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Ningún Estado europeo había visto jamás en acción semejante mecanismo, ni podía creer en su viabilidad. En todo caso, era pedir demasiado a Francia, que había perdido tanta sangre y riquezas sólo para encontrarse frente a un vacío en la Europa oriental y frente a una Alemania cuya fuerza era muy superior a la suya
Por consiguiente, para Francia, la Sociedad de Naciones sólo tenía un propósito: activar la ayuda militar contra Alemania, en caso de que fuera necesario. Un país antiguo y ya desangrado como Francia no podía confiar en la premisa básica de la seguridad colectiva, en que todas las naciones juzgarían las amenazas de igual modo o que, en caso de hacerlo, llegarían a conclusiones idénticas sobre cómo oponérsele. Si fallaba la seguridad colectiva, los Estados Unidos, y tal vez Gran Bretaña, siempre podrían, en última instancia, defenderse por sus propios medios. Mas para Francia no había última instancia; su juicio había de ser atinado desde el principio porque si resultaba errónea la suposición básica de la seguridad colectiva, Francia, a diferencia de los Estados Unidos, no podría entablar otra guerra tradicional, sino que probablemente dejaría de existir. Por tanto, Francia no estaba buscando una seguridad general, sino una garantía aplicable a sus circunstancias específicas. Pero la delegación norteamericana se negaba resueltamente a concedérsela.
Aunque, ante las presiones de su patria, fuera comprensible la renuencia de Wilson a comprometer a los Estados Unidos más que con una declaración de principios, esto intensificó los presentimientos de Francia. Los Estados Unidos nunca habían vacilado en aplicar la fuerza como apoyo a la Doctrina Monroe, que Wilson invocaba constantemente como modelo de su nuevo orden internacional. Sin embargo, retrocedían cuando se planteaba la cuestión de las amenazas alemanas al equilibrio del poder europeo. ¿No significaba esto que el equilibrio europeo tenía para la seguridad de los Estados Unidos menos interés que las condiciones imperantes en el continente americano? Para suprimir esta distinción, el representante francés en el comité correspondiente, Léon Bourgeois, no dejó de presionar, exigiendo la creación de un ejército internacional o cualquier otro mecanismo que diera a la Sociedad de Naciones una maquinaria de aplicación automática en caso de que Alemania revocara el acuerdo de Versalles, única causa de guerra que interesaba a Francia.
Por un momento, Wilson pareció apoyar el concepto, refiriéndose al pacto propuesto como una garantía de los «títulos de propiedad sobre el planeta»303. Pero el séquito de Wilson quedó horrorizado. Sus integrantes sabían que el Senado jamás ratificaría la creación de un ejército internacional o de un compromiso militar permanente. Un asesor de Wilson llegó a argumentar que una cláusula que estipulara el uso de la fuerza contra la agresión sería anticonstitucional:
Una objeción considerable a semejante cláusula es que sería nula si estuviera contenida en un tratado de los Estados Unidos, puesto que el Congreso, según la Constitución, tiene la facultad de declarar la guerra. Una guerra que surgiera automáticamente de una situación ulterior, como consecuencia de una cláusula del tratado, no es una guerra declarada por el Congreso