Esta amarga declaración de fe fue el equivalente funcional de la afirmación de Richelieu de que, puesto que el alma es inmortal, el hombre debe someterse al juicio de Dios, pero los Estados, siendo mortales, sólo pueden ser juzgados por lo que funcione bien. Bismarck, como Richelieu, no rechazó las opiniones morales de Gerlach como artículos personales de fe; probablemente las compartía en su mayor parte, pero sí negó que fuesen aplicables a los deberes del estadista al distinguir entre la creencia personal y la Realpolitik:
Yo no busqué el servicio del rey [...] El Dios que inesperadamente me puso en él quizá me mostrará el camino, en vez de dejar perecer mi alma. Yo exageraría extrañamente el valor de esta vida [...] si no estuviera convencido de que dentro de treinta años no me importarán los triunfos políticos que yo o mi país hayamos logrado en Europa. Hasta puedo pensar que algún día unos «jesuitas incrédulos» gobernarán la Marca de Brandeburgo [el corazón de Prusia] con un absolutismo bonapartista [...] Soy hijo de diferentes tiempos que vos, pero tan de corazón de los míos como vos de los vuestros