CAPÍTULO VEINTITRÉS
El ultimátum de Jruschov: la crisis de Berlín, 1958-1963
En la Conferencia de Potsdam, los tres vencedores habían decidido que Berlín sería gobernado por las cuatro potencias ocupantes, los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética, que, asimismo, administrarían conjuntamente Alemania. Sin embargo, la administración de Alemania por parte de las cuatro potencias duró poco más de un año. En 1949, las zonas occidentales se habían fundido en la República Federal, y la zona rusa se convirtió en la República Democrática Alemana.
Según el acuerdo de las cuatro potencias con respecto a Berlín, la ciudad no era parte de Alemania, ni de la occidental ni de la oriental, sino que se encontraba oficialmente bajo el régimen de los cuatro aliados victoriosos de la Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos ocupaban un gran sector de la parte oriental de la ciudad, los norteamericanos tenían un sector en el sur, y los británicos y los franceses tenían los suyos en el oeste y el norte. Todo Berlín era un enclave dentro de lo que se había convertido en la República Democrática Alemana. Con el paso de los años, los alemanes del Este y los soviéticos descubrieron que los tres sectores occidentales de Berlín eran como una espina en el costado; un escaparate de prosperidad en medio de la deprimente monotonía del bloque comunista. Aún más, el Berlín occidental servía de conducto a los alemanes del Este que intentaban emigrar a Occidente: sólo tenían que irse en el metropolitano a uno de los sectores occidentales de la ciudad y solicitar asilo.
Pese al obvio status de Berlín entre cuatro potencias, nunca se habían negociado unos acuerdos inequívocos para tener acceso a él. Aunque las cuatro potencias habían designado los diversos caminos y corredores aéreos que podían emplearse para llegar a Berlín, no se habían convenido explícitamente los mecanismos de paso. En 1948, Stalin había tratado de aprovechar esta laguna instituyendo el bloqueo de Berlín, basándose en el motivo técnico de que las rutas de acceso estaban en reparación. Después de un año del puente aéreo occidental se restauró el acceso, pero la autoridad legal siguió siendo tan indefinida como antes.
En los años inmediatamente posteriores al bloqueo, Berlín se convirtió en un importante centro industrial, cuyas necesidades, en caso de urgencia, ya no habrían podido satisfacerse mediante un puente aéreo. Aunque Berlín aún fuese técnicamente una ciudad administrada por cuatro potencias, y la Unión Soviética fuese responsable del acceso, en realidad el satélite alemán oriental dominaba las rutas desde su capital, el Berlín oriental. Por tanto, la posición de Berlín era sumamente vulnerable. Carreteras, ferrocarriles y rutas aéreas eran fáciles víctimas de interrupciones al parecer tan triviales que era difícil hacerles frente con la fuerza, aun cuando en conjunto sí podían amenazar la libertad de la ciudad. En teoría, se suponía que todo tráfico militar pasaba por puntos controlados por los soviéticos, pero ésta era una ficción; un guardia de la Alemania oriental vigilaba las puertas, y los funcionarios soviéticos, que sólo estaban ahí por si hubiese un desacuerdo, haraganeaban en una caseta cercana.
No es de extrañar que Jruschov, al buscar un lugar en el cual demostrar un cambio permanente en la correlación de fuerzas, decidiera explotar la vulnerabilidad de Berlín. En sus memorias escribió: «Dicho con crudeza, el pie norteamericano en Europa tenía una ampolla dolorosa. Era el Berlín occidental. Cada vez que deseábamos pisarle el pie a los Estados Unidos y hacerles sentir dolor, lo único que teníamos que hacer era obstruir las comunicaciones de Occidente con la ciudad a través del territorio de la República Democrática Alemana.»775
El desafío de Jruschov a la posición de Occidente en Berlín ocurrió en el momento preciso en que las democracias habían vuelto a convencerse de que el entonces secretario general de la Unión Soviética constituía la mejor esperanza para la paz. Hasta un observador tan escéptico como John Foster Dulles respondió al discurso de Jruschov ante el XX Congreso del Partido, en febrero de 1956, declarando haber observado un «cambio notable» de la política soviética. Los gobernantes soviéticos, afirmó, sabían ya que «había llegado el momento de modificar básicamente su enfoque del mundo no comunista [...]. Ahora buscan sus objetivos de política exterior con menos manifestaciones de intolerancia y menor hincapié en la violencia»776. En septiembre de 1957, menos de un año después de las crisis de Suez y de Hungría, el embajador Llewellyn Thompson tenía una opinión similar respecto a este tema e informó desde Moscú que Jruschov «realmente desea y casi se ve obligado a una détente en las relaciones con Occidente»777.
La conducta de Jruschov no confirmó tal optimismo. Cuando, en octubre de 1957, los soviéticos pusieron el satélite artificial Sputnik en órbita, Jruschov interpretó esta realización esencialmente aislada como prueba de que la Unión Soviética estaba superando a las democracias en el ámbito científico, así como en el militar. Hasta en Occidente empezó a ganar crédito la afirmación de que a la postre el sistema planificado centralmente podía resultar mejor que la economía de mercado.
El presidente Eisenhower casi fue el único que se negó a dejarse vencer por el pánico. Como militar, comprendió la diferencia entre un prototipo y un arma militar ya probada. Jruschov, por su parte, tomando en serio sus propias bravatas, se lanzó a una prolongada ofensiva diplomática para convertir la supuesta superioridad de los misiles soviéticos en algún tipo de avance diplomático. En enero de 1958, Jruschov declaró en una entrevista con un periodista danés:
El lanzamiento de los sputnik soviéticos indica ante todo [...] que ha ocurrido un gran cambio en el equilibrio de fuerzas entre los países del socialismo y los del capitalismo en favor de las naciones socialistas