». Proponer un ataque al causante de la agresión significaba, en la práctica, que una guerra por Indochina sería dirigida contra China. Sin embargo, no había una base moral o política para lanzar un ataque aéreo a un país que sólo indirectamente estaba participando en la guerra de Vietnam, y por una causa que Churchill había dicho a Radford que le parecía demasiado secundaria y peligrosa para poder sostenerla largo tiempo ante la opinión pública de Occidente.
No cabe duda de que a los sucesores de Stalin en el Kremlin les habría horrorizado, en su primer año en el poder, tener que enfrentarse a los Estados Unidos a causa de China. Sin embargo, los generales de los Estados Unidos fueron incapaces de describir los blancos o el probable resultado de una represalia masiva contra China (o dentro de Indochina, para el caso), y puesto que la independencia de Indochina aún no pasaba de ser un plan, no había una base realista para intervenir. Eisenhower postergó prudentemente el choque hasta que pudiese organizar las diversas corrientes del enfoque norteamericano. Por desgracia, estas aún no estaban organizadas diez años después, cuando los Estados Unidos, olvidando la enormidad de la empresa, abordaron con soberana confianza la tarea en que Francia había fracasado de manera tan ignominiosa.
Como la Unión Soviética y China temían la intervención norteamericana, la diplomacia de Eisenhower y de Dulles de hacer amenazas implícitas ayudó a dar a la Conferencia de Ginebra un resultado que, en apariencia, fue mucho mejor de lo que justificaba la situación militar. Los Acuerdos de Ginebra de julio de 1954 establecían la división de Vietnam a lo largo del paralelo 17. Para dejar el camino abierto a la unificación, la división no fue descrita como una «frontera política», sino como un acuerdo administrativo para facilitar el reagrupamiento de fuerzas militares antes de unas elecciones que se efectuarían, bajo vigilancia internacional, en un plazo de dos años. Todas las fuerzas extranjeras se retirarían de los tres Estados indochinos en un plazo de trescientos días; las bases extranjeras y las alianzas con otros países quedaban proscritas.
Sin embargo, catalogar las diversas cláusulas produce una impresión engañosa sobre la formalidad y la severidad de los Acuerdos de Ginebra. Había muchos firmantes de diversas partes del acuerdo, pero no partes contratantes y, por tanto, ninguna «obligación colectiva»877. Más adelante, Richard Nixon resumiría así este batiburrillo: «En la conferencia se reunieron nueve países e hicieron seis declaraciones unilaterales, tres acuerdos bilaterales de alto el fuego y una declaración sin firmar.»878
Todo se redujo a un modo de poner fin a las hostilidades, dividir Vietnam y confiar al futuro el resultado político. Los analistas aficionados suelen mencionar la ambigüedad de tales acuerdos como prueba de la confusión o de la duplicidad de los negociadores, acusación que después también se haría contra los Acuerdos de Paz de París de 1973. Sin embargo, las más de las veces los documentos ambiguos como los Acuerdos de Ginebra reflejan la realidad; resuelven lo que es posible resolver, con pleno conocimiento de que mayores precisiones tendrán que aguardar a nuevos acontecimientos. A veces, el interludio permite que surja una nueva configuración política sin ningún conflicto; a veces, el conflicto vuelve a estallar, obligando a cada uno de los bandos a revisar sus ofertas.
En 1954, se llegó a un incómodo estancamiento, que ninguna de las partes estaba aún en posición de romper. Tan poco tiempo después de la muerte de Stalin, la Unión Soviética no estaba dispuesta a un enfrentamiento, y sólo tenía un interés marginal en el sureste de Asia; China temía otra guerra con los Estados Unidos, menos de un año después de terminado el conflicto coreano (sobre todo, a la luz de la nueva doctrina norteamericana de represalia masiva); Francia estaba a punto de retirarse de la región; los Estados Unidos carecían de una estrategia y del apoyo de la opinión pública necesarios para emprender una intervención, y los comunistas vietnamitas aún no eran lo bastante fuertes para continuar la guerra sin aprovisionamiento externo.
Al mismo tiempo, nada de lo que se logró en la Conferencia de Ginebra modificó las ideas básicas de los protagonistas. El gobierno de Eisenhower seguía firme en su convicción de que Indochina era la clave del equilibrio del poder asiático (y tal vez del global); tampoco había renunciado definitivamente a toda intervención militar, sino tan sólo a la intervención junto a la Francia colonialista. Vietnam del Norte no había abandonado su objetivo de unificar Indochina bajo un gobierno comunista, por el cual sus gobernantes llevaban dos décadas de lucha. El nuevo gobierno soviético continuó declarando que estaba comprometido con la lucha de clases internacional. En materia de doctrina, el más radical de los países comunistas era China aunque, como se supo varias décadas después, en general hacía pasar sus convicciones ideológicas por el prisma de su propio interés. El concepto chino de interés nacional le hacía mostrarse sumamente ambigua ante la perspectiva de tener una gran potencia, aunque fuera comunista, ante su frontera meridional, lo que sería el resultado inevitable de la unificación de Indochina bajo un régimen comunista.
Dulles maniobró hábilmente a través de esta maraña. Casi con certeza, él prefería la intervención militar y la destrucción del comunismo, incluso en el Norte. Por ejemplo, el 13 de abril de 1954, declaró que el único resultado «satisfactorio» sería una completa retirada de Indochina de los comunistas879. En cambio, asistió a una conferencia cuyo único resultado posible habría sido dar una apariencia de legitimidad al gobierno comunista de Vietnam del Norte, el cual, a su vez, propagaría la influencia comunista por toda Indochina. Con la facha de «un puritano en una casa de mala nota»880, Dulles trató de llegar a un acuerdo que, aunque «fuese algo de lo que después tendríamos que reírnos», también estuviese «libre de la mancha del colonialismo francés»881. Por primera vez en el devenir de la participación norteamericana en Vietnam, el análisis estratégico y la convicción moral coincidieron. Dulles dijo que el objetivo norteamericano era colaborar a «adoptar decisiones que ayudaran a las naciones de esa región a gozar en paz de integridad territorial y de independencia política con gobiernos libres y estables, y con la oportunidad de desarrollar sus economías»882.
La dificultad inmediata era, desde luego, que los Estados Unidos se habían negado a participar oficialmente en la Conferencia de Ginebra. Trataron de estar a la vez presentes y ausentes; lo suficiente para apoyar sus principios y, sin embargo, lo bastante lejos para evitar el oprobio local por haber abandonado a algunos de ellos. La indecisión norteamericana quedó muy bien expresada en una declaración final, según la cual los Estados Unidos «tomaban nota» de las declaraciones finales y no hacían «ninguna amenaza ni uso de la fuerza para alterarlas». Al mismo tiempo, la declaración advertía que «verían toda renovación de la agresión que violara los mencionados acuerdos con gran preocupación y como una grave amenaza a la paz y la seguridad internacionales»883. No conozco ningún otro ejemplo, en la historia de la diplomacia, de una nación que garantice un acuerdo que se ha negado a firmar y acerca del cual ha expresado tan graves reservas.
Dulles no había logrado impedir la consolidación comunista de Vietnam del Norte, pero sí esperaba evitar que las fichas de dominó cayeran en todo el resto de Indochina. Ante lo que él y Eisenhower concebían como los males gemelos del colonialismo y del comunismo, había abandonado el colonialismo francés y en adelante sería libre de concentrarse en contener el comunismo. Consideraba que el mérito de Ginebra era la creación de un marco político que armonizaría los objetivos políticos y militares de los Estados Unidos y que crearía la base jurídica para oponerse a nuevas maniobras de los comunistas.
Por su parte, los comunistas estaban preocupados por establecer su sistema de gobierno al norte del paralelo 17, tarea que emprendieron con su característica barbarie, matando al menos a 50.000 personas y mandando a otras 100.000 a campos de concentración. Entre 80.000 y 100.000 guerrilleros comunistas marcharon al Norte, mientras un millón de norvietnamitas huía a Vietnam del Sur, donde los Estados Unidos encontraron en Ngo Dinh Diem a un gobernante al que, les pareció, podían apoyar. Sus antecedentes nacionalistas eran impecable, aunque fue una lástima que su devoción por la democracia no resultara su punto fuerte.
La sabia decisión de Eisenhower de no dejarse enredar en Vietnam en 1954 resultó ser táctica y no estratégica. Después de los Acuerdos de Ginebra, él y Dulles siguieron convencidos de la decisiva importancia estratégica de Indochina. Mientras el país se escindía, Dulles dio los últimos toques al mismo marco de seguridad colectiva que había fracasado a comienzos del año. La Organización del Tratado del Sureste de Asia (SEATO), que surgió en septiembre de 1954, estaba compuesta, además de los Estados Unidos, por Pakistán, Filipinas, Tailandia, Australia, Nueva Zelanda, el Reino Unido y Francia. Lo que le faltaba era un objetivo político común o un medio de apoyo mutuo. De hecho, los países que se negaron a participar en la SEATO eran más importantes que sus miembros: la India, Indonesia, Malasia y Birmania prefirieron buscar su seguridad en la neutralidad; y los Acuerdos de Ginebra les vedaban el ingreso a los tres Estados indochinos. En cuanto a los aliados europeos de los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, no era probable que aceptaran correr riesgos por una región de la que hacía tan poco tiempo habían sido expulsados. De hecho, Francia, y en menor grado Gran Bretaña, casi ciertamente ingresaron en la SEATO para contar con un veto contra lo que consideraban posibles acciones precipitadas de los Estados Unidos.
Las obligaciones formales inherentes a la SEATO eran un tanto indefinidas. El Tratado, que pedía a sus signatarios hacer frente a un «peligro común» mediante sus «procesos constitucionales», no establecía normas para definir ese peligro común ni reunía aparato suficiente para emprender una acción común, como sí lo hacía la OTAN. No obstante, la SEATO sirvió al propósito de Dulles puesto que aportó un marco jurídico para la defensa de Indochina. Por ello, de manera bastante extraña, la SEATO se mostró más explícita acerca de la agresión comunista contra las tres naciones de Indochina, que no podían ingresar, según los Acuerdos de Ginebra, que con respecto a un ataque comunista a los signatarios. Un protocolo separado declaraba que toda amenaza a Laos, Camboya y Vietnam del Sur sería adversa a la paz y seguridad de los firmantes, con lo cual, de hecho, ofrecía una garantía unilateral884.
Entonces, todo dependía de si los nuevos Estados de Indochina, especialmente Vietnam del Sur, podían convertirse en naciones que funcionaran satisfactoriamente. Ninguno de ellos había sido gobernado nunca como entidad política dentro de sus fronteras. Hue era la vieja capital imperial. Los franceses habían dividido Vietnam en tres regiones —Tonkín, Annam y Cochinchina— gobernadas desde Hanoi, Hue y Saigón, respectivamente. El área que rodeaba Saigón y el delta del Mekong sólo había sido colonizada por los vietnamitas en fecha relativamente reciente, en el siglo XIX, por la misma época en que llegaron los franceses. Las autoridades que había consistían en una combinación de servidores civiles preparados por los franceses y todo un laberinto de sociedades secretas, las llamadas sectas, algunas de las cuales tenían filiación religiosa, pero todas se mantenían a sí mismas y conservaban su condición autónoma exprimiendo a la población.
Diem, el nuevo gobernante, era hijo de un funcionario de la corte imperial de Hue. Educado en escuelas católicas, durante unos cuantos años fue funcionario de la administración colonial de Hanoi, pero renunció cuando los franceses se negaron a aplicar algunas de las reformas que él propuso. Pasó las dos siguientes décadas como erudito-recluso en su propia patria o en el exilio, sobre todo en los Estados Unidos, rechazando ofertas de japoneses, comunistas y gobernantes vietnamitas apoyados por los franceses para que participara en sus diversos gobiernos.
Los caudillos de los llamados movimientos liberadores no son, habitualmente, personalidades democráticas. Durante años de exilio y de cárcel se nutren con visiones de la transformación que harán en cuanto lleguen al poder. Pocas veces son humildes; si lo fueran, no serían revolucionarios. Instalar un gobierno que haga prescindible a su jefe, la esencia misma de la democracia, les parece a casi todos ellos una contradicción de términos. Los dirigentes de las luchas por la independencia tienden a ser héroes, y en general los héroes no suelen ser agradable compañía.
Las características de la personalidad de Diem incluían, así mismo, la tradición política confuciana de Vietnam. A diferencia de la teoría democrática, que considera que la verdad surge del choque de las ideas, el confucionismo sostiene que la verdad es objetiva y sólo se la puede descubrir mediante un asiduo estudio y una educación que está al alcance de muy pocos. Su búsqueda de la verdad no considera que las ideas opuestas puedan tener el mismo mérito, como lo hace la teoría democrática. Dado que sólo hay una verdad, lo que no es cierto no puede tener un lugar, ni ser mejorado mediante la competencia. El confucionismo es esencialmente jerárquico y elitista, y subraya la lealtad a la familia, las instituciones y la autoridad. Ninguna de las sociedades influidas por el confucionismo ha producido un sistema pluralista que funcione (Taiwán, en los años noventa, es lo que más ha llegado a parecérsele).
En 1954, Vietnam del Sur tenía pocas bases para ganarse la categoría de nación, y menos aún para la democracia. Sin embargo, ni la evaluación estratégica de los Estados Unidos ni su idea de que había que salvar a Vietnam del Sur mediante una reforma democrática tuvieron en cuenta estas realidades. Con el entusiasmo del neófito, el gobierno de Eisenhower se lanzó de cabeza a defender Vietnam del Sur contra la agresión comunista y a formar una nación, capacitando a una sociedad cuya cultura era muy distinta de la norteamericana, para que conservara su recién descubierta independencia y practicara la libertad al estilo norteamericano.
Dulles había pedido apoyar a Diem, por la razón de que era «el único disponible». En octubre de 1954, Eisenhower hizo de la necesidad una virtud, y escribió a Diem prometiéndole ayuda que dependería de los niveles de «desempeño [...] al emprender las reformas necesarias». La ayuda norteamericana iría «combinada» con un Vietnam independiente «dotado de un gobierno fuerte [...] tan sensible a las aspiraciones nacionalistas de su pueblo» que se ganara el respeto nacional e internacional885.
Durante unos cuantos años todo pareció encajar en su lugar. Al término del mandato de Eisenhower, los Estados Unidos habían ayudado a Vietnam del Sur por un importe superior a los 1.000 millones de dólares; ahí se encontraba un equipo norteamericano de 1.500 personas; la embajada de los Estados Unidos en Saigón era una de las más grandes del mundo. El Grupo de Asesores Militares de los Estados Unidos, constituido por 692 miembros, había rebasado los límites de personal militar extranjero establecidos por los Acuerdos de Ginebra886.
Contra todo lo esperado y con enorme apoyo de la información norteamericana, Diem suprimió las sociedades secretas, saneó la economía y logró establecer un control central, unos logros asombrosos que fueron bien recibidos en los Estados Unidos. Después de una visita a Vietnam en 1955, el senador Mike Mansfield informó que Diem representaba el «nacionalismo auténtico» y que había tomado «la que era la causa perdida de la libertad y le había insuflado nueva vida»887. El senador John F. Kennedy confirmó los dos pilares de la política norteamericana en Vietnam, seguridad y democracia, diciendo que este país no sólo era «piedra angular del arco» de la seguridad en el sudeste de Asia, sino también «campo de prueba para la democracia en Asia»888.
Los hechos pronto revelaron que los Estados Unidos habían estado celebrando sólo una tregua de la presión comunista y no un logro permanente. La suposición norteamericana de que su democracia era fácilmente exportable resultó errónea. En Occidente, el pluralismo político ha prosperado entre sociedades unidas donde un poderoso consenso social lleva el tiempo suficiente para permitir una tolerancia a la oposición sin amenazar la supervivencia del Estado. Pero donde todavía hay que crear una nación, la oposición puede parecer una amenaza a la existencia nacional, especialmente donde no hay una sociedad civil que constituya una red de seguridad. En estas condiciones, la tentación es fuerte, a menudo irresistible, y se equipara oposición con traición.
Todas estas tendencias se intensifican en una guerra de guerrillas, pues la estrategia de los guerrilleros consiste en socavar sistemáticamente toda cohesión que las instituciones gobernantes hayan logrado. En Vietnam, la actividad guerrillera nunca había cesado, y en 1959 se intensificó. El primer objetivo de los guerrilleros es impedir la consolidación de instituciones estables y legítimas. Sus blancos predilectos son los mejores y los peores funcionarios de gobierno. Atacan a los peores para ganarse las simpatías populares al «castigar» a funcionarios corrompidos u opresores, y atacan a los mejores porque ésta es la manera más eficaz de impedir que el gobierno obtenga legitimidad y de evitar que se cree un servicio nacional eficiente.
Al llegar 1960, cada año eran asesinados cerca de 2.500 funcionarios de Vietnam del Sur889. Sólo un número pequeño de los más eficientes, y un porcentaje mucho mayor de los más corrompidos, correría semejantes riesgos. En la pugna entre la creación de una nación y el caos, entre la democracia y la represión, los guerrilleros disfrutaban de una ventaja enorme. Aunque Diem hubiera sido un reformador dispuesto a seguir el modelo norteamericano, puede dudarse de que hubiese ganado en la desigual carrera entre el tiempo necesario para lograr la reforma y el tiempo suficiente para provocar el caos. Desde luego, aunque su patria no se hubiese visto envuelta en una guerra de guerrillas, Diem no habría demostrado ser un gobernante considerablemente más democrático. Siendo mandarín, tenía por modelo al gobernante confuciano que gobernaba por virtud y no por consenso, y que lograba la legitimidad (el llamado mandato del cielo) por su triunfo. Diem retrocedía por instinto ante el concepto de oposición legítima, como lo han hecho todos los gobernantes al estilo chino desde Beijing hasta Singapur, y casi todos los gobernantes del sureste de Asia que se han enfrentado a dificultades internas mucho menos graves. Durante un tiempo, lo que Diem logró al edificar una nación ocultó el lento ritmo de la reforma democrática. Sin embargo, al deteriorarse la seguridad dentro de Vietnam del Sur los conflictos latentes entre los valores norteamericanos y las tradiciones survietnamitas fueron cada vez más profundos.
Pese a la formación del ejército survietnamita, patrocinada por los norteamericanos, la situación de la seguridad iba empeorando cada vez más. Los militares norteamericanos eran impulsados por esa confianza en sí mismos que también caracterizó a los reformadores políticos de los Estados Unidos. Unos y otros estaban convencidos de que, de algún modo, habían descubierto la receta infalible del éxito en un país dividido por pugnas que, geográfica y culturalmente, estaba muy lejos de los Estados Unidos. Siguieron adelante con su afán de crear un ejército vietnamita que fuese como una réplica del suyo propio. Las fuerzas armadas norteamericanas se habían creado para combatir en Europa; su única experiencia en el mundo en desarrollo había sido en Corea, donde su labor consistió en combatir contra un ejército convencional, cruzando una línea de demarcación (internacionalmente reconocida) entre una población que, en general, le había dado su apoyo: situación muy similar a la que los estrategas militares habían previsto que ocurriría en Europa. Pero en Vietnam la guerra carecía de líneas bien definidas; el enemigo, abastecido desde Hanoi, no defendía nada y en cambio atacaba indiscriminadamente; estaba, a la vez, por doquier y en ninguna parte.
Desde el momento en que el establishment militar norteamericano llegó a Vietnam, empezó a aplicar su conocido método de guerra: el desgaste basado en la potencia de fuego, la mecanización y la movilidad. Todos estos métodos eran inaplicables en Vietnam. El ejército survietnamita, adiestrado por los norteamericanos, pronto se encontró en la misma trampa en que estuviera una década antes la fuerza expedicionaria francesa. Como mejor funciona el sistema de desgaste es contra un adversario que se ve obligado a defender un sitio vital. Pero los guerrilleros rara vez tienen un lugar que defender. La mecanización y la organización en divisiones hicieron que el ejército vietnamita fuera casi inútil en la lucha por su propia patria.
En aquellos primeros días de la intervención norteamericana en Vietnam, la guerra de guerrillas aún estaba comenzando, y el problema militar todavía no era tan predominante. Por tanto, pareció que se estaban logrando auténticos progresos. Sólo a finales del gobierno de Eisenhower Hanoi intensificó la guerra de guerrillas, y aún pasaría algún tiempo antes de que los norvietnamitas pudiesen implantar un sistema logístico capaz de abastecer una generalizada guerra de guerrillas. Para lograrlo, invadieron Laos, nación pequeña, pacífica y neutral, mediante lo cual construyeron lo que después sería conocido como el Sendero de Ho Chi-Minh.
Cuando Eisenhower se preparaba para dejar la presidencia, su principal preocupación era, en realidad, Laos. En Waging Peace dijo que este país era la base de la «teoría del dominó»:
[...] la caída de Laos en manos del comunismo podría significar la ulterior caída —como una hilera de fichas de dominó— de sus vecinos, aún libres: Camboya y Vietnam del sur y, con toda probabilidad, Tailandia y Birmania. Esa cadena de acontecimientos allanaría el camino a la toma de todo el sureste de Asia por los comunistas