Bismarck no se basó en principios conservadores, sino en el carácter distintivo de las instituciones prusianas; fundamentó la pretensión prusiana de liderar Alemania en su fuerza, y no en valores universales. En opinión de Bismarck, las instituciones prusianas eran tan inmunes a la influencia exterior que Prusia podía explotar las corrientes democráticas de la época como instrumentos de su política exterior, amenazando con fomentar una mayor libertad de expresión interior, sin importar que ningún rey prusiano hubiese practicado tal política durante décadas, o nunca:
La sensación de seguridad de que el rey sigue siendo señor de su país aunque todo el ejército se encuentre en el extranjero, no la comparte Prusia con ningún otro estado del continente y, ante todo, con ninguna otra potencia germánica. Ofrece la oportunidad de aceptar un desarrollo de los asuntos públicos mucho más de conformidad con las necesidades presentes [...] La autoridad real en Prusia está tan firmemente arraigada que el gobierno puede promover, sin ningún riesgo, una actividad parlamentaria mucho más viva y, con ello, ejercer presión sobre las condiciones de Alemania